César Ramírez Caralvá
Escritor y Fundador Suplemento Tres mil
La Catedral de San Salvador el 14 de octubre de 2018 era la misma de nuestros pasos juveniles en las décadas del terror autoritario, sus gradas, la fachada, su altura, la distancia que separa el presente y los recuerdos de tantas jornadas de lucha popular, pero ese refugio de santidad se convirtió sin aviso en el centro de denuncias por los desaparecidos del pueblo, puesto que parecía que era la última tribuna intocable en la nación.
La nostalgia nos asaltó esa madrugada.
Recuerdo una misa en especial, sucedió después del 30 de julio de 1975 ahí ofició el antiguo Obispo Luis Chávez y González con palabras que denunciaron la masacre sucedida en la 25 avenida norte, cómo olvidar el funeral de Monseñor Romero en 1980, después la guerra civil, el Acuerdo de Paz 1992; unos segundos parecen ser años, la historia en las gradas y aceras de ese Centro Histórico está saturado de emotividad, es un cuadro memorial de nuestras generaciones.
La madrugada del 14 de octubre el pueblo se encuentra en esa plaza, ahora desbordado de alegría, aquello era una fiesta simbólica en honor de Oscar Arnulfo Romero obispo y mártir de la fe y junto a él otras notables personalidades: Giovanni Battista Montini (Papa Paulo VI), Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, Vincenzo Romano, María Caterina Kasper, Francesco Spinelli, Nunzio Sulprizio… un ambiente colmado de la felicidad, con muchas personas de diferentes nacionalidades.
Ahí estábamos con el pueblo llano, con los mismos de siempre, como en los viejos tiempos cuando el idealismo juvenil se imponía, un día pagamos nuestra utopía con sangre, no en pocas ocasiones la muerte saludó nuestros sueños con el rudo sonido de armas automáticas, disparos que erraron por centímetros, fugas milagrosas por minutos de diferencia de tropas especiales, incursiones humanitarias que salvaron la vida de inocentes, cercos de fuego en cañales rodeados por el ejército, Hollywood se quedaba corto… en ocasiones he pensado que somos hombres y mujeres destinados a contar historias, una de ellas fue conocer a Monseñor Romero y estrechar su mano en fraternal saludos, fue un privilegio celestial.
Hemos vivido para contar la historia de Monseñor Romero, un hombre que nos representa, su vida es compartida por muchos pueblos en la civilización de la solidaridad, que lucha contra la esclavitud de la materialidad… es de madrugada respiramos el “don del agradecimiento” junto a la Iglesia de los pobres.
Continuará.
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