Luis Armando González
En algunas calles y avenidas de nuestro país se han colocado unos afiches publicitarios en los que se lee que la corrupción es la plaga del siglo, lo cual invita a pensar, en primer lugar, en el significado de ese mensaje, y, en segundo lugar, en otros asuntos derivados de lo anterior. Pues bien, se trata que el mensaje es difuso y, por ello, con un significado sumamente pobre de contenido conceptual, pero que evoca diversas connotaciones negativas. Porque, para comenzar, el siglo en el que estamos es el siglo XXI, el cual todavía no cubre las dos décadas. O sea que, en rigor se está diciendo que la corrupción es una plaga de menos de 20 años. ¿Y qué es una plaga? Veamos qué dice el amansaburros de la RAE:
Plaga
“Del lat. plaga ‘golpe’, ‘herida’.
1. f. Aparición masiva y repentina de seres vivos de la misma especie que causan graves daños a poblaciones animales o vegetales, como, respectivamente, la peste bubónica y la filoxera.
2. f. Calamidad grande que aflige a un pueblo.
3. f. Daño grave o enfermedad que sobreviene a alguien.
4. f. Infortunio, trabajo, pesar o contratiempo.
5. f. Abundancia de algo nocivo, y, por ext., de lo que no lo es. Este año ha habido plaga de albaricoques. Plaga de erratas.
6. f. p. us. Úlcera, llaga”.
Es casi que imposible asimilar cada uno de esos significados de “plaga” a la corrupción que es una práctica relativa al uso indebido de recursos públicos por parte de personas que trabajan en el Estado o que desde la esfera privada se vinculan a estas para hacer negocios ilícitos. Asimismo, si algo en común tienen las distintas acepciones del término es que una plaga es algo temporal, es decir, de una duración limitada. Así que si se toma al pie de la letra el enunciado que dice que la corrupción es la plaga del siglo no habría motivo de preocupación, pues es una “plaga” que no llega ni a los veinte años. Por supuesto que si se tratara de una proliferación de organismos nocivos, de una calamidad o de una enfermedad sí sería algo grave, pero en un Estado algo que dure dos décadas –aunque sea anómalo— suele dejar pocas huellas, sobre todo si es algo pasajero como una “plaga”.
O sea que al decir que la corrupción es la plaga del siglo se hace una afirmación sin sentido, por sus fallas no solo lógicas, sino de contenido. Sin embargo, es evidente que quienes auspician ese mensaje –y lemas semejantes— no están interesados ni en la lógica ni en los contenidos conceptuales, pues lo suyo es posicionar en el imaginario colectivo el tema de la corrupción no solo como el problema más importante del país, sino dotarlo de connotaciones alarmistas que generen rechazo por la vía del miedo. El tufillo de derecha que emana de un mensaje como el que comentamos es inocultable. Solo recuerda aquello de cáncer comunista, tan querido por las derechas latinoamericanas en tiempos de la guerra fría.
En efecto, a nadie le gustan las plagas. A ellas se asocia inmediatamente algo pernicioso, sucio y destructor, y a lo cual se tiene que aplicar las medidas de “limpieza” y “exterminio” que las eliminen. Es casi inevitable, cuando se piensa en plagas, pensar en ratas y cucarachas. Y es precisamente eso lo que se quiere evocar, en el imaginario social, con mensajes como el que nos ocupa.
La “amenaza” de la corrupción como plaga suena como algo mayor en cuanto que es la del “siglo”, cuya connotación está más allá de lo cronológico (los 18 años del siglo XXI o los 100 años del siglo XX) pues remite a expresiones como “la batalla del siglo” que apuntan a algo que configura decisivamente la vida de la humanidad. “La plaga del siglo” quiere decir algo así como “la plaga de las plagas” o la “plaga que está configurando los destinos de la humanidad”. Lo que busca la derecha es que la gente vea así la corrupción.
Poco importa lo que la historia y la práctica política (y empresarial) de esa misma derecha enseñe sobre sus actividades corruptas. Lo que importa es posicionar en la mentalidad de la gente el tema de la corrupción como el principal problema a resolver (no olvidemos que es una plaga), porque esto enlaza con la tesis de que la política es la fuente de todos los males habidos y por haber en una sociedad.
Si la política es la fuente de todos los males en los países, siendo la corrupción el mecanismo que la aceita, la solución a esos males está en el mercado y los empresarios. ¿Y la política de derecha cómo queda?: borrada, en sus vicios y abusos, de la memoria histórica y “redimida” por empresarios-políticos que anuncian un “más allá” de la “política tradicional”: un más allá que está, naturalmente, en la subordinación del aparato público a los intereses de los grupos de poder económico más influyentes en ese aparato. Más de lo mismo, pero ofrecido en “redes sociales” con el ropaje de un “juvenilización” que encandila a propios y extraños.
Gracias a esta estrategia de posicionar en el imaginario colectivo temas como la corrupción –pueden ser otros temas, como el divorcio de una estrella de cine o la disputa acerca de si Cristiano Ronaldo es mejor que Leo Messi— la derecha se sale con la suya al sacar del debate público asuntos cruciales en la vida de la gente y la configuración de la sociedad, como la explotación laboral sin límites, la concentración exagerada de la riqueza, la brecha insuperable entre ricos y pobres, los abusos e insaciabilidad de los ricos a expensas del bienestar social, etc. Es decir, los ricos más ricos de El Salvador –y de otros países en el mundo— han salido de la mirada crítica de la sociedad; es como si no existieran… pero existen y drenan en su beneficio todo aquello que les reditúe una ganancia.
Mientras todo el mundo responsabiliza a la política de todos los males habidos y por haber, y mientras la gente se traga el anzuelo de que la corrupción es la plaga del siglo, los ricos más ricos siguen haciendo lo que quieren con el destino de los países sin que nadie los mencione. Esa es una de las grandes paradojas de los tiempos actuales: las dinámicas económicas, que hoy como ayer, son determinantes para la estructuración social, no aparecen por ninguna parte en ese carácter. A lo sumo, como un conjunto de números que no explican nada y que al contrario deberían se explicados en su relación con el poder económico, las familias que lo ejercen y su impacto en el tipo de sociedad que se tiene.
¿Y es un problema que se divorcie tal o cual estrella de cine? ¿Y es complicado decidir si Ronaldo es mejor que Messi? Según los intereses y los gustos de cada cual, por supuesto que sí. Sin embargo, ninguno de esos temas –ni siquiera la corrupción— reviste el grado de importancia que tiene la dinámica económica (y sus implicaciones en una sociedad como la salvadoreña: explotación laboral, obtención de beneficios sin límites, abusos medioambientales, concentración de la riqueza en un segmento minoritario de la población, elusión y evasión fiscales) en el destino de cada uno de los miembros de la sociedad.
En fin, una cosa es que haya una preocupación legítima por la corrupción. En países pobres, como El Salvador, cualquier recurso público que se use indebidamente termina por afectar, de una u otra manera, a la gente más desprotegida. En países ricos, como Estados Unidos, son sus ciudadanos los que deben pronunciarse al respecto. Demonizar la corrupción es otra cosa: es estrategia de manipulación de las conciencias. Y para ser coherentes con la preocupación por el bienestar colectivo no hay que quitar la mirada de lo esencial. “¡Es la economía, estúpido!”.
1 dle.rae.es/srv/fetch?id=TIW9QYM|TIWEbvP.
2 L. A. González, “Redes de corrupción políticas y empresariales”. En http://www.transparenciaactiva.gob.sv/opinion-redes-de-corrupcion-politicas-y-empresariales.