Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
No existe persona sin origen. Sin importar que desconozcan los ascendientes de ésta, tendrá un origen ineludible marcado por sus rasgos, su rostro u otras señales como el color de piel y la estructura del cabello. Habrá casos que incluso pueden utilizar las pruebas de ADN para tener certeza de dónde provienen y tener una gran sorpresa. Muchos padres usan estos métodos para reconocer a sus hijos.
Nosotros somos descendientes de una nación que navegó por el Atlántico y desembarcó en las costas de nuestro continente americano, una nación que tiene detractores, pero también gente que los apoya.
Por mucho tiempo pensé que España nos robó el pasado con su indiscutible conquista, pero sin esa nación nosotros no existiéramos, así de simple es la cosa: sin el mal no hay nada, sin la tormenta no hay arcoíris. Muchos de mis paisanos afirman que somos más indios que españoles, que no tenemos nada que ver con España y que el apellido Martínez y González es algo muy criollo, sin embargo esto no es cierto. La península ibérica vive en nosotros, lo queramos o no. Su cultura, sus costumbres y su idioma es natural en nuestras vidas. No me imagino hablando náhuat, aunque me agradaría aprenderlo, pero nuestro mundo tan occidentalizado no permite tener la óptica de países como Paraguay donde convergen el guaraní y el español. Pero tampoco me veo hablando mi fluido español con acento de Madrid o de Barcelona, aunque me gustaría viajar por allí o por Oviedo.
Somos una cultura mestiza a la que le falta un largo brazo del árbol genealógico, pero que no debe despreciar los que tiene. Sabemos muy poco de nuestros pipiles, incluso muchos creen que el héroe Atlacatl sólo es un mito. Esta es una herencia no de españoles, sino del dictador Maximiliano Hernández Martínez, que ordenó la matanza de miles de indígenas en 1932. De esa tradición natural de El Salvador sólo quedó el recuerdo de Feliciano Ama y Anastasio Aquino, dos grandes líderes indígenas que lucharon por el respeto y dignidad de esas castigadas razas que viven en muchos salvadoreños como yo.
Mestizos
Una buena parte de nuestra sangre reclama ser de España, de esa España que no era una sola, ni tenía una raza definida. Muchas etnias vivieron en la península ibérica, entre ellos: visigodos, godos, celtas, vascos e íberos. Pero no podemos negar que los árabes y los judíos tuvieron también su parte, aunque al igual que a los pipiles se les niegue mucha de su historia. Judíos y árabes vivieron en paz allí, alternando la vida con los reinos de Castilla, León, Navarra, etc. Intercambiando conocimientos hasta que los reyes católicos decidieron expulsar a los judíos y se les ganó Granada a los moros.
Los españoles son una mezcolanza enorme de razas. Aquellos que viven en España no pueden negar que también tienen sangre india, producto de los concubinatos con mujeres indígenas, eso sin contar que también hay sangre negra. Entonces tal como El Salvador y América Latina es España, una enorme combinación que permanece latente entre el mediterráneo y el continente rodeado por los océanos Atlántico y Pacífico. Algunos negando su mestizaje e increpando a los latinoamericanos sin saber que pueden insultar a un primo lejano o a su mismos padres. En fin, somos hombres de colores con orígenes diversos, pero hombres, que nos adornan nuestros rasgos tan combinados que algún día sólo serán recuerdos y entonces se inventará otra forma para clasificarnos además de las razas, las nacionalidades y la clase económica. Mientras tanto hay orígenes y mucho material para estudiar. Pero de lo que estoy seguro que debemos enorgullecernos de la sangre que tenemos.