Por Wilfredo Arriola
Una de las manifestaciones más sinceras de amor es dejar ver la fragilidad al otro. Dejarse en un comentario, en una despedida o en el sutil tránsito de una emoción. No todos dejan entrever esa herida, no todos pueden lograr esa posibilidad de sinceridad. Verse desnudo es entregarle las armas a quien sabes -o intuís- que no te matará. Es, además, lo contrario de verse frágil, es hacerlo porque en ese espacio nos sentimos seguros de mostrarnos tal cual. La fragilidad quizá sea el culmine de la fortaleza. Tal cual, lo menciona David Nasio: “Toda persona cruza varias veces al día la delicada línea que va de la salud a la enfermedad”.
Son pocas las personas que han logrado esa condición en nuestras vidas, pero con sinceridad, pase lo que pase no las olvidaremos. Podrán pasar diferentes épocas de nuestra historia, pero seguramente hay un espacio reservado para nuestro corazón para ellos, para ellas. Nos resultan, en ocasiones como la poesía, que está ahí y por momentos pareciese que su labor en esta vida podría ser prescindible, sin embargo, cuando la necesitamos, es irreductiblemente elemental, como los amigos. Hablo de estar al día, de no solo buscarlos en la aflicción, en lo fragmentada que se vuelve la autoestima cuando nos la dañan, y ellos con su labor de escucha o de presencia, logran armar ese rompecabeza letal de los daños. Volvemos a ser por momentos quienes somos, en esa presencia, en esa fortaleza de la palabra y el descanso. Hay quienes que no solo nos contienen, sino acuden a la cita moral de la integridad para ser en nosotros la parte que nos falta.
Y pasa… y volvemos de a poco a poco, a la rutina azarosa de la cotidianidad. Donde resuenan las palabras de los psicólogos en esas citas interminables de afrontamiento, en el cara a cara, en lo lacerante que se vuelven las frases: “La gente no abandona a las personas que aman, abandonan a las que utilizan…”, para pensarlo, y para no abandonar nunca a los que están con nosotros cuando todos los demás se han ido, en los entierros, en las bancas de una clínica, en la noche terrible de un día largo de trabajo, en las despedidas, en las crisis de ansiedad entre lágrimas, en todos esos momentos que nos definen. Somos la definición de aquellos que nos han dicho quiénes somos cuando nosotros no tenemos definición para nosotros mismos. Estar al día, pienso: es llegar cuando no pasa nada y disfrutar de la simpleza de disfrutarnos los unos a los otros, sin el látigo del dolor o la necesidad. Solo estar, con los que siempre han estado… que la cita, esta vez, sea la lealtad. Quiero estar al día con los míos, siempre.