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Espías en aguas turbulentas

Iosu Perales

Mucho ha llovido desde el espionaje en Mesopotamia, muchos siglos a.c. cuando el rey Sargón I de Acad tomó conciencia de la necesidad de estar informado para saber que ocurría más allá de su vasto imperio que abarcaba parte de lo que ahora es Siria e Irán. Nada nuevo bajo el sol. En el tercer milenio a.c. el espionaje era ya un instrumento muy estimado en las guerras.

Pero fue hacia los 500 años a.c. que el general chino Sun Tzu escribió el libro “El arte de la guerra”, sobre tácticas y estrategias militares, obra que a lo largo de mil quinientos años fue de gran influencia en el pensamiento militar oriental y occidental. Sun Tzu subrayó la importancia de los agentes de inteligencia y el espionaje para el esfuerzo bélico. Debido a que Sun Tzu ha sido considerado durante mucho tiempo como uno de los mejores tácticos y analistas militares de la historia, sus enseñanzas y estrategias formaron la base del entrenamiento militar avanzado durante los siguientes siglos. Sun Tzu hablaba en “El arte de la guerra” de la existencia de cinco tipos de espías: «El espía nativo, el espía interno, el doble agente, el espía liquidable y el espía flotante”.

Fue durante el imperio romano que el despliegue del espionaje tuvo un desarrollo extraordinario. Interceptar comunicaciones, robar cartas, escuchas clandestinas, infiltrar a agentes preparados en las filas enemigas, etc, fueron prácticas extendidas, El propio Julio César organizó una red de confidentes para prevenir ataques golpistas. Se dice que probablemente sabía de la conspiración en el Senado que acabó con su vida, algo que no pudo evitar.

Acercarse a la historia del espionaje puede ser apasionante para las y los seguidores del género. He dedicado muchas gratas horas a leer a John le Carré, quien desveló los secretos de una decadente Alemania Oriental y a Graham Greene, el escritor de los perdedores. Sus novelas nos acercan a un tipo de espionaje que pasó a la historia por la importancia suprema del factor humano. Los espías eran hombres y mujeres, casi románticos, que arriesgando sus vidas vivieron cada minuto como si fuera el último, igual en la vida real que en los libros de estos dos grandes autores. Por cierto, animo a la lectura de “La orquesta roja” de Giles Perrault, que inspirada en hechos reales narra la lucha antifascista de una red rusa formada por judíos que actúa en países ocupados por los nazis. Conmovedora, una vez leída no es fácil de olvidar. Fue llevada al cine.

Un poco más arriba he citado a Le Carré y sus novelas ambientadas en Alemania Oriental. Tras la segunda guerra mundial un equipo de especialistas reconstruyó millones de papeles hechos trizas y así se pudo saber entre otras cosas que la Stasi, servicio secreto de esa Alemania tenía fichados a diez millones de personas, contaba con 91.000 efectivos y una red de informantes de 200.000 personas.

¿Nos espían a todos y todas? Lo que hacen los servicios secretos es clasificarnos a partir de alarmas que, en forma de frases, de palabras, e imágenes, saltan en nuestros móviles y ordenadores, sin que nos enteremos. Sí, cada una y uno de nosotros, portamos un aparato que nos espía día y noche: nuestro propio móvil, Incluso cuando está apagado. Otra cosa es que un elevado tanto por ciento no merecemos el status de peligrosos y no somos centro de su atención. Pero por poder, pueden saber mucho de nosotros a partir de la tecnología que usamos. Hablamos y hablamos, nos intercambiamos mensajes e imágenes la mayoría de las veces sin cautela y así es como somos como un libro abierto. No, no tenemos una vida secreta, tenemos una vida expuesta. No hace tanto, en octubre de 2013, saltó a la prensa la noticia de que la NSA, Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, hizo escuchas a 60 millones de llamadas en el estado español en sólo un mes, entre el 8 de diciembre de 2012 y el 10 de enero de 2013.

