Por Carlos Abrego
María Kodama cuenta que, en 1971, cuando Borges recibió el Doctorado honoris causa en Oxford, pasó esto: “mientras charlábamos -nos dice- con un grupo de admiradores, alguien habló de El tamaño de mi esperanza. Borges reaccionó enseguida, asegurándole que ese libro no existía y le aconsejó que no lo buscara más”. El libro existe. En una nota explicativa la ejecutora testamentaria nos cuenta el deseo de Borges de suprimir esta obra de 1926 y además agrega que ha publicado de nuevo el libro, pues el mismo Borges permitió a los editores de las Obras Completas de La Pléaide traducir al francés partes del libro, lo que ella interpretó como una autorización para volver a publicarlo.
¿Por qué les cuento esto? Muy simple, el título del folletito borgiano me parece estupendo y se me ocurre que hubiera sido apropiado para llamar alguna recopilación de mis artículos, pero no solo llego tarde, sino que además tengo poca vocación de plagiador.
Aunque me atiborran esperanzas y sueños. De inmediato aclaro que soy muy poco dado a avizorar utopías, tengo un fuerte sentido de la realidad y de lo posible. Una utopía no encuentra lugar en el mundo real. Mis esperanzas ya no me conciernen personalmente, son todas proyecciones hacia lo que nos depara la historia, los posibles que puedan volverse realidades, sueño con una nación salvadoreña emancipada.
No cabe duda que atravesamos por un momento histórico muy tenebroso y oscuro, padecemos de una dictadura que con empeño y ahínco se esfuerza por destruir nuestra historia, nuestra cultura, nuestros logros democráticos, nuestra economía. El dictador también se empeña en decorar atractivas vitrinas para engañar incluso a los nuestros, ya no digamos a los ajenos. Pero ahora tenemos un país que no tiene reservas alimenticias, que no tiene capacidad para alimentar a toda su población, apenas 7% de las necesidades son cubiertos por la producción nacional. La familia gobernante da la impresión de que poco o nada perciben nuestro país como suyo, tal vez solo para saquearlo.
En estas circunstancias es duro alimentar esperanzas o acariciar sueños, sin embargo, que estos sátrapas no alcancen a perturbar nuestros ánimos y que mantengamos vivos nuestros anhelos de un nuevo país. No nos dejemos abatir por estos granujas. No permitamos que empañen nuestra imaginación.
Ciertamente desear que nuestros cipotes fueren a escuelas modernas con aulas espaciosas y bien equipadas y que los maestros estuvieren excelentemente capacitados para guiar a sus alumnos a adquirir conocimientos, juicios propios y el libre albedrío es cosa normal y suficiente, pero no alcanza a ser un sueño. En este sentido tenemos que ir más lejos, ser más exigentes con nuestra esperanza. El sueño es crear un país en el que los jóvenes encuentren los medios para completar su aprendizaje, para adquirir la profesión de sus ambiciones y tener plenas oportunidades de ejercerla.
Mi propósito es no soñar desde el presente, sino que a partir del futuro. El presente, esta sociedad de privaciones, de enajenaciones, de diferencias sociales, de explotación, con gente que inculca el egoísmo. Esta sociedad que crea fenómenos sociales que oprimen a los hombres y que no les permiten su total cumplimiento personal.
Es cierto que sabemos que nada, ni nadie sobrepasa su época. Y esto abarca cualquier sea el campo, incluido los sueños y las mismas esperanzas. Pero anhelar salarios justos es algo que nos limita y mantiene dentro de esta sociedad, pues ¿cuál puede ser la justicia contenida en un salario? El salario implica dependencia personal de otro, que cambia por dinero nuestro tiempo, para tenernos a su servicio. Esta es la más visible y primera enajenación de las relaciones de producción capitalistas. Concebir otro tipo de sociedad cabe dentro de nuestra época, es a partir del capitalismo con todos sus logros materiales que podemos imaginar un reparto equitativo de las riquezas sociales.
El poder es un fenómeno social que lleva dentro todas las dominaciones y sumisiones. La gran contradicción del proyecto revolucionario ha sido conquistar el poder para lograr su posterior destrucción. La historia nos ha mostrado que, en la incomprensión profunda de este fenómeno, de su concepto condujo al estruendoso fracaso de la construcción de sociedades totalmente libres, emancipadas. Pues el poder no es algo que se comparte, quien tiene el poder decide por los otros y su voluntad se impone, pues el que tiene el poder también posee la fuerza para hacerse obedecer.
Entonces soñar desde el futuro es imaginar el contenido de la sociedad que viene, ya despojada de las enajenaciones actuales. Quizás haya quien se interrogue leyendo esto, con toda razón, cuál deba ser el camino que nos conduzca al futuro deseado, cómo salir del agobiante hoy. Esta es una preocupación política que siempre se ha presentado con cierta urgencia, sobre todo en nuestro país, hundido en su atraso secular y con clases dominantes tan retrógradas y despóticas. Aquí no tenemos un capitalismo productor de riquezas, sino que productror de una infinita pobreza.