Licda. C. Marchelly Funes
Metodóloga y Comunicadora
El panorama político para las elecciones de marzo 2018 se muestra sombrío; las razones son varias, entre ellas, la sociedad salvadoreña se encuentra desencantada con la clase política actual y con la forma de hacer política. Los salvadoreños se han vuelto desconfiados, temerosos de involucrarse en la transformación de la realidad nacional, cautelosos ante los engaños anunciados por esos políticos que un día se acercaron para pedir sus votos y que después desaparecieron de sus comunidades; la población está perdiendo las esperanzas y ya no se inclina ni por el partido de ultra derecha conservadora Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), ni por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), según lo confirmaran los resultados publicados hace tres meses por el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (IUDOP).
La ciudadanía cree cada vez menos en los procesos internos de elección de los partidos políticos, no se siente identificada con ningún discurso; no cree que la Justicia sea independiente; no cree que todos los corruptos acabarán en la cárcel; no cree que el dinero robado volverá a las arcas del Estado; no cree en la honestidad de la que hablan los nuevos rostros de la política; no cree en las buenas intenciones de cambiar la forma de hacer política; no cree que haya buenos políticos; no cree en la transparencia en el uso de recursos del aparato estatal; no cree que haya empresarios honestos; no creen.
Se aproximan vientos de renovación y alternancia político partidaria, sin embargo, el panorama como se ha dicho anteriormente se observa ceniciento, en este sentido, vale la pena preguntar ¿la sociedad salvadoreña realmente quiere cambiar la política-partidaria tradicional? Quizá la mayoría de ciudadanos se lo plantean desde su propia lógica, pero en términos generales son resistentes a los cambios, es más, prefieren estancarse en los hábitos del pasado con todos sus defectos a tener que asumir desafíos no del todo conocidos.
Pero esta actitud no es exclusiva para la política, sino que los salvadoreños son así, en todos los ámbitos de la vida. Aceptar cambios significa tener la disposición de pensar de otra manera a como siempre se ha hecho, es deshacerse de lo viejo para dar paso a lo nuevo y eso cuesta, la mayoría de las veces cuesta.
Casi todos tienen en casa gran cantidad de cosas inutilizables que se niegan a desechar, de igual manera, en la cabeza rondan ideas obsoletas que se han quedado en el tiempo pero que la gente no es capaz de ver, ya que esto supone des-anclarse de un pasado conocido para darle paso a ideas nuevas. Si los salvadoreños logran ponerse al día con las nuevas tendencias, de la misma manera deberían dar la oportunidad a la clase política emergente.
Hay que comenzar a creer, al menos a decir puede ser, a dar el beneficio de la duda a esta nueva clase política emergente, y a dejar de repetir que todos son iguales sin haberles dado la oportunidad de demostrar lo contrario.