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¿Esclavos o hermanos? Pregunta crucial para el año próximo

José M. Tojeira

Como todos los años hemos recibido ya el mensaje del Papa Francisco para el primero de enero, here jornada mundial de la paz en la Iglesia católica. Para comenzar el año sería muy bueno que todos lo leyéramos y lo aplicáramos a El Salvador. No para simplemente criticar nuestra realidad, here sino para plantearnos a fondo la posibilidad de corregirla y de diseñar los rumbos de la paz. Porque paz es evidente que la necesitamos. Y este mensaje, titulado “No esclavos sino hermanos”, toca algunos de los elementos estructurales sobre los que debemos reflexionar. El papa comienza en efecto resaltando tanto la abolición de la esclavitud como la llamada cristiana desde la fraternidad a superar toda forma de esclavitud del ser humano. Pero se plantea nuevas formas de esclavitud existentes. Las que menciona en su mensaje son muy claras.

Comienza mencionando la opresión laboral como una forma de vida similar a la esclavitud. En el trabajo doméstico, en la agricultura, en la industria manufacturera o la minería se encuentran con frecuencia casos, incluso de menores, que viven casi esclavizados. Sobre el caso de los migrantes, una experiencia vivida por tantos compatriotas nuestros, merece la pena citar extensamente el mensaje del Papa: “Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo… Sí, pienso en el «trabajo esclavo».

Las mujeres, en ocasiones menores, obligadas a vivir de la prostitución, las víctimas de tráfico de órganos, los niños obligados a la mendicidad o víctimas de formas encubiertas de adopción internacional, las personas prácticamente obligadas a colaborar en el tráfico de drogas, los secuestrados por grupos terroristas, incluidas mujeres y niñas utilizadas como esclavas sexuales, nos demuestran en palabras de Francisco que la esclavitud, a pesar de estar abolida, sigue siendo una realidad en nuestro mundo. Y aunque no todas las formas descritas se dan en El Salvador, no hay duda que el que entre nosotros se ve obligado por el hambre a trabajar en la zafra por el salario mínimo de ese sector, vive en condiciones peores que el de muchos esclavos de la antigüedad, que al menos tenían un acceso a la alimentación mejor que el que se puede conseguir con ese ridículo e injusto salario oficial.

Entre las causas de las nuevas formas de esclavitud el Papa se refiere “en primer lugar a la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo”. Como país, más allá de la pertenencia a una denominación cristiana o a otra, debemos plantearnos con seriedad si no siguen existiendo verdaderas formas de esclavitud entre nosotros. El Papa añade la corrupción como otra de las causas y, como ya había repetido hace años Mons. Romero, insiste en que eso sucede cuando en el “centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana”.

El Papa Francisco invita a todos, gobernantes, políticos, empresarios, miembros de la sociedad civil, a enfrentar los diversos problemas de las modernas formas de esclavitud actuales. Con realismo nos dice que “debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo,[12] que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45)”. En El Salvador tal vez tengamos que comenzar por la revisión de la ley del salario mínimo, tan injusta en muchos aspectos, y seguir por otras plagas como la prostitución obligada, formas de trabajo esclavo de menores, colaboración forzada con el tráfico de drogas, mal trato a las empleadas domésticas. Y debemos ser todos los salvadoreños y salvadoreñas que nos calificamos como personas de buena voluntad los que pongamos manos a la obra, trabajando en un verdadero proyecto nacional de trabajo con salario digno y servicios adecuados de protección social.

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