José Acosta
En la madrugada del 3 de marzo de 2016, Berta Cáceres fue brutalmente asesinada, debido a su incansable lucha por la protección de los bienes naturales comunes, de los territorios Lenca y de los derechos de los pueblos indígenas.
Por años había recibido reiteradas amenazas, razón por la cual la Corte Interamericana de Derechos Humanos había ordenado al Estado hondureño brindarle protección, pero no fue proporcionada, por negligencia o por complicidad.
Berta fue una líder carismática, tenía el don de la palabra, hablaba con sencillez y dulzura a los campesinos e indígenas, pero también era una intelectual enérgica y valiente ante las esferas políticas, en su país; en el Parlamento Europeo; en las Naciones Unidas y en cualquier parte del mundo en donde tuvo oportunidad de denunciar el despojo y la violencia que sufría su pueblo.
Su fuerza venía de su interior, de su espíritu rebelde y de su consciencia de clase.
Conocí a Berta en 2004, durante las movilizaciones en resistencia a la construcción de la Represa El Chaparral, era una mañana de junio y celebrