René Martínez Pineda (Sociólogo, UES y ULS)
País. Democracia sin delincuencia. Delincuentes sin territorio. Paz. Libertad. Honor. Palabras sin sentido cuando la traición al pueblo es la que corrige la ortografía porque están compuestas por sílabas divorciadas entre sí, y, por ser así, no obstante repetirlas a cada rato, carecen de color y sabor, carecen de forma terrenal y son incapaces de inventar un país diferente.
Es hora de escribir la historia en otro libro, no de pasar la página del que hemos estado usando, porque en verdad es hora de la verdad… lo es desde hace décadas. Décadas-traición, décadas-corrupción, décadas-extorsión. Escribir la historia en otro libro es la táctica para no ser la mercancía que se oferta en las vitrinas de la estafa; es la forma de transformar el país desde abajo y con los de abajo que son los que deben estar arriba; es la tabla para surfear las olas que hicieron que los corruptos amasaran el pan nuestro de cada día sin ponerle la levadura de la cultura política democrática; es el conjuro para resucitar al tercer día la luz de la luciérnaga que ilumina nuestro origen oculto en el vaho milagroso del bálsamo y del chichipince que crece en el jardín del teatro de la tragedia de Venus. Porque –la historia lo dice, no yo- siempre hay que empezar desde abajo, desde el margen, desde la rebeldía inteligente de la gente si queremos romper el paradigma del conformismo y anular la “llamarada de tusa” que explica la intrascendencia de todos los presidentes anteriores, y quien dice “todos”, dice que no se acuerda de sus nombres por inocuos. Es hora de escribir la historia en otro libro y con palabras nuevas; es hora de las papeletas que pueden cambiar lo que no pudo cambiar el plomo y la sangre derramada en la guerra civil y en la guerra social debido a que la modernidad de la corrupción confiscó el imaginario de los líderes purulentos que nos estaban mutilando el instinto de conservación y la vigilia; esos líderes que amontonaban nuestra ceniza en el albergue azul de la traición y el miedo a las calles; que nos engañaban con las baratijas que usaron los españoles y prostituyeron la imagen del Che para evitar que se difundiera su ideario intransigente con los corruptos.
Es la hora de la verdad a secas, porque con ella se logra la transformación de la vida sin pensar en un puesto en el gobierno o en una candidatura inmerecida; porque el sentido común dice que los salvavidas son inútiles en tierra, tan inútiles como las piedras del muro que no tiene memoria de la cárcel clandestina ni del encierro al que fuimos sometidos por la delincuencia que llegó a ser el funcionario invisible del Estado. Es hora de cambiar de libro porque en un libro es donde se escriben sueños importantes.
Es hora de la alfabetización política y de la destreza productiva de las urnas si queremos tener algo que distribuir democráticamente en el escrutinio final de la plusvalía de las empresas; si queremos que nuestro país y nuestros cuerpos-sentimientos sean visibles; si queremos exorcizar para siempre a los pétreos fantasmas que deambulaban con sus autos lujosos por las calles que mantenían desoladas y en las que derrocharon nuestro futuro al imponernos la ausencia.
Es hora de la verdad desnuda, porque la desnudez es la virtud más entrañable de los espejismos; porque el enemigo principal no es hoy la globalización que le pone ropa nueva al capitalismo… sino el miedo a no sentir miedo y la ignorancia que lo reproduce con su calloso silencio, con nuestro olvido bicentenario, y con los poetas tediosos que le cantan al culo del patrón. Y es que con la verdad desnuda nos podemos equivocar, pero nunca traicionar, porque sólo con ella podemos entender que la democracia electoral tiene sentido cuando respeta la decisión mayoritaria de los votantes; porque sólo con ella podemos gozar las noches que no invitan al suicidio, o a ahorcarse, o a endeudarse a muerte, o a hincarse frente a su engañoso vellocino de oro que por cada dólar que nos presta para la inversión social, nos quita tres dólares por comercio injusto… y por pendejos; y porque ya no podemos seguir permitiendo que haya gente que muera de hambre, que haya cada vez más pobres, que haya cada vez más sed, que haya cada vez más líderes pecuniarios.
Es hora de escribir otro libro en otro libro, porque sólo así se puede frenar la locura de la impunidad y su cábala destructiva que se disfraza de consigna popular; porque sólo así se descubre que la prioridad política es el futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos, y no hay fuerza social más poderosa y fiel que esa; porque sólo en otro libro se pueden redactar nuevos principios que no enajenan; porque sólo así se impedirá que se siga modificando el epicentro del tronar de dedos y el curso de los ríos nacionales, hechos que debería estudiar la sociología crítica para frenar el inmenso dolor humano de no ser tratado como humano. El Quijote nos enseñó a aferrarnos a una utopía social para demostrar que se puede cambiar el mundo sin perder el honor en el intento, esa utopía que es una pre-verdad que se basa en la presencia social en las decisiones de país.
Es hora de escribir la historia del país en otro libro; hora de inventar dos mil diecinueve palabras para que los sueños aparezcan porque siempre han estado ahí, esperando por nosotros. }
Es hora de escribir otro libro repleto de sueños que no se deshacen al contarlos; para relatar las historias fabulosas de nosotros mismos, las víctimas; y para reconocer que la única solución del sufrimiento son los miles de soluciones que se paren en la calle, en el barrio, en la escuela, en las milpas, en las maquilas, en la universidad pública que no le teme al público, porque en esos lugares el vínculo social y el honor son la condición de la vida, de una vida con vida porque está basada en las presencias. Es hora de dejar atrás la mentira del traidor de la conspiración, esa mentira que muchos no quieren aceptar porque la traición duele en el último rincón del alma; esa mentira que nació de una verdad tan incuestionable y hermosa como las muchachas del pueblo a las cinco de la tarde en punto.