Por: Rolando Alvarenga
Los cinco atletas salvadoreños que participaron en los Juegos Olímpicos de la Juventud, Buenos Aires 2018, sacaron la casta y pelearon de punta a punta cada una de sus competencias. No obstante, la garra cuscatleca volvió a ser insuficiente para subir al podio.
Pero, ¿por qué no lograron el objetivo? Porque esos minutos, segundos, décimas o centésimas por los que fueron superados los atletas salvadoreños son justamente la diferencia entre atletas que se preparan integralmente a tiempo completo y como Dios manda en una cita olímpica, y atletas que tienen una preparación con muchas limitantes.
Víctor Steiner hizo un buen trabajo saltando vallas, ya que acabó sexto en la clasificación general. El marchista Gilberto Menjívar, por su parte, finalizó quinto y la marchista Nicole Trejo concluyó en la casilla 13. Sin duda, quedó en evidencia que les faltó trabajo y colmillo internacional.
Y todo porque el COES -a pesar de que solo eran cinco atletas- salió con que “no había recursos” para una completa preparación integral en el extranjero.
De los cinco atletas, Uriel Canjura, de Bádminton, fue quien mayor fogueo internacional tuvo, pero
igual tampoco le alcanzó y se quedó en el camino. Y la quinta, Erika Parker, del Squash, ya sabía que no habría medallas en su deporte y, en consecuencia, no generó mayor expectativa.
Para mí los atletas no tienen la culpa, porque al fin y al cabo ellos tienen sus sueños, pero no la preparación de los rivales que enfrentaron.
Y ese mismo fenómeno se experimenta en el deporte mayor. Hay un alto porcentaje de atletas que localmente echan humo y dejan el alma en la preparación, pero a la hora de los “quiubos” en la alta competencia, se derrumban y retornan a la patria querida con más pena que gloria. Y así seguirá el panorama, mientras la dirigencia no haga las cosas diferentes en todo aspecto. ¿Hasta cuándo?