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Estado de emergencia: Ecuador frente a las urnas

Quito/Prensa Latina

Aminta Buenaño Rugel *

Hubo una vez, un tiempo en que el Ecuador era considerado una isla de paz. Hubo una vez, un tiempo en que fuimos uno de los países más seguros del continente. Hubo una vez, un tiempo, en que las cárceles funcionaban, en que el ministerio de justicia estaba en pie, en que se sentía que teníamos gobierno y gobernante.

Un tiempo en que veíamos que nuestros impuestos se convertían en obras, carreteras, hospitales, colegios y parques, menos mendigos en las calles y más niños en las escuelas.

¿Cómo se convirtió un país tan hermoso como el Ecuador en un infierno?

Cómo, hasta hace poco, la esperanza de mejores vientos para nuestra nación hacía que los emigrantes retornaran ilusionados con la promesa de un mejor destino, después del feroz atraco del feriado bancario de 1999, que condujo al éxodo a miles de ecuatorianos sumidos en la desesperación y la pobreza.

¿Cómo una mala elección, un mal gobierno puede hacer tanto daño a una nación, a un pueblo, a una economía? Sumirla en un oscuro abismo.

¿Cómo el odio puede ser más fuerte que el amor? ¿Y la proverbial hospitalidad de los ecuatorianos convertirse en miedo puro y duro?

Este país que ahora sufre la arremetida de bandas delincuenciales que lo tienen sometido al horror, era hasta hace poco un país pacífico y hermoso.

El país de Manuela Sáenz, la libertadora del libertador. El país de Eloy Alfaro, el intrépido Viejo Luchador; el de los escritores Juan Montalvo, Jorge Icaza, Benjamín Carrión y Medardo Ángel Silva. Este país pequeño como un pañuelo, con mar, selva, montañas y hermosas islas Galápagos, ahora se muere desangrado ante la violencia, el crimen organizado y el narcotráfico.

SIN ANTECEDENTES

Hoy, no hay quién se salve en Ecuador, ni ciudadelas amuralladas dentro de burbujas doradas ni barrios populares agrietados y feos; vivimos asustados, permanentemente asustados, en un ambiente tensado por el pánico. El estrés, el miedo, el bombardeo de noticias llenas de sangre y de violencia inundan de adrenalina nuestro sistema nervioso y, lo peor, lo que agrava más esta situación es que no tenemos referencia, no tenemos antídotos contra el terror, carecemos del sistema inmunológico de la historia trágica que podría ralentizar nuestro miedo. Siempre fuimos pacíficos, no existía hasta hace poco la violencia imparable e insostenible que vivimos. Escuchábamos lo que pasaba en Colombia en los años 80 con los crímenes de Pablo Escobar y solo nos parecía material para una novela truculenta, una buena serie de violencia y terror. Lo que pasaba en Perú con Sendero Luminoso nos parecía tan lejano como la luna. Lo que pasa en los estados norteños de México con las mujeres y los narcos eran cosa de fantasía y de película. De pronto todo aquello lo estamos viviendo de golpe. La sorpresa del nocaut nos ha dejado sin reacción. Sentimos que no tenemos estado, no tenemos nación, no tenemos soberanía, no tenemos gobierno, no tenemos policía. Nadie nos cuida, nadie nos protege, estamos en la indefensión, con las manos alzadas ante la barbarie, perdidos en la selva inhóspita del sálvese quien pueda.

En las altas esferas del poder está la mafia incrustada. Infiltra con sus tentáculos poderosos gobierno, policía, militares, sistema judicial y más. Cercados por el espanto no sabemos quién es quién.

Vivimos encerrados como en una segunda pandemia. Acorralados por el miedo. No pasa un día en que no haya asesinatos, sicariatos, secuestros, extorsiones, crímenes horrendos con sus daños colaterales, robos desvergonzados a la luz del día y en las mismas narices de quienes tienen la obligación de protegernos. El horror ha llegado al extremo de que se asesina sin rubor a autoridades, alcaldes y en estos días vivimos el macabro asesinato de un candidato presidencial con fines políticos siniestros.

