Álvaro Darío Lara
Escritor
Transitando entre las ruinas de lo que fue la ciudad capital que de niño conocí, específicamente entre la 15 avenida norte y la antigua y otrora señorial calle Arce, para mejores señas, allí, en la vetusta casa, donde antaño estuvo situado el restaurante «El Pulpo» (y donde sigue actualmente el culto a Baco), famoso por sus especialidades marinas y sus ricas oscuras, la voz implorante de Juan Gabriel salía de entre los ventanales, arrancando con todo su ímpetu y encanto, de auténtico ídolo de la dulce y trágica canción melodramática, gritos, llantos y tragos de guaro y de fría cerveza, a los respetables clientes: «Perdona si te hago llorar/Perdona si te hago sufrir/Pero es que no está en mis manos/Pero es que no está en mis manos/Me he enamorado/Me he enamorado/Me enamoré».
Aunque era pleno mediodía, las mesas rebosaban de entusiastas beodos, que se atracaban con gran energía, vaso tras vaso de espumantes bebidas espiritosas, y de deliciosas y grasosas viandas. Entre charla y charla y sendas nubes de tabaco, Juan Gabriel continuaba: «Perdona si te causo dolor/ Perdona si te digo hoy adiós/Cómo decirle que te amo/Cómo decirle que te amo/Si él me ha preguntado/Le he dicho que no/Le he dicho que no».
Inmediatamente la canción me trasladó a otros escenarios de gloria citadina, esta vez a las cervecerías «El amigo 1» y «El amigo 2», situadas en los sótanos de un central edificio comercial de San Salvador, a inicios de los años ochenta. Eran épocas de oro de Juan Gabriel y de su éxito «El Noa Noa», inspirado en el festivo ambiente de ese antro donde años atrás había cantado.
Sin llegar aún a los 18 años, y vistiendo, incluso, el uniforme colegial, junto a varios amigos del ayer, nos dábamos cita para concelebrar la suprema misa de la camaradería alcohólica. En esos sitios ocurría de todo. Lo insólito para las buenas costumbres era ahí la cotidiana regla ¡Quién nunca lo ha vivido no conoce la auténtica antropología de los bajos fondos, tan peligrosos, tan crueles y desde luego, tan sabios!
Esos escenarios donde nadie se extrañaba de un filoso cuchillo blandido ante la más inocente mirada, o de los besos y caricias monstruosas de amores poco convencionales, han alimentado a través de toda la historia del arte y de la literatura, obras maravillosas, en su desgarrada revelación humana.
Proseguía el ídolo de Juárez: «Soy honesta con él y contigo/ A él lo quiero y a ti te he olvidado/Si tú quieres/Seremos amigos/Yo te ayudo a olvidar el pasado/No te aferres/No te aferres/A un imposible/Ya no te hagas/Ni me hagas más daño».
Esa facilidad creadora, para expresar el mundo delirante donde no hay términos medios, donde se es villano o héroe, virgen o golfa, macho o marica; donde la felicidad es flor rara y fugaz, y la desgracia y la traición constituyen el pan diario, es lo que hizo grande al recordado Divo mexicano. Gracias a Juan Gabriel, y al ex Pulpo, por estos recuerdos.
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