Escritos en tiempos de coronavirus
Mauricio Vallejo Márquez
Mi gata me observa desde el sillón. Tras verme fijamente vuelve a cerrar sus ojos y en augusta pose continua durmiendo ajena al temporal y el pánico colectivo que poco a poco y en apariencia se va disipando, igual que la lluvia.
En nuestros días el virus Covid-19 es real, aunque afortunadamente no fue tan mortal en nuestro suelo como sí lo ha sido en Europa, Asia y Los Estados Unidos. Sin embargo, en toda crisis la naturaleza humana desbordada termina pagando facturas. En el Pulgarcito nos vemos afectados en lo social, lo económico y lo político. Un joven presidente se enfrenta a la Asamblea Legislativa, en tanto la gente sólo observa la disputa y las escenas de sombra que nos llevan a mediados del 2020, dividiendo porque los líderes están divididos.
Mi gata blanca con destellos de pelo café y negro sobre sus orejas sigue impávida ante la tormenta Gabriel, tal y como lo hizo ante Amanda en su continuidad que desbordó lodo y agua en nuestra golpeada República, como una trágica metáfora que ilustra la vulnerabilidad de la nación. Mientras, nosotros vamos formando caudales igual que un río abriendo camino en esta nueva y distópica realidad que el mundo civilizado enfrenta sin reparos.
En estos tiempos de Coronavirus ansiamos la normalidad en la que vivimos esclavos de la cotidianeidad, sin saber qué realidad nos depara este futuro que se construye a retazos, qué situaciones complejas enfrentaremos, qué haremos y qué nos harán. Con un signo de interrogación inmenso devorándonos.
Entre las gotas de lluvia que se zambullen en los ligeros charcos de mi jardín suena el pito del panadero. Mi gata inmarcesible como la tarde me recuerda que al final, aquella idea de Epicuro sigue siendo firme e incuestionable: ante todo, la búsqueda de la felicidad. Lo que importa es ser felices. Y sonrío ante la incertidumbre