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Espero curarme

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Muy dentro de mí –digamos entonces en el inframundo del imaginario donde la utopía es una diosa esquiva- sintiendo la huelga de latidos caídos de mi corazón, sabía que estaba perdido en una isla desierta y remota a la que no llegó la noticia del fin de la guerra y como un Quijote embistiendo molinos de viento en los cerros de la risa, inventé mil trincheras de lucha para mantenerme vivo, para mantenerme defendiendo -con uñas, dientes e ideas- el santísimo grial que contiene el cáliz de los sueños colectivos, simplemente porque hice y haría cualquier cosa por amor al pueblo, un pueblo con rostro dulce y debilidades humanas (…) y porque decidí que el dolor ajeno no me sería indiferente y prometí –oyendo a Mercedes Sosa- que la reseca muerte no me encontraría vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

Después de haber tratado de sostener con palabras lo que solo se podía sostener con hechos, entré en el doloroso ritual del duelo rezándole un novenario inútil a tus manos suaves y amantes de la ilusión prohibida del pueblo, viéndote como una flor que ha sido traicionada por sus viejos colores y entonces la revelación es una enfermedad temible. Sin embargo, a pesar de que se que te extrañaré como a un fuerte dolor de muelas, espero curarme de ti en estos días en los que, súbitamente, he sido sacado del encierro en el que estaba deambulando en esa isla desierta, ah, utopía sin utopistas. Ya no debo seguir sufriendo a solas esta fiebre furiosa, necia, desgastante e irreal, porque se me va a incendiar la piel y los sesos y los recuerdos (…) y quedaré hecho cenizas frías y olvidos calientes, y burlas ambiguas en el continente indómito e inédito de tu mirada de diosa descalza que cautiva a los sueños colectivos de mi pueblo, el que -mientras tanto y por joder- hace con sus lágrimas el humilde y largo Rosario de los eternos migrantes que, en caravanas desgarradoras y trastabillantes, se marchan en el más absoluto de los silencios indocumentados en busca del sueño americano, como si fueran en busca de la risa de la mujer deseada e inconfesa; o como si caminaran hacia el único oasis a la vista para calmar la sed de la pobreza; o como si peregrinaran tras el canto del pájaro mitológico que augura buenas épocas en las milpas, aunque todo el año se estacione en el verano más cruel y calcinante.

En este instante, hoy mismo, en esta temible y oscura encrucijada de la lucha, debo dejar de fumarte a toda hora -ah utopía- (sobre todo cuando el cielo es una hermética caja de Pandora que pone en entredicho a los miles de mártires del pueblo) porque el deseo de verte desnuda de corrupciones y mañas y vestidos de doble costura me quita el aire que respiro y –ah paradojas de la cultura- me cierra los ojos para no sentir el dolor de lo perdido u olvidado, porque “ojos que no ven a aullar aprenden”; debo dejar de beberte en la madrugada para no emborracharme de deseos venéreos, vocingleros, inútiles y suicidas; debo dejar de pensarte o de imaginarte o de dibujarte en las sinuosas riberas de mi patética desnudez ideológica para no volverme loco en la soledad en la que mi mano derecha es, frenéticamente, la única amiga íntima que encuentra leche tibia cuando excava un pozo en mi cuerpo que, a pesar de las desilusiones sociales, sucumbe ante el dulce misterio del sándalo que respiro en una ventana sin rostro o que se desvanece en un imperio sin país.

Por las calles ayer masacradas a plena luz del día y hoy llenas de nostalgias sin nostálgicos; hoy llenas de utopistas sin utopía en la mano izquierda; hoy llenas de memoria histórica atiborrada de olvidos alegóricos que aún despiden el entrañable olor del cafecito caliente antes de las marchas en las que: conscientes, exigíamos justicia social (…) por esas calles hoy engalanadas con las luces de la modernidad, aún se desbordan los amaneceres de aquellos desvelos académicos para que la teoría social se apareara humanamente con la práctica política; por las aulas sin pupitres y por los pasillos empedrados con sueños juveniles en los que se vendían promesas de futuro y dulces artesanales de conciencia social y se regalaban suspiros anónimos y papitas fritas de clorato, azufre y aluminio para evadir el tedio mortal de las clases de historia oficial. Entonces –y quien dice entonces dice que es presa de la nostalgia de lo que no se tuvo, pero que se creyó tener- todos éramos hacedores de utopías y gritábamos al cielo todos sus milagros sin santo de por medio, y lo escribíamos en las pizarras para aprender la lección de la historia en el tiempo aquel en que las personas buenas mataban a las balas malas -al menos eso creíamos nosotros, los de ayer- buscando hacer realidad los sueños del pueblo que son incorruptibles como la miel silvestre.

Es posible. Es imposible. Es urgente. Es una cuestión de muerte o vida luego del regreso del exilio imaginario en la isla desierta de la ingenuidad política donde planté una bandera roja bajo la sombra de un sauce llorón de hojas azules y blancas. La intensidad del embrujo de la utopía que está en cuidados intensivos lo decidiré cuando el fetiche lunar sea convocado en las alas de una mariposa negra y delirante que me hará recordar la desnudez en las manos del que cree sin preguntar o sin dudar. Debo seguir las indicaciones del médico que me dijo que la fiebre de la decepción utópica es un mal doloroso e incurable, así que me recetó tiempo, abstinencia, soledad, delegación de la estafeta (..) huir, huir de nuevo a esa isla desierta para morir en la soledad entrañable de los mártires sin lápidas antes de que un tatuaje se apodere de mi imaginario así como se clava el sol a la mañana. Ya habrá tiempo de llorar a solas; de reflexionar frente al espejo; de hacer lo que estamos moralmente obligados a hacer: acabar con lo que nunca quiso comenzar porque la corrupción es adictiva. Han terminado para mi alma de luchador social los días de la leña ardiendo frente a la cual jugábamos a hacer las sombras de un país mejor en las portadas del Co Latino.

Hará frío sin ti, utopía, pero se vivirá en la nostalgia anunciada en la canción “Wish You Were Here”.

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