Por Mauricio Vallejo Márquez
El idioma portugués comenzó a cautivarme cuando Mustafá Al Salvadori me invitó a participar en teatro por primera vez. Ya había escuchado acerca de Brasil y los nombres de aquellas estrellas del fútbol que aún hoy siguen brillando en la gran constelación del balompié. ¿Y cómo no admirar a aquellos héroes? Pelé, Didí, Dadá, Garrincha, Sócrates, Careca, Falcao, Bebeto, Branco. Verdaderos tigres y admirables. A muchos los vi en el programa de Naranjito que resumía los mundiales hasta el que llegaba a España en 1982. De Careca a Bebeto los vi jugar por la televisión. Al único al que le estreche la mano fue a Bebeto. Pero son otras historias.
Volviendo al portugués, Mi abuelo Mauro tenía un amigo portugués, es decir un ciudadano procedente de Portugal que era capitán de un navío y alimento su amistad cuando mi ancestro administraba el Instituto Regulador de Abastecimiento en Usulután en un tiempo remoto que desconozco con exactitud. Mi tía Alba en esos días era una niña y no podía decirle portugués, así que le decía el tortugués.
Tuve la primera oportunidad de estudiar el portugués de Brasil cuando ingresé al grupo de teatro Zubi dos Palmares, pero fue una beca que jamás hice efectiva, gracias a la voraz rebeldía que me dominaba para hacer otras cosas y menos lo de provecho. Peo el Centro de Estudios Brasileños tuvo la buena intención.
En 2005 mi abuela paterna, mamá Yuly, tuvo que ir a Sao Paulo para tratar su cáncer en la garganta, de la cual no regresó. Se hablaba de la necesidad de ir a cuidarla y por ello también yo me involucre aprendiendo portugués por si resultaba de utilidad. Al final aquello se quedó en el limbo con la muerte de ella.
Así que me olvidé de ese bonito idioma por un tiempo, aunque en ocasiones escuchaba alguna canción de Sergio Mendes o de Roberto Carlos. Así somos los humanos.
Pero como la vida tiene mucho de incertidumbre a veces te sorprende. Mi hijo se dedicó de lleno a la Capoeira y se dio el aprendizaje del portugués. Así que yo me embarqué en la misión de masticar ese idioma de nuevo para que mi vástago tuviera con quien practicar. Ya me había suscrito a Duolingo, así que solo involucré el portugués a mi lista y a darle algunos minutos. Y gracias a dicha aplicación me enteré que Rio de Janeiro quiere decir Río o Bahía de Enero. Así es abrir los ojos.
Como cualquier ser en desarrollo uno va aprendiendo algo nuevo cada día y ahora ya sé que esa ciudad que es mucho más que Carnaval, Samba y Maracaná tiene ese significado tan bonito gracias al momento en que fue descubierta en 1502 por el navegante portugués Gaspar de Lemos.
Ahora, cada vez que repaso portugués y me encuentro con el mes de enero el nombre de esta ciudad me resuena tanto como Mais que nada de Sergio Mendes y en mi rostro sale a bailar una sonrisa.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000
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