Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
Para cualquier profesión u oficio hay un maestro o varios. Yo he tenido la dicha de tener tres: Josefina Pineda de Márquez, Geovani Galeas y Carlos Santos. Cada uno a su manera me enseñó algo.
Mi abuela como sabrán fue la impulsora de la métrica clásica y la preceptiva literaria. La persona que más horas me dedicó y quien es como mi madre. Mi abuela es mi amiga y con ella podemos pasar varias horas conversando porque nos interesan las mismas cosas. Somos tan parecidos que asusta. Eso no quiere decir que lo compartimos todo, pero si la gran mayoría y allí nos tienen pasando de un tema a otro, iniciamos con Fidel Castro, nos pasamos a José Martí, entonces surge Rubén Darío, seguimos con Claudia Lars, a citar la Biblia, aparece por allí Buda o Sai Baba y entonces sale el Dalai Lama, rompe el silencio el judaísmo y aterrizamos con José Saramago. Con ella seguimos hablando de todo y me sigue diciendo cuando un escrito aún no está del todo cuajado. Es alguien que aprecio por tantas cosas, por su humanidad, sus convicciones, su redacción, sus dotes de maestras y su incomparable devoción como abuela.
A los 19 años me encontré a Geovani Galeas, a este me lo presentó un amigo de mi papá llamado Godofredo Carranza. La idea era que él nos diera una obra de teatro para montarla. Poco a poco me acerqué a él. Le llevé mis escritos y él con su desenfadado estilo me dio su opinión. Las primeras veces terrible, pero luego fue menguando la fiereza y brindándome un par de halagos. Me prestó varios libros y gracias a él inicié mi lectura de Jorge Luis Borges. A diario lo iba a buscar a Tendencias para conversar y que me diera consejos literarios, después lo visitaba en su casa, pero con el tiempo y los viajes nos distanciamos. Espero pronto poder reunirme con él y saber qué es de su vida.
En la misma época que conocí a Geovani me presentaron a Carlos Santos, un estupendo poeta salvadoreño, yo lo había visto pasar varias veces por mi casa. Con él tuve un gran amistad y aprendí muchísimo, no sólo de poesía, filosofía, cuento, narrativa, sino también de la vida y de ser persona. Llegaba casi todas las tardes a su casa y bebíamos café frío y sin azucar (era horrible). Pasabamos horas y horas conversando de poesía, de la vida, de todo. Una vez estabamos en un parque de la colonia Miramonte y me preguntó: “¿Qué crees que es la poesía, Kaa, comunicación o insinuación?”. La pregunta me dejo frió. No sabía que responderle porque no estaba seguro todavía, no tenía fundamentado mi concepto acerca del tema y fui sincero, le dije que no sabía y que me explicara la diferencia.
“Un poeta de la comunicación es Mario Benedetti, todo el mundo lo entiende y transmite una idea; en cambio un poeta que insinúa es César Vallejo”, dijo Santos y volvió a fumar su cigarrillo.
Bueno, entonces si hay poetas comunicativos e insinuadores porqué la pregunta. Y con ese gran signo de interrogación en la cabeza le pregunté: ¿Y para vos qué entonces?
“Ahhh es insinuación porque es eterna y no sólo de un momento. Yo prefiero insinuar, que me lean porque quieren poesía y no datos… para eso mejor que lean el diario o cualquier libro que instruya”, contestó Carlos con molestia.
Con el correr de los años indagué más, aprendí más y empecé a notar que la poesía si debe insinuar, pero también comunicar. Estoy de acuerdo con Dilthey, Zaid, Matilde Elena López, Gayol Fernández y otros autores en que la poesía es comunicación, pero también estoy de acuerdo con Santos, aunque la insinuación debe estar limitada a breves espacios, porque sino el escrito se transforma en Alegoría o en cualquier otra cosa, menos en poesía. Esta fue la última lección de Carlos, una en la que no estuve presente, pero si la fundamento porque me hizo tener mi propio criterio y darme cuenta que no sólo tenemos maestros físicos que nos dan clases y guías, sino que están los libros, los escritos, que nos hablan y nos muestran algo más de la vida. Gracias a Carlos me di cuenta que hay otros maestros, unos que murieron hace tantos años y que no conocimos, pero nos enseñan a través de las líneas que dejaron o de sus comentarios que son transmitidos oralmente.
