Rafael Lara-Martínez
New Mexico Tech, ailment
Desde Comala siempre…
En el ámbito llamado esoterismo existen instancias materiales cuyo enigma sólo responde a una convención cultural. Por obvia traición terrena, health esas instancias remiten al cuerpo humano y a la materia orgánica que las sustenta. Acaso facturan funciones biológicas animales: respirar, transpirar, alimentarse, etc. Su presencia imperiosa en la anatomía arraiga el espíritu en su morada física, pese a su breve paso por el mundo. Se consideran las citas siguientes como demostración de ese recinto tangible, sin el cual los ideales herméticos y místicos no se realizarían en el planeta Tierra.
Existen dos prototipos masculinos: el “afeminado y pasivo”, el indeseado, y el “heroico y activo, demoledor de dogmas y prejuicios rancios, crudo en su franqueza y valiente ante el peligro”, el modelo ideal, ¿philerasta y paederasta? (Salarrué 43-44).
“Donde los muertos conducen y señalan los pasos de los vivos (67) yo no soy una niña como ustedes creen. Soy un niño varón. Me Llamo Rodrigo […] el abuelo [la autoridad patriarcal] como él manda en esta casa [en este país] dispuso que me pusiera ropa de mujer y que me cambiaran de nombre (75) me dieron chocolate […] para que me cambiara de color (75) [de raza, por razón política del mestizaje]. Así me han disfrazado “los grandes” (75) [los que detentan el poder, los hombres blancos] “los cheles” [que] “clava[ron] en la cruz [al] indio Jesús” (155). “Me convertí para mis amiguitos en varón disfrazado de niña” (76). Claudia Lars (1987)
“Se revelará mi verdadera identidad, mi secreto de llamarme: Marta Cecilia de la Circuncisión de Sangamín, [de] ser señorita […] si he de largarme será (así dicen todos) a condición de ser “La Martina”, “La Martita” o “Martita” […] me he sentido como un poco apenada de ser tan hombre y de estar tan Íngrimo. Sé que si me pongo traje de mujer y tacón y medias de “nylon” y todo, me voy a mariposear tan terriblemente que a saber qué va a suceder”. Salarrué, Íngrimo (Humorada juvenil), 19??/1969 : 533).
La primera cita proviene de una novela que narra la búsqueda espiritual por trascender la materialidad terrestre y corporal. La interrogación central no cuestionaría si el personaje principal, el vasco don Javier Rodríguez, logra completar su objetivo místico al transfigurarse en un ser etéreo. Acaso luego de “manipular las fuerzas internas”, haría que “la Naturaleza no tenga influencia alguna sobre él” (Lindo, LIII). En cambio, de reconocer su atributo humano —revestido de hombre en un espacio-tiempo y biológico precisos— de inmediato se impone hacia cuál de los polos complementarios de la masculinidad se orienta su sondeo íntimo. Se presupone que pertenece “al heroico y activo”, ya que de lo contrario languidecería al aceptar pasivamente las convenciones sociales en boga. Una premisa fundadora de la literatura fantástica y esotérica salvadoreña se infiere de un arquetipo clásico de la masculinidad como polo dinámico ante una pasividad afeminada. Queda al lector determinar si ese cimiento viril representa una de tantas «“confesiones subrepticias” que se deslizan en el texto» para “hacer dioses a los hombres” enérgicos (Lindo, LIV).
La segunda noticia describe las dudas de la niña Carmen Brannon tal cual las imagina su doble adulto, Claudia Lars, desde la lejanía temporal. En su imaginario infantil conjetura que las identidades sociales de género —varón y niña— se superponen a las naturales hasta opacarlas. A diferencia de la perspectiva actual —suponiendo una opción personal— se exhibe una jerarquía social similar a la de la raza. La ingenuidad de Tierra de infancia se disuelve en breves comentarios socio-políticos que, de la inocencia infantil, culminan en un sesgo de política sexual insospechado. Le compete a la autoridad patriarcal —al abuelo— decidir el género de la niña con vocación de poeta, hasta encubrir su sexo natural bajo el atuendo cultural del vestido. Su remisión hacia lo subalterno la subraya un doble canje. Lo masculino se recubre de femenino, así como lo blanco se tiñe de moreno. Si macho y hembra definen categorías naturales recibidas por predestinación, varón y niña delimitan atributos culturales que se adquieren por educación familiar y escolar. El “fino lenguaje y maneras de señorita” contrasta con “los peones de la hacienda y los criados de la casa” (98), al igual que con “mi aspecto amuchachado y rústico” (141).
La tercera citación refiere “el instante de las afirmaciones sexuales” que el autor “lo ha vivido” como “experiencia” e “imagen viviente” (Lindo, CVII), acaso encarnada en el cuerpo. Aun si la memoria es siempre selectiva —mediada por el “tan corto olvido”— de su opción arbitraria no se excluye el despertar sexual del/de la protagonista. Si la pastoral larsiana intuye que el lugar determina la etnia —“el indio Cruz pertenecía al traspatio” (119), jamás a la sala o al comedor— la fantasía salarrueriana entrevé la filiación del viaje transatlántico a la identidad sexual. En oposición al vasco —orgulloso de su varonía— Íngrimo declara sentirse “apenada de ser tan hombre” (533). Y “qué va a suceder” con ese triple canje —de geografía, horario y género— es una interrogante que el escritor deja a guisa de la interpretación lectora. Quizás en él/ella/ello se encarne aquella “doncella viril, ese estado natural de transición: el estado angélico, muy alejado de aquel andoginismo ingrato que hay en ciertos afeminamientos del estado fisiológico, más, que sicológico” (Salarrué, 555). La verdadera bisexualidad residiría en la psique humana, es decir, en el deseo por el otro/otra sin ambages.
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El dilema actual no indagaría si en la fantasía, esoteria y misticismo existen referencias directas a la sexualidad y a la política de género. En cambio, la verdadera problemática la expresa el silencio del siglo XXI. Mientras en una época anterior a la teoría de género, el citado Hugo Lindo y su colega Luis Gallegos Valdés —“el sexo y ciertos problemas a él atañederos” (Gallegos Valdés, 242)—intuyen la relación de la fantasía al cuerpo humano, la actualidad la acalla. Parecería que cuanto más se avanza en materia digital, inteligencia artificial, manipulación genética, etc., tanto más se desarrollan los tabúes de la investigación historiográfica. Tal es una de las convenciones culturales que nos rige hasta que los estudios de género renueven los enfoques alrededor del cuerpo humano vivido como experiencia histórica y política.
Bibliografía
Gallegos Valdés, Luis. Panorama de la literatura salvadoreña. San Salvador: UCA-Editores, 1989.
Lars, Claudia. Tierra de infancia. San Salvador: UCA-Editores, 1987
Salarrué. Obras escogidas. San Salvador: Editorial Universitaria, 1969-1970. Dos volúmenes. Selección, prólogo y notas” de Hugo Lindo (VII-CXVIII).
Relación esotérica y mística entre dos cuerpos desnudos. Agradezco el envío anónimo por razones de estado.
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