Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Descartes, el iniciador de la llamada Filosofía Moderna y gran exponente del Racionalismo Filosófico, sostenía que los animales son autómatas privados de lenguaje. Posteriormente, Martín Heidegger, el gran existencialista de “Ser y Tiempo”, posteriormente, sostenía, sin más, que los animales eran sujetos pobres de mundo y privados de la capacidad de morir. En esta última frase de Heidegger, debe reconocerse su espíritu y su talante existencialista, pues para él, el pasado y el futuro eran una ficción y sólo podía existir el presente, siendo que para aquellos que sólo reconocen el presente, la muerte no puede existir. Esta posición sitúa a los animales como seres que no tienen mundo y no son sujetos. Hay, en ambas posiciones, una defensa extrema del “especismo”, esto es, la discriminación de parte del llamado “homo sapiens” de las otras especies animales; y también hay en ello el primer eje, y de hecho el más fuerte y el más peligroso, de este conjunto de fenómenos, potente y complejo, que se llama antropocentrismo.
El antropocentrismo es, sin duda alguna aun, la propia atmósfera cognitiva en la que se soporta el hombre, y se sostiene sobre tres ejes: Un eje ético, cómo el hombre se comporta; un eje metafísico, cómo el hombre ve y concibe el universo, y cómo lo concebimos a su interior, esto es, su cosmovisión; y un eje científico, con el que el hombre busca descubrir lo oculto e inexplorado. En todo caso, el antropocentrismo, y con él el especismo, es un término moral, e incluso, axiológico. En efecto, es el uso de la razón como virtud no-indiferente: El humano habla, el animal, no; el humano piensa, el animal, no; el humano es autoconsciente, el animal, no. Es una especie de límite de toda moralidad, y provoca una humanidad que se distancia de todo aquello que no puede decirse humano: “El planeta no es nuestra casa; el planeta es nuestro”, como lo define Leonardo Caffo en su importante libro “Frágil humanidad. El posthumano contemporáneo”.
Ha habido ya críticas fuertes al especismo. Nietzsche expresó de él una de las mayores. Decía este famoso filósofo de la sospecha que el ser humano debe recuperar la animalidad como requisito previo a su paso al superhombre, desarrollando su naturaleza sin filtros de la voluntad de potenciarse desde el pájaro al rapaz: “Golpea y aterroriza a la presa, elimina la moral”, decía. Sin embargo, hay que reconocer que Nietzsche, en segunda instancia, se situó como defensor de una especie de superantropocentirsmo. El hombre que surge del especismo nietzschiano es aquel que recupera su animalidad recuperando los instintos y las funciones básicas de los animales que en el fondo somos. Ser especista, para Nietzsche, es, pues, actuar conforme a la naturaleza: Todo es presas y cazadores, comer y ser comidos, etc.
El especismo, entonces, se construye sobre la presunta superioridad del hombre sobre las otras formas de vida, (antropocentrismo fuerte), o sobre la presunta superioridad de unos hombres sobre otros hombres, (antropocentrismo débil). Es un sistema cerrado en el que sólo vive el humanismo clásico. Científicamente es débil, por cuanto la ciencia confirma que el hombre está compuesto de la misma sustancia que los otros seres vivientes del planeta, que participa de propiedades que antes se creían sólo particulares de él y que ahora se confirma que también tienen los otros seres vivientes, como la vida mental y la capacidad de sufrir, por ejemplo. Esta debilidad ha provocado que el hombre busque alternativas de superación. Una de estas es el llamado “posthumanismo”. El posthumano reposiciona al hombre y a la humanidad dentro de un esquema integrado con la naturaleza, superando al antropocentrismo y construyendo una nueva visión para su futuro.
¿Qué es el posthumano? En primer lugar, es un humano que surge de una humanidad abierta, no cerrada: “No estamos solos”; una humanidad en continuidad ontológica con los animales y la naturaleza, que no se sitúa en una posición especial en el mundo, que tiende a hibridarse y a modificarse con sus propios productos tecnológicos, modificando radicalmente sus predicados y parcialmente su esencia. Así lo define Caffo en su obra ya citada. El posthumano, como obra abierta, se contrapone, por principios y parámetros, al humano como obra cerrada del humanismo: Es la más grande mutación que nuestra especie está por sufrir. Este hombre posthumano participa de una nueva ética que le permite adaptarse al nuevo hábitat; participa a su vez de una nueva forma de interpretar las realidades y las cosas mismas; está alrededor nuestro, no se nutre de vida consciente y no abusa de la naturaleza, ni tampoco por el uso de la digitalización del mundo. Quienes anticipan esta tremenda mutación por venir, aseguran que el fin del homo sapiens y el inicio del posthumano contemporáneo son un bien para la conservación general de la biodiversidad. El posthumano, así, es la toma de conciencia de la realidad en la cual vivimos. No es, pues, el transhumano; es otra expresión de la evolución en busca de una especie de holismo natural que permitiría a la humanidad un nuevo y largo ciclo vital. Es una opción de la humanidad, (Hawking hablaba de otra: prepararse tecnológicamente para abandonar la Tierra, esto es, lo natural, y habitar otros “mundos”, preparación que encerraba implícitamente la modificación del homo sapiens llevándolo hasta el hombre modificado tecnológicamente).
Bien. Pero el asunto es: En esta integración del hombre con la naturaleza, en donde él deja de ser el centro, deja de ser un ser especial en el mundo, para transformarse en un híbrido que vence al especismo y al antropocentrismo, que modifica su esencia y sus predicados, que se absorbe en una ética natural, ese otro hombre, no el tercero ni el cuarto, ¿cómo se sitúa en cuanto al lenguaje, a la lengua?, ¿cómo comunica sus ideas, sus pensamientos, integrado así como está a un mundo abierto, a una realidad abierta, dentro de la cual sabe que no está solo? ¿cómo queda el lenguaje?, ¿cuál será esa nueva forma de comunicación que utilizará? Porque, volvamos a Descartes y a Heidegger: los animales están privados del lenguaje, no son sujetos, son meros objetos privados incluso de la capacidad de morir, no piensan, no hablan?
La lengua es un instrumento de los humanos mediante la cual estos expresan sus pensamientos. Si el humano se modifica, la lengua debe consecuentemente modificarse. En esa mutación terrible y tremenda, que la ciencia actual, con tanta seriedad, anticipa por venir, el posthumano habrá de modificar también su lengua. Ese es el enigma, esa es la cuestión: ¿Cuál será la lengua del hombre en el mundo posthumano, vencido el especismo que nos ha llevado al antropocentrismo actual?