Víctor Manuel Valle Monterrosa
Soy un humano que pasa de 8 décadas y desde mi primera juventud me signan los 19 de julio.
Cuando estudié en la Universidad de El Salvador, entre 1959 y 1965, todavía se recodaba vívidamente la huelga estudiantil universitaria de 1950.
Los profesionales jóvenes recordaban sus hazañas políticas para montar la huelga universitaria y hacer renunciar o destituir al Rector Carlos Llerena quien, a pesar de ser un visionario innovador académico, entró en colisión con los estudiantes y fue removido en el 19 de julio de 1950. Por eso, a partir de entonces y por varios años, el 19 de julio fue el día del estudiante universitario en El Salvador.
Durante el Rectorado del Dr. Llerena se fundaron las Facultades de Economía y Humanidades en la UES y también un prestigioso Instituto Tropical de Investigaciones Científicas al que venían académicos y científicos de otros países a hacer investigaciones para publicarlas en una revista científica de buena circulación y gran prestigio.
Aparentemente, al doctor Llerena le picó el virus de la reelección y los estudiantes la aplicaron el mexicano “sufragio efectivo no reelección” y se fueron a la huelga para que se fuera y con ello impulsar un proceso de reforma que coincidió con la escritura de la Constitución Política de 1950 en la cual se consignaba explícitamente la autonomía universitaria.
Podría decirse que la huelga estudiantil de 1950 impulsó una reforma que se condensó en la autonomía proclamada por la nueva Constitución.
Pero otro 19 de julio trae recuerdos aciagos. El 19 de julio de 1972, el recién estrenado gobierno del coronel Armando Molina (había tomado posesión el 1 de julio) orquestó un operativo, legal y cabal, en el que concurrieron una Corte Suprema de Justicia y una Asamblea Legislativa subordinadas al estamento militar para que el gobierno enviara soldados y policías a capturar a autoridades y estudiantes y enviarlos a unos a la cárcel y al desempleo y a otros a la cárcel y al exilio. Y la gran prensa no dijo nada en contra.
El famoso coronel entonces y después general Alfredo Alvarenga, el hombre del machete, era el comandante supremo del operativo de fuerzas combinadas armadas hasta los dientes frente a enemigos internos que solo teníamos libros, bolígrafos, ideas y una que otra calculadora antigua. Así eran de valientes y heroicos los torturadores de victimas amarradas de las extremidades y vendadas de los ojos.
(El general Alvarenga, ya retirado, murió de una picadura colectiva y masiva de un enjambre de abejas y podría decirse que esas abejas eran los nahuales redivivos de sus muchas víctimas).
El coronel Molina falleció, el recién 18 de julio de 202, en Estados Unidos, a los 93 años, donde vivió los últimos 40 de su vida en una mansión construida con sus ahorros y con la dicha de nunca ser señalado como corrupto; pero eso sí como represor.
El difunto ex presidente Molina será recordado porque durante su gobierno hubo sonadas masacres que preludiaron la guerra civil de los 1980. La estudiantil de un 30 de julio, la Cayetana, Tres Calles, el asesinato del padre Rutilio Grande y dos colaboradores, ejecutados por la Guardia Nacional por órdenes directas de su director el general Alvarenga. También se le recordará por haber anunciado una transformación agraria que nunca arrancó.
Molina, en abierta violación a la Constitución Política, desterraba opositores políticos y tenía el desenfado de anunciarlo aduciendo que “unos compatriotas han decidido cambiar de domicilio”. A esa porción de la dictadura le decían tiempos de conciliación, pues el aparato de turno era el Partido de Conciliación Nacional que, con presidentes militares, gobernó 18 años, de 1961 a 1979. Su 19 de julio lo recuerdo porque gracias a eso comencé un largo exilio
Hubo otro 19 de julio en mi vida. Fue el 19 de julio de 1979 cuando entraron los sandinistas triunfantes a Managua y el dictador Somoza había huido dos días antes ante una insurrección popular. Estando yo en Alemania, por asuntos laborales, me llegó la noticia y con varios amigos latinoamericanos celebramos. Alemania todavía estaba dividida por la guerra fría y conocí los dos lados.
El triunfo sandinista fue un impulso a la esperanza de una Centroamérica nueva. Pero esa ilusión se desvaneció con el tiempo.
La última vez que estuve en Nicaragua fue en marzo de 2009, cuando el triunfo del FMLN en las elecciones presidenciales estaba fresco y también se alimentaron esperanzas. Henry Ruiz, el comandante Modesto de la Revolución Popular Sandinista, así con mayúsculas, y otros amigos, me invitaron a hablar a un centenar de personas sobre el significado del triunfo del FMLN.
Había euforia izquierdista en la región, pero los nicaragüenses anfitriones ya comenzaban a disentir de la conducción orteguista. Han pasado 12 años de esa presentación y cómo han cambiado las cosas en Nicaragua y El Salvador y antiguos anhelos de justicia e igualdad siguen pendientes
En todo caso, esos 19 de julio me traen recuerdos y me dicen que el camino ha sido largo y que queda mucho por andar.
Sigamos andando.