EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
La actitud de Kant ante la ciencia
fue increíblemente ingenua.
Erwin Schrodinger.
“El hombre, mientras se hace, actúa conscientemente; cuando ya está hecho, actúa inconscientemente”. Cualquiera que hubiera escuchado tal afirmación, dudaría de su credibilidad. Pero el caso es que quien afirma tal cosa es nada menos que Erwin Schrodinger, el famoso autor de la Ecuación de Onda, premio Nobel de Física, uno de los hombres más prominentes dentro de la ciencia del siglo XX, muy conocido por su Gato de Schrodinger. Schrodinger fue también un gran filósofo, aferrado probablemente a una visión mística del mundo, y en la frase que citamos relaciona su concepto del hombre con una muy particular concepción de la conciencia.
A Schrodinger le parece que cualquier serie particular de fenómenos en la cual conscientemente, o a menudo participando activamente, si se repite una y otra vez en exactamente la misma forma, gradualmente sale de la esfera de la conciencia; y sólo es introducida de nuevo en ella si en una fresca, naciente, nueva repetición, el evento que inició el proceso, o las condiciones que afectan su continuidad, son ligeramente diferentes. Pero, aun así, no es el proceso globalmente sino sólo, (primariamente cuando menos), las modificaciones y diferencias son por las cuales la nueva serie se distingue de las anteriores, las que entran de nuevo en la conciencia.
Entonces, las repeticiones frecuentes provocan efectivamente un comportamiento cada vez mejor, cuestión que comprueba la propia experiencia; a medida que la acción se vuelve cada vez menos y menos interesante, la reacción se hace más y más fiable, pero también proporcionalmente menos y menos consciente. Si hay algún cambio en la experiencia, entonces el proceso vuelve a la conciencia, pero como un nuevo proceso. Después de un número suficiente de reediciones, la reacción ante dicho proceso se vuelve un acto inconsciente. La conciencia parece aparecer sólo mientras “el tejido viviente se encuentra en entrenamiento”. Así, “la conciencia es el ‘instructor’ que supervisa la ‘educación’ del tejido viviente, quien la llama para que le ayude cuando nuevos problemas aparecen, pero deja a los ‘pupilos’ tratar con tales problemas cuando ellos han adquirido ya suficiente práctica”.
Las nuevas situaciones y las nuevas reacciones consecuentes con ellas son acompañadas por la conciencia; en cambio, las que ya hace tiempo han sido aprendidas, no. Esto lo comprueban miles de veces los ejemplos derivados de la experiencia.
Lo anterior se refiere exclusivamente a los procesos cerebrales o nerviosos. Pero hay otro proceso que puede ayudar a concluir satisfactoriamente, al menos en sentido preliminar, con este intento de describir las condiciones para que pueda surgir la conciencia. La ontogénesis completa, no sólo el cerebro sino toda la soma es una recapitulación de eventos que se han dado durante miles de tiempos. Esta ontogénesis toma lugar inconscientemente al comienzo, en la matriz, en el útero, y luego durante algunos años de vida más tarde, en los cuales ha estado por encima de todo ocupada en un sueño. Luego, el niño continúa a través de un bien establecido proceso de desarrollo en condiciones externas que permanecen relativamente constantes de uno a otro caso. Sólo son las peculiaridades individuales de cada ontogénesis las que devienen conscientes.
Entonces, la conciencia en nosotros está asociada con eventos en el cerebro porque en nosotros el cerebro es el órgano por el cual nos adaptamos nosotros mismos a las condiciones del cambio ambiental; esta es la parte de nuestra soma por la cual estamos comprometidos con la posterior evolución de nuestra especie.
En síntesis: “La conciencia está ligada al aprendizaje en la sustancia orgánica; la competencia orgánica es inconsciente”. Más aun rápidamente y puesto en una forma en la cual es sin duda más oscura y abierta la confusión: “Llegar a ser consciente; ser inconsciente” En otras palabras: “El hombre, mientras se hace, actúa conscientemente; cuando ya está hecho, actúa inconscientemente”.
Esta es la visión del hombre del gran físico austriaco, sucesor de Planck en la cátedra de Física de Berlín. Ahora no habla de la física cuántica o del problema de la dualidad onda-partícula; ahora habla de la vida, de la conciencia, de la realidad del hombre, de la moral, y de muchos otros temas clásicos de la filosofía. En este tema, Schrodinger escribió La naturaleza y los griegos, Ciencia y humanismo, Buscando el camino, ¿Qué es lo real?, ¿Qué es la vida?, obra esta última que ejerció una tremenda influencia en el pensamiento de la época, así como otras como Mente y materia. Schrodinger fue miembro de esa extraordinaria pléyade de científicos que provocaron el cambio en la ciencia y originaron lo que se conoce como “la nueva física”. Entre estos estaban Niels Bohr, Werner Karl Heisemberg y Pascual Jordán, de la Escuela de Copenhague; Paul Dirac, del Reino Unido; y Max Born y Wolfgang Pauli en Alemania; todos, vale decirlo, también grandes filósofos. Schrodinger sostuvo una relación a veces amistosa, a veces muy poco amistosa, a veces tensa, con sus mismos colegas. Disgustado por los giros que había tomado la física cuántica a mediados del siglo, negó toda relación con ella, y ello le hizo, desesperadamente, publicar, en 1935, un artículo que tituló “La situación actual de la mecánica cuántica”, en el que presenta su famoso gato, con el cual quería demostrar que una de las conclusiones de la interpretación de Copenhague era claramente absurda, refutándola duramente, por lo cual fue sometido a un brutal acoso intelectual, siendo calificado por sus contemporáneos como, a veces un hombre extremadamente modesto, y a veces como un hombre extremadamente arrogante.
Uno de los mayores aportes que hizo Schrodinger a la ciencia y a la filosofía fue la afirmación de que el portador material de la vida es su famoso “cristal aperiódico”, la “molécula maravillosa” que luego Watson y Crick llenaron con el “modelo de la doble hélice del ADN”.
Así caminaban los grandes científicos del siglo XX, el siglo de la nueva física, que revolucionó al mundo, y gracias al cual ahora el hombre existe como existe. Quienes creen que los científicos son personas que se encierran en sus gabinetes y en sus laboratorios a pensar y producir hechos científicos sin considerar la existencia y la vida completa, caen en el error. Fueron ellos gentes normales, como nosotros, y casi todos, por no decir todos, grandes filósofos. La filosofía clásica, esa que se enseña en las aulas y se lee en los libros, los ha ignorado, cometiendo uno de sus más crasos errores. Estos científicos fueron grandes filósofos, probablemente más grandes que aquellos a los que sabemos hacer referencia constantemente. Schrodinger fue uno de ellos. Estudiar su gato es una cuestión tanto tremendamente difícil como gratamente simpática y agradable. Les invito a hacerlo.
Esta visión del hombre de Erwin Schrodinger, nos hace comprobar que el hombre es siempre el mismo pero nunca es lo mismo. El hombre debe cambiar constantemente, porque sólo de esa manera mantiene la vigencia de la conciencia. Si se ancla y se vuelve un ser estático, pierde entonces su conciencia y deja así de ser hombre.