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Esencia de Monseñor Romero, Rutilio Grande, Ignacio Ellacuría 14 de octubre 2018

César Ramírez

@caralvasalvador

 

(Fragmento) Marcos sorprendido: ¿quién eres tú Lucía, asustas?

Yo Lucía soy: nada, nadie, nosotros, como está escrito en las más antiguas tradiciones humanas, solo tengo memoria y sed de lectura… ahora citaré un párrafo: 

Las palabras de Rubén Darío parecen dibujar a otro Francisco, hace cien años exactamente la poesía denominada: Los motivos del Lobo se publican en Mundial Magazine 1913, tres años antes de su muerte, refleja una historia del capítulo XXI de las Florecillas de San Francisco, con el Lobo de Gubbio. En el inicio el poeta escribe: El varón que tiene corazón de lis / alma de querube, lengua celestial,/ el mínimo y dulce Francisco de Asís, /está con un rudo y torvo animal, /bestia temerosa, de sangre y de robo… así transcurre una hermosa cadencia de imágenes que si las transportamos en tiempo y espacio, podríamos afirmar que se parecen mucho a nuestra realidad, siempre existen personajes que multiplican el mal pero extraordinariamente también existen seres que se oponen desde su diminuta existencia.

A lo lejos, un Papa llamado Francisco recuerda en este sufrido país de El Salvador, unas palabras que suenan a campanas celestiales, palabras pronunciadas por otros varones como: “pobres”, “pueblo”, “justicia”, que no solo llenan de esperanza, sino que son las banderas de esas generaciones resistentes al tiempo, porque no envejecen, mejor cuando las pronuncia otro Francisco convertido en Papa.

Uno va por el mundo encontrando seres de este nivel a cada paso, les hemos observado durante muchas décadas, les conocimos hace años, llenos de esperanza, visión y alegría, un día desaparecieron, dejando ese vacío perpetuo, pero su vida fue un destello de un modelo de vida que ni soñábamos, se atrevieron a construir ese mundo diferente, que ahora disfrutamos por su legado a pesar de todos los pesares.

Cuando una persona habla de esperanza transforma el mundo, en ocasiones no podemos dar crédito a su sueño, habla de otro destino, de otra realidad, acaso nos recuerda a Don Quijote, ese príncipe encarnado en pordiosero que habla de un reino y lo vende en cualquier plaza sin temor, sin acobardarse incluso ante los gigantes. No resisto incluir unos versos de Rubén Darío de su poema “Letanía de nuestro Señor Don Quijote”: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes,/ que de fuerza alientas y de ensueños vistes, /coronado de áureo yelmo de ilusión; /que nadie ha podido vencer todavía,/por la adarga al brazo, toda fantasía,/y la lanza en ristre, toda corazón… Ruega generoso, piadoso, orgulloso;/ ruega casto, puro, celeste, animoso; /por nos intercede, suplica por nos, /pues casi ya estamos sin savia, sin brote, /sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote, /sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios…”

Cuando alguien habla de pobres el pasado nos invade, en El Salvador en esta nuestra pequeña nación, damos fe de seres luminosos que en lugar de quejarse decidieron actuar a favor de los desprotegidos, estas personas tomaron en sus hombros la inmensa carga de elevar la cultura, la hermandad, educación y las demás deficiencias de nuestra Patria,  para construir la paz social que disfrutamos,  personas como: Monseñor Romero, Ignacio Ellacuría, personalidades que bien calificó Rubén Darío como: “Nuestros Señores Don Quijotes”, esos similares al otro Francisco, que también habla de los pobres.

Cuidado Francisco, al menos en nuestra nación, clamar por los pobres aún suena a pecado, nosotros conocemos esos destinos, pero la inmensa alegría es insoportable y más en los oídos de los barrios pobres y los campos de América Latina.

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