Mi abuela como sabrán fue la impulsora de la métrica clásica y la preceptiva literaria. La persona que más horas me dedicó y quien es como mi madre. Mi abuela es mi amiga y con ella podemos pasar varias horas conversando porque nos interesan las mismas cosas. Somos tan parecidos que asusta. Eso no quiere decir que lo compartimos todo, pero si la gran mayoría y allí nos tienen pasando de un tema a otro, iniciamos con Fidel Castro, nos pasamos a José Martí, entonces surge Rubén Darío, seguimos con Claudia Lars, a citar la Biblia, aparece por allí Buda o Sai Baba y entonces sale el Dalai Lama, rompe el silencio el judaísmo y aterrizamos con José Saramago. Con ella seguimos hablando de todo y me sigue diciendo cuando un escrito aún no está del todo cuajado. Es alguien que aprecio por tantas cosas, por su humanidad, sus convicciones, su redacción, sus dotes de maestras y su incomparable devoción como abuela.
A los 19 años me encontré a Geovani Galeas, a este me lo presentó un amigo de mi papá llamado Godofredo Carranza. La idea era que él nos diera una obra de teatro para montarla. Poco a poco me acerqué a él. Le llevé mis escritos y él con su desenfadado estilo me dio su opinión. Las primeras veces terrible, pero luego fue menguando la fiereza y brindándome un par de halagos. Me prestó varios libros y gracias a él inicié mi lectura de Jorge Luis Borges. A diario lo iba a buscar a Tendencias para conversar y que me diera consejos literarios, después lo visitaba en su casa, pero con el tiempo y los viajes nos distanciamos. Espero pronto poder reunirme con él y saber qué es de su vida.
En la misma época que conocí a Geovani me presentaron a Carlos Santos, un estupendo poeta salvadoreño, yo lo había visto pasar varias veces por mi casa. Con él tuve un gran amistad y aprendí muchísimo, no sólo de poesía, filosofía, cuento, narrativa, sino también de la vida y de ser persona. Llegaba casi todas las tardes a su casa y bebíamos café frío y sin azucar (era horrible). Pasabamos horas y horas conversando de poesía, de la vida, de todo. Una vez estabamos en un parque de la colonia Miramonte y me preguntó: “¿Qué crees que es la poesía, Kaa, comunicación o insinuación?”. La pregunta me dejo frió. No sabía que responderle porque no estaba seguro todavía, no tenía fundamentado mi concepto acerca del tema y fui sincero, le dije que no sabía y que me explicara la diferencia.
“Un poeta de la comunicación es Mario Benedetti, todo el mundo lo entiende y transmite una idea; en cambio un poeta que insinúa es César Vallejo”, dijo Santos y volvió a fumar su cigarrillo.
Bueno, entonces si hay poetas comunicativos e insinuadores porqué la pregunta. Y con ese gran signo de interrogación en la cabeza le pregunté: ¿Y para vos qué entonces?
“Ahhh es insinuación porque es eterna y no sólo de un momento. Yo prefiero insinuar, que me lean porque quieren poesía y no datos… para eso mejor que lean el diario o cualquier libro que instruya”, contestó Carlos con molestia.
Con el correr de los años indagué más, aprendí más y empecé a notar que la poesía si debe insinuar, pero también comunicar. Estoy de acuerdo con Dilthey, Zaid, Matilde Elena López, Gayol Fernández y otros autores en que la poesía es comunicación, pero también estoy de acuerdo con Santos, aunque la insinuación debe estar limitada a breves espacios, porque sino el escrito se transforma en Alegoría o en cualquier otra cosa, menos en poesía. Esta fue la última lección de Carlos, una en la que no estuve presente, pero si la fundamento porque me hizo tener mi propio criterio y darme cuenta que no sólo tenemos maestros físicos que nos dan clases y guías, sino que están los libros, los escritos, que nos hablan y nos muestran algo más de la vida. Gracias a Carlos me di cuenta que hay otros maestros, unos que murieron hace tantos años y que no conocimos, pero nos enseñan a través de las líneas que dejaron o de sus comentarios que son transmitidos oralmente.
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Mtro. Mauricio A. Vallejo Márquez
Editor y coordinador
Suplemento Cultural Tres mil
Diario Co Latino
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