Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Cada mañana veo un nuevo rostro frente al espejo. Lo observo con sorpresa. Sé que soy yo, pero no el mismo de ayer. Cuando los años comienzan a pasar y las canas van llegando y esas arruguitas que dicen que hemos vivido se presentan frente al espejo nos percatamos que no somos los mismos, a pesar de seguirlo siendo. Y el rostro nos demuestra que el tiempo existe y cobra factura al segundo exacto como un reloj de arena en espera de la caída del último grano.
La primera vez que me cuestioné los cambios del individuo en mí fue tras leer los Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, al pronunciar: “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Increíble el rumbo que la poesía puede traernos.
Cuánta verdad resumida en esas nueve palabras escritas por el poeta chileno. Y es verdad, todos cambiamos para mejorar o empeorar dependiendo de la decisión que tomemos. Aunque no queramos ya no somos los mismos. Lo he notado tanto en mí que he dejado lejos a tantos Mauricios a lo largo de las escasas décadas que voy sumando, en tanto que algunos los recuerdo con un inmenso afecto y quisiera traerlos de vuelta; en cambio otros preferiría que no se me cruzaran por la mente. Todos esos Mauricios son los que han formado el que soy yo, con mis defectos y cualidades. El Corán afirma que ningún hombre debe de avergonzarse de quien es ni de quien ha sido. Aunque, creo que por ese lado la vergüenza de lo que uno hizo mal sirve para enmendar el camino como lo explica el Talmud, Tratado de Berajot 12b: “…todo quien comete una transgresión y se avergüenza de ello – le son perdonados todos sus pecados”. No porque sólo se avergüenza o se arrepiente, sino por lo que conlleva ese acto, porque enmienda las líneas torcidas. Si a uno no le importara lo que pasara y dejara que las cosas siguieran tal cual, el mundo se iría al despeñadero sin nada que lo detenga.
Todo lo que está en nuestro entorno es susceptible de cambiar por la decisión que toman los individuos; por esa razón crecen las ciudades y merman los bosques, disminuye el aire puro y aumenta el smog, la gente es buena o mala. Todos lo que pasa sucede porque alguien decidió ser.
Y uno frente al espejo no es capaz de ver que el tiempo se va escabullendo y dejando una breve estela de todo lo que fuimos, un diminuto recuerdo de quienes pudimos ser. Y a pesar de todo seguimos sumando.
Cada mañana frente al espejo reconozco menos al niño que se peinaba para ir al colegio, al adolescente que ansiaba ver su barba crecer. Me conozco más, pero también me desconozco. He aprendido a crecer conmigo mismo y a tomarme los minutos para hurgarme aunque uno nunca llega a conocer completamente a la gente ni conocerse del todo, pero cada mañana frente a mi reflejo logro ver que cada día soy otro a la vez que el mismo.