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Esencia de Monseñor Romero, Rutilio Grande, Ignacio Ellacuría, 14 de octubre 2018 (IX)

César Ramírez Caralvá

Escritor y Fundador Suplemento Tres mil

Mi nombre es Oscar Arnulfo  Romero y Galdámez, nacer en esta nación es un signo de esperanza, quizás fue un día común ordinario con fecha 15 de agosto de 1917, un poco más común y corriente en una nación llamada El Salvador,  es un territorio pequeño, quizás no es la palabra correcta, puesto que el límite de una dimensión olvida la historia, sus orígenes, la visión del pueblo que se niega a dejar en el olvido a sus mayores, a sus ancestros con leyendas inolvidables, uno es en ellos como una gota de agua en el mar.  Este pueblo de Ciudad Barrios es pobre, mis padres se dedican a labores humildes, mi padre telegrafista, mi madre en casa, yo aprendo  carpintería y música, ambos son instrumentos para ganarse la vida, en ocasiones para ganarse el cielo; uno no escoge una profesión, una vocación, una vida ejemplar, uno comparte con los seres queridos un encuentro con el cambio de la adversidad visible, como las pequeñas cosas que se pueden cambiar con una escalera y alcanzar un fruto del árbol de la casa, una silla, una mesa, una cama donde celebramos los sueños infantiles, esa es la extensión de la carpintería, proporcionar al hombre instrumentos que aumentan su corporeidad en la tierra. Uno puede a cierta edad decidir, esto acontece entre los siete y doce años, ahí nace la personalidad que uno desea, ahí la imaginación se une con la realidad para enfrentar toda la vida, en mi mente las imágenes de un joven Jesús optando por su destino no era fruto de la casualidad, era el ideal la visión invicta para poseer un lugar en el mundo, así me visualice como sacerdote al servicio de Dios, tenía trece años, eran los años treinta del siglo veinte, pronto me incorporé al Seminario menor en San Miguel, la vida acá no es fácil, lleno de rutinas, piedad, caridad, aprender las normas y seguirlas, algo despierta en uno, como una pequeña flor que abre sus pétalos al sol, la luz irradia poco a poco la vida, todo tiene sentido alrededor de ese encuentro, de tal forma que desde 1937 hasta 1942 terminé mis estudios en Roma en aquella Universidad Gregoriana,  a mi regreso a San Salvador me asignan una pequeña parroquia en Anamorós, cerca de San Miguel, pesar en ello me llena de nostalgia, uno puede en la soledad encontrarse, repetir los ejercicios espirituales cada día como lo hacía Ignacio de Loyola.

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