Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
El primer día de clases siempre resultó una aventura. Levantarse, look bañarse, tadalafil vestirse, online desayunar y salir corriendo para el colegio. Porque la puntualidad es imprescindible. Desde la noche anterior había revisado la mochila para que no faltara nada. Comenzábamos a hacer murmullos de mar en la aulas cuando llegaba el maestro.
Pasamos todo el año con ella o con él, aprendiendo. No todos eran maestros con vocación, más de alguno se había visto forzado a trabajar en las aulas, sin embargo los que fueron maestros de verdad siguen teniendo todo mi respeto y cariño.
De mi primaria recuerdo con afecto a dos profesores
La primera profesora que no olvido es Celmira Estrada, la tuve en preparatoria y primer grado. Ella era muy dulce y nos enseñaba bien. Para el terremoto de 1986 estaba con ella, fue toda una mamá gallina con sus pollitos. Tengo compañeros con los que aún nos recordamos. Una maestra con paciencia estoica, que después fue mi maestra de matemática por las tardes.
En tercer grado mi maestro fue Juvencio Granados, que era todo un lujo. Nos enseñó a cantar, competencia que no era parte del plan, pero nos inspiraba. Cantamos una vez la canción de Roberto Carlos: Un Millón de amigos, mientras él tocaba la guitarra. Después tuve más relación con él, porque me llevaba en su microbús, aunque después debía de caminar varias cuadras para mi casa, pero ya estaba acostumbrado a caminar largas distancias.
A un maestro que siempre recuerdo con cariño fue al profesor Carlos Zepeda. Él era el subdirector de tercer ciclo en el Cristóbal Colón. Su voz era común todas las mañanas que hacíamos formación general. Recuerdo cuando me llegó a traer con Rafael Mendoza para que dibujáramos al padre Vilaseca. Desde entonces el profesor Zepeda estuvo presente en el resto de mi educación, desde séptimo grado hasta el bachillerato. Luego cuando llevé a mi hijo, él lo recibió. Seguía igual, un alma noble y con un profundo espíritu de servicio.
En bachillerato Seño Raquel (Raquel Martínez de Miranda) se lleva la corona de laurel. ¡Qué maestra! Una mujer impresionante, conocedora y disciplinada, además de tener un corazón maravilloso. Seño Raquel me enseñó Ciencias Sociales, me hizo trabajar y aprender. Fue lindo cuando un día me dijo que tenía los mismos gestos de mi papá. ¿Conoció a mi papá? Sí, fue su maestra en el Inframen y además fue compañera y amiga de mi abuela Josefina.
Y no me puede faltar mencionar a la mejor maestra que me dio la vida, mi abuelita Josefina Pineda de Márquez. Todos los días me sigue enseñando tanto, ¿qué otra cosa puede hacer una maestra con más de 65 años de experiencia.
Felicidades maestros y maestras, bastión de nuestro país.
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