La aplicación Pegasus, fija ahora nuestra atención, pero antes de que surgiera este sofisticado invento israelí, otras aplicaciones más modestas y desconocidas ya han descubierto de qué pie cojeamos. Nuestras vidas están tan al descubierto que en pocos años nos enviarán la propaganda electoral personalizada, focalizándola en aquello que nos interesa y por lo que estamos dispuestos a votar. ¿Han advertido ustedes que tras una conversación con su pareja sobre la idea de comprar un nuevo coche le comienza a llegar propuestas de vehículos en forma de publicidad?

Pegasus intercepta información que la envía a otro país, desde el que se hace el robo. Supongamos que la información robada al presidente Sánchez, más de dos gigas, ha terminado en Marruecos desde donde le instalaron la aplicación Pegasus. De modo que, en síntesis, este costoso software, desarrollado por la compañía israelí NSO Group, permite grabar llamadas, capturar pantallas y copiar mensajes de cualquier móvil que pone a disposición de quien ha activado Pegasus. Su ejecución es totalmente invisible, es decir, no necesita intervención de la víctima para su instalación y tampoco se puede rastrear.

Los que espían son a su vez espiados, Unos y otros pueden instalar pruebas falsas; manipulan imágenes que fijan en tu móvil u ordenador, y tienen una capacidad propia de burlar las leyes. Un juez del Supremo puede dar en el estado español permiso para escuchar a un presunto terrorista, pero es que Pegasus, además, puede incorporar clandestinamente en el móvil del espiado una historia truculenta y delictiva sobre tráfico de personas. Vamos, que le puede destrozar la vida que es mucho más que lo permitido en su momento por un juez.

El seguimiento espía fija más su atención en instituciones y personas influyentes que conforman parte de ámbitos de decisión.  Las actividades de los servicios secretos se fijan en presidentes, ministros, obispos, grandes empresarios, sindicalistas, líderes políticos, reyes, abogados, periodistas. Generalmente los gobiernos levantan una organización secreta que terminará por espiarles a ellos también. El monstruo ha sido creado y se traga a sus creadores. Es de una inocencia candorosa creer que esta maquinaria del espionaje está bajo control de las leyes. Los servicios secretos son generalmente cloacas, no estructuras transparentes obediente de las leyes. Es un juego en el que la democracia siempre pierde.

En mi opinión. Ahora mismo dos actos de espionaje convergen en un mismo escenario. De un lado el espionaje sobre más de sesenta personas, muchas de ellas significativas del independentismo catalán y vasco; de otro lado el presunto espionaje sobre el presidente Sánchez y la ministra Robles. Son hechos separados en el tiempo, el primero coloca al Gobierno central en una posición muy delicada que amenaza su continuidad y suscita continuadas peticiones de investigación. Es entonces cuando precisamente ahora, en medio de la crisis surge el caso del espionaje marroquí, sucedido hace ya un año. Un presidente espiado muestra una vulnerabilidad tan terrible que la opción primera del Gobierno era ocultarlo. Pero ha sido necesario solapar el escándalo de los 62 espiados, desplazarlo del foco de atención y colocar en su lugar la gravedad de un presidente espiado que ahora aparece como víctima. La deriva es fácil de adivinar: el asunto va a los tribunales por denuncia del propio Gobierno y no hay espacio para comisiones de investigación. Una jugada bien pensada.

Pero lo cierto es que en Catalunya las aguas corren turbulentas. Con razón, hará falta mucho más que buenas palabras del Gobierno central. Debe haber dimisiones, la primera la de la señora Margarita Robles, cuyas intervenciones rompen los puentes del diálogo y avivan la hoguera.

Lo que está ocurriendo es un escándalo mayúsculo que golpea gravemente a la democracia. Alguien nos está diciendo estos días que estamos atrapados y que nunca sabremos toda la verdad. Derechos fundamentales seguirán siendo violentados, todo por la patria y todo por el capital. En la vida real de nuestros días los servicios secretos tienen como antaño licencia para atacar la democracia. Menos mal que siempre nos quedaran personajes maravillosos como los espías de “Nuestro hombre en La Habana” y el “Sastre de Panamá”

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