Escritura en arena

Mauricio Vallejo Marroquín,

Escritor mártir

 

Lleva media hora de ver perderse la calle en las puertas del calvario, de apuñar los ojos, resaltar arrugas y saborear pensamientos en blanco o untados de pasados.

Años atrás cuando el telégrafo y el ferrocarril imperaban en la región, se hubiera avispado por un dolorcito de cabeza, corriendo rápido hacia donde el médico. Hoy las cosas han cambiado y sus pies ya no patean fuerte las piedras del camino. Así nos sucede, ni por mucho saber y hablar poco o por no saber y hablar mucho, llega un momento en que el sentido por continuar respirando se oscurece y resultar inútil para nuestro propio adentro, el haber sudado preocupaciones y alegrías.

El viejo detiene el bastón y lo apoya en sus mejillas. Cuántos hijos y honores tuvo para estar solitario y esperar el final. Claro que todos esperamos el final y no sólo para nuestras vidas sino que para todas las cosas.

El pueblo le avienta recuerdos. El viejo sonríe despacio y aspira. No queda más que recordar y vivir de nuevo. En un asilo de ancianos o encerrado en un monasterio haría lo mismo. En diferente forma, pero encerraría el mismo argumento que punza los carazones de historia y leyendas.

Ayer lo trajeron del hospital más débil que antes. Gripes y colesterol han trabajado en su cuerpo, como dos buenas costureras de funerarias.

En su casa tratan de suavizarlo. El sabe que estorba y no hay manera de evitarlo más que con el adiós definitivo. Si no lo mandan al asilo es porque un roble carcomido no sirve de madera pero sí de abono.

De viejo siempre se es infeliz, o se han logrado muchas metas, se han roto marcas estupendas y nunca sabrá cuál sería la próxima o no se ha logrado nada y se espera el momento que llegue.

Tiene la barba mal afeitada. Mira profundo hacia la colina, hacia donde el sol se esconde y la calle sigue y hacia donde ésta acaba en las puertas del Calvario. Adormece sus ojos en el cielo, los pároados se le cansan y con mucho trabajo comienzan a levantarse poniendo el tercer pie en el suelo. Pronto se perderá como la calle que para en las puertas del Calvario. Seguirá viniendo mientras tanto, a ver al alrededor que tartamudea recuerdos en su mente.

Sonríe apresurado y camina. Es raro, siempre se va antes que el sol termine de perderse.

Domingo 3 de abril 1977

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