No sabemos si habrá un fin, si habrá un mañana, tiene que haber un fin. En el estado fallido que vivimos hemos caído tan al fondo que ahora solo nos queda subir.

Todo esto ocurre y se exacerba al pie de unas elecciones, las anticipadas del 20 de agosto del año en curso, pues el Presidente Guillermo Lasso, quien estaba siendo sometido a juicio político por la Asamblea Nacional, decretó la Muerte Cruzada en una acción con un mensaje subliminal muy claro: antes que la asamblea me destituya, yo los destituyo a ellos. Aunque esto significó el harakiri de su mandato.

INICIO DE LA VIOLENCIA

¿Cómo se inició esta espiral de violencia, cómo creció y se desmandó este reguero de miedo que se ha inoculado en nuestras venas impidiéndonos respirar?

Todo comenzó con la historia de una traición.

La gran traición política y moral del ex presidente Lenin Moreno. Este era un don nadie, sin más carisma que su minusvalía y su sonrisa aviesa, hasta que el innegable liderazgo de Correa lo elevó a vicepresidente y luego a presidente. Por sí solo no hubiera movido un voto ante las multitudes que vieron en él un seguidor de las políticas sociales que había impartido el gobierno progresista de Rafael Correa, el presidente que en un país inestable con periódicas turbulencias políticas (Ecuador tuvo siete presidentes entre 1997 y 2007) gobernó durante diez años con apoyo popular y fortaleció y estabilizó a una nación cuyas estructuras estatales eran enclenques y débiles.

Lenin es considerado por muchos el caballo de Troya, la caja de Pandora que trajo todas las calamidades a un país indefenso e ingenuo que creyó en él. Entregó su gobierno a manos de grupos oscuros que cogobernaban e hicieron del pandillaje su botín más seguro. Condonó deudas millonarias a los grandes empresarios, subió la gasolina que se había mantenido estable durante diez años, persiguió a sus compañeros que lo llevaron al poder; apresó al vicepresidente constitucional del Ecuador Jorge Glas sin pruebas ni delitos, hoy reconocida internacionalmente su inocencia; destruyó su propio partido político y se ensañó en perseguir mediante el lawfare al que había sido su mentor. La idea fue demonizar, con la anuencia de algunos medios, la figura de Correa e intentar que la palabra correísmo sea sinónimo de delincuencia y de vergüenza, perseguir al principal líder progresista con la ridícula sentencia de haber delinquido por “influjo psíquico”, como si fuera un brujo con poderes sobrenaturales y mágicos, parecido a las brujas medievales de nariz ganchuda y verruga que operan maleficios, y obligar, además, a decenas de sus coidearios a huir del país ante la persecución infame de un sistema de justicia a la carta.

Lenin destrozó el sistema de seguridad de su predecesor y eliminó el Ministerio de Justicia en 2018 que controlaba las cárceles, precarizó el presupuesto penitenciario que pasó de 163 millones de dólares en 2017 a apenas 90 millones en 2020.

Una vez eliminadas las instituciones que controlaban la seguridad del país, ministerios, recortes del presupuesto, ausencia de política fiscal de seguridad, el país fue asaltado de manera violenta y nunca vista por los carteles de narcotráfico, la delincuencia organizada y el pandillaje. Y estos han aumentado sin control durante el gobierno de Guillermo Lasso que se ha mantenido indemne en su burbuja dorada, respondiendo con inútiles y reiterados estados de excepción que no han mostrado ningún resultado y con enternecedoras condolencias a las familias de los asesinados.

La crisis carcelaria explotó en el 2021 y de allí no ha hecho más que crecer llegando a contabilizar más de 480 presos brutalmente asesinados desde el 2020 hasta nuestros días, pues las mafias mantienen el control en las prisiones y desde allí ejercen su sombra criminal derramando sangre, violencia y dolor sobre las calles del país.

Lenin , quien abandonó y destruyó la arquitectura social del Estado y gobernó de la mano del candidato perdedor, se puso de rodillas ante la banca y el Fondo Monetario Internacional. Y actualmente está procesado por la propia fiscalía que él apoyó en un grave caso de corrupción presidencial que alcanza a su familia llamado INA Papers.

EL GOBIERNO DE GUILLERMO LASSO

Si muchos de los ecuatorianos creíamos que el gobierno títere de Lenin Moreno era uno de los peores en la historia del Ecuador, nos quedamos cortos con lo que ha representado para las grandes mayorías el de Guillermo Lasso. Ambos gobiernos han actuado como hermanos siameses paridos de la misma matriz.

El gobierno de Lasso mantuvo y radicalizó las políticas de su antecesor, se destacó por incumplir todas sus ofertas de campañas como no subir impuestos a los ecuatorianos; pauperizó a los ciudadanos con sus políticas fiscales, gobernó favoreciendo a la banca y a grupos privados; agudizó la brutal crisis de seguridad al no manifestar voluntad política y económica para enfrentarla, mantuvo la falta de equipamiento básico a la policía quien carece de recursos elementales para combatir a los delincuentes, y su gobierno está envuelto en una ola de corrupción pública, como los casos Pandora Papers, León de Troya, El gran Padrino, que alcanza a sectores cercanos y familiares de su gobierno, evidenciada en audios publicados por periodistas que han sido amenazados de muerte y que responsabilizan de su vida al actual presidente.

Durante su gobierno, entre 2021 y 2022, las muertes violentas aumentaron en un 82 por con respecto al 2021. El país cerró 2022 con su peor registro en los anales del crimen. La estadística evidenció cuatro mil 603 muertes trágicas, lo que significó una tasa de 25 casos por cada 100 mil habitantes. El gobierno de Lasso frente al desmadre de las crisis carcelarias ha adoptado un discurso en la que responsabiliza de la violencia a las bandas de narcotraficantes, argumentando que se trata de un ajuste de cuentas entre ellas y desconociendo el control y la responsabilidad que tiene el estado sobre el sistema penitenciario.

“ESTADO OBESO” Y DESTRUCCIÓN DE LO SOCIAL

Para abandonar lo social y conducir el dinero público de los ciudadanos a las arcas privadas, tanto el gobierno de Lenin como el de Lasso apelaron al discurso vacuo del “estado obeso”.

Cuando se destruye el supuesto “estado obeso” (que significa inversión en salud, educación, empleo, seguridad) se abre las puertas a la delincuencia y el narcotráfico porque ante el crecimiento desmesurado de la pobreza y el desempleo las tentadoras ofertas del crimen y del dinero fácil se convierten en un flotador emergente para muchos ecuatorianos sumidos en la pobreza extrema que sobreviven con menos de dos dólares diarios.

La percepción de los ecuatorianos es que el gobierno de Lasso ha fracasado completamente y que ha sido incapaz de precautelar la vida de sus ciudadanos.

EL MONSTRUO DE LA INSEGURIDAD

Por encima de la pobreza y el desempleo, el problema más grave que tiene el Ecuador es la inseguridad. Sin seguridad no hay inversión, no hay emprendimiento, no hay crecimiento, no hay turismo. La inseguridad mata la ilusión y las ganas de vivir. Las extorsiones o vacunas obligan a cerrar empresas. Hunden la economía y sube el riesgo país. El clima emocional de la nación es un clima de alerta y de desconfianza. La cortisona se ha adueñado de nuestros cuerpos y nos enferma. Esto ha hecho que proliferen para las futuras elecciones de Ecuador, los candidatos rambos, los emuladores de Nayib Bukele, los vendedores de humo.

La gente siente mucha nostalgia de aquellos días en que caminábamos tranquilos por las calles. La nostalgia es tan viva como cuando se recuerda a un ser querido ausente.

CANDIDATOS Y ELECCIONES

El espantoso asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio a pocos días de las elecciones, quien era uno de los pocos presidenciables que manejaba custodia policial otorgada por el estado, fue ejecutado en condiciones extremadamente sospechosas que han dado lugar a muchas especulaciones, pues Villavicencio no asomaba como favorito ni siquiera en los tres primeros puestos de las principales encuestadoras para la lid electoral.

Su muerte parecería tener el objetivo de bajarle puntos a la candidata del progresismo, quien hasta hace poco lideraba las encuestas con una amplia mayoría de votos que le permitiría incluso ganar en la primera vuelta. Aún no se sabe cuánto afectará este hecho a la candidata Luisa González, quien punteaba hasta hace poco todas las encuestas.

Las ocho candidaturas presidenciales inscritas para participar en las futuras elecciones son: Yaku Pérez Guartambel, excandidato presidencial y representante del movimiento Claro Que Se Puede, Unidad Popular, Partido Socialista y Democracia Sí; el empresario y economista Jan Topic, candidato Por un País Sin Miedo, Partido Social Cristiano, Sociedad Patriótica y Centro Democrático; el ex vicepresidente Otto Sonnenholzner, de la Alianza Actuemos, integrada por Avanza y SUMA; el exlegislador Fernando Villavicencio (Movimiento Construye, que aunque muerto aparecerá en la papeleta); el empresario y excandidato presidencial, Xavier Hervas (Movimiento Reto); el empresario y exlegislador Daniel Noboa (Alianza Acción Democrática Nacional, Pueblo, Igualdad y Democracia y Mover); Bolívar Armijos, del Movimiento Amigo; y la exlegisladora, Luisa González, del Movimiento Revolución Ciudadana.

Una gran cantidad de los ecuatorianos tiene la percepción de que si gana uno de los candidatos que representa a la derecha neoliberal que nos ha desangrado, va a seguir todo igual, nada va a cambiar, como si Lasso siguiera gobernando. Ya conocemos aquella máxima atribuida a Albert Einstein quien afirmaba que locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes.

Se siente en las calles la necesidad urgente de salvar la patria, necesidad de salvar un país que se hunde. La necesidad urgente de un cambio.

El pueblo respira el deseo y la esperanza de que volvamos a ser el país seguro que fuimos, el ansia de la inversión en lo social, en que haya medicinas en los hospitales y no el obsceno reparto del que fuimos testigos en tiempos de Lenin y de su alfil María Paula Romo; la aspiración del fortalecimiento del Estado con más seguridad, salud y educación, hoy tristemente menoscabado por regímenes neoliberales que pusieron énfasis más en el capital que en las personas, y durante la pandemia que se cebó en Ecuador, el principal interés del gobierno- antes que atender la vida de su pueblo- fuera pagar puntualmente la deuda externa sobre los cadáveres en las calles.

Muchos analistas aseguran que lo único que tenían que hacer los dos gobiernos anteriores para ganar apoyo y aceptación era duplicar las obras sociales del correísmo.

Lamentablemente, a algunos de los actuales candidatos solo el odio los moviliza, y todos sabemos que el odio se destruye a sí mismo, contrario al amor.

Polarizadas las tendencias políticas, acorralados por el miedo, aún hay mucha incertidumbre sobre el futuro. Las fuerzas fascistas y de ultraderecha ecuatorianas son capaces de todo. Estas fuerzas han demostrado una campaña deshonesta en que volvieron a resucitar los viejos cucos de la “desdolarización” o de que “nos vamos a volver Venezuela”, y acuden a los brutales y reiterados ataques misóginos contra la única mujer candidata.

Lo único seguro es que los ecuatorianos no nos podemos dejar vencer por el miedo y con voluntad política revertiremos en las urnas una situación de violencia que solo puede y debe ser transitoria como las pandemias y los malos gobiernos.

 

*Escritora, diplomática y periodista ecuatoriana

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