Carlos Girón
El avance febril de la actual civilización, que lo hace a la velocidad del sonido triplicado o más, nos lleva casi de rastras a hombres y mujeres que andamos a la consecución de los medios necesarios para vivir o acaso sobrevivir, no deja margen para pensar en los demás y a menudo los atropellamos o pasamos por encima para alcanzar lo que tenemos como objetivo vital. En los diferentes lugares de trabajo, en las calles atestadas de gente, pero hoy en día más de automotores de todo color, es donde se ve el afán febril de salir adelante, aun en los lugares de diversión, estadios, anfiteatros, y demás, no permitimos que nadie se nos adelante y si lo intenta y lo hace, ¡ay! La bronca y hasta el relucir de las pistolas o aunque sean navajas y parecidos, viniendo así el incremento cotidiano de los homicidios.
El progreso –y lástima que más material que espiritual y humanista—nos amenaza sepultarnos bajo montañas de carros, camiones, rastras y demás. En las ciudades principalmente hoy a toda hora no sólo en las “horas pico” padecemos los embotellamientos, cada uno queriendo salir adelante y por esa terquedad y no por otra causa es que se dan los “cuellos de botella”. Éstos son fáciles de resolver. ¿Cómo? ¿Sacando de circulación la mitad de los automotores u obligar a la mitad de los conductores a viajar a la medianoche o de madrugada, con un tráfico más vacío? No. No hace falta eso. Basta una pequeña dosis de comprensión, tolerancia, bondad y solidarismo para volver fluido el tráfico. Aunque uno vaya urgido, tan de prisa, siempre tiene oportunidad de hacerle espacio a los sentimientos humanos, un simple gesto de cortesía, de amabilidad y bondad, para moverlo a uno a cederle la pasada el que está a media calle ocasionando los nudos casi ciegos del tráfico. Si todos los conductores tuviéramos esos gestos, el tránsito avanzaría sobre ruedas y cada uno podría ver en el espejo retrovisor de su auto una cara de angelito, sonriente y satisfecho de buenas acciones.
No podemos permitir que el desarrollo descomunal, inimaginable hace unas cuantas décadas, nos apabulle, no quite el aliento y nos produzca ese “stress” tan de moda que no conduce a nada bueno. Ese mal es causante de tantas y tantas enfermedades que llevan a muchos a abarrotar los hospitales públicos y privados. La ansiedad obstruye la libre circulación de la sangre en el cuerpo y prontamente genera cansancio, malhumor y frustración y desesperanza. ¡Ánimo, ánimo! Entonces es que debemos echar mano de nuestros poderes que guardamos en los mecanismos que mueven nuestros cuerpos y sus funciones.
Los problemas y males que padecemos los habitantes de pequeños países encontraríamos dichos males en una mayor proporción en las grandes ciudades que están todavía más abarrotadas de máquinas, ahora hasta con automóviles autónomos y los robots que se mueven también por muchas partes hoy en día, fruto de esos avances de la ciencia y la tecnología. Pero si no aprendemos a convivir con los demás, echando mano de los mayores quilates de valores que nos diferencian y distancian de los seres de las selvas –aunque, a fuer de sinceros, allí en las selvas no se ven atentados entre ellos, demostrando así ser más inteligentes que aquel “homo sapiens”–; si no aprendemos eso, decía, no lograremos sobrevivir mucho tiempo con nuestra civilización actual.
Esto que digo de las calles bien se aplica, en otro ámbito, a las esferas donde señorean los políticos “de profesión” o los hechizos, advenedizos, donde se aprecian en pantalla grande los encontronazos entre ellos mismos o las zancadillas que se ponen, amén de los que se han entrenado magistralmente para poder deslizar las manos en las bolsas del tesoro público –quienes no toman en cuenta que esas acciones indebidas, tarde o temprano lo hará pagar caro, terminando con sus huesos tras los barrotes de hierro de las cárceles. Esto, donde se hace resplandecer aunque sea fugazmente el o los fueros del derecho y la justicia. Tristes y abundantes ejemplos los vemos en las diferentes latitudes del planeta.
Mejor ser humildes, honestos y bondadosos con nosotros mismos, con los demás y nuestros países para no mancharlos de ignominia.
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