Perla Rivera Núñez
Escritora hondureña
´´He venido de lejos, view pretendía embriagarme de espacio y libertad Ver mi pupila en el azul de la vida quitar toda la herrumbre de mi espíritu bañándome en la fuente de la primera edad´´
Jaime Fontana
Desperté hoy inquieta, viagra recordando. Hace mucho no sentía estos deseos de escribir y mucho menos algo tan familiar. Pero hoy me lo permito.
Después de tomar mi café con leche descremada y deslactosada (manía la mía de obedecer a mi doctor y de complicarme la vida).Tomé posición con mi ordenador y mis pies elevados en el hombro del sofá. Comencé a adentrarme en ese mundo nostálgico que me ha atrapado últimamente. Por mi ventana entra cierto vientecito fresco y húmedo que hace erizar mi piel, viagra pero no me detengo, creo que los recuerdos se agolpan y pelean por salir al mismo tiempo.
En otros tiempos por estas fechas, disfrutaba del calor familiar, de madrugar a platicar con Tío Emiliano, saltando el cerco o lo poco que quedaba de él, entre nuestras casas. Salir a las 7:30 a despertar a Tía Vila, para disfrutar una espumosa taza de café de ´´palo´´ o simplemente despertar bajo el hermoso cielo Ajuteriquense.
Hoy sigo aquí, esperando en mi casa de Teguz que los días pasen para volver ahí, donde el reencuentro con mi padre, mis hermanos y gente muy querida es inevitable y necesario.
El cariño urge, nuestro cuerpo pide abrazos sinceros, esas sonrisas cómplices de mis primas y primos, las charlas hasta el amanecer, los gritos de los niños compartiendo los días no vividos, queriéndolos recuperar de golpe, inmortalizarlos o congelarlos. Ver rostros que recuerdas lozanos y frescos, ahora marchitos y más sabios, pero con el cariño agrandado y desbordado.
Conversar con tus amigos y amigas de infancia, recorrer las callecitas empedradas y polvorientas donde quedaron rastros de tu niñez. Precisar el recuerdo de tus ancestros en aquellas casas antiguas y majestuosas, testigos de un pasado rico y mejor. Saludar con cariño a todo el que pasa, detenerte en cada calle a saludar al que no te reconoce, te ve con curiosidad o como un extraño. Sonrojarte cuando los vecinos te invitan a pasar y comparten con vos lo único que tienen. Llenar la casa donde naciste con música, colores, bullicio, con presencia.
Reconocer en los ojos de mi abuela la ternura, que aún me espera, que no se le va la vida porque no le da la gana, porque quiere seguir viviendo para dedicarnos sus rosarios diarios, para mostrarnos las fotos cuando éramos chicos o simplemente para decirnos que somos los primeros en sus oraciones y que nos ama, que con sus pasos todavía resueltos descubre mil motivos para vivir.
Sentarme en aquel bello parque y contagiarme de la paz del instante. Cerrar mis ojos, descubrir que aún soy niña, que mi madre me espera en la puerta de casa para que le haga algún mandado o para que cuide a mis hermanos. La cena está lista, el reloj marca las seis de la tarde y comenzó el Chavo del ocho.
Que mis primos están esperándome para jugar a las escondidas o para escaparnos a la fiesta de turno en el salón comunal, después de haber hecho milagros para las entradas.
Que aún comparto con mi hermana la cama, la ropa, el cuarto, los sueños. Que mi padre me tiene un poema enredado en sus manos y la soledad se la espanta con la esperanza de vernos llegar de nuevo a poblarle los ojos llorosos, con besos y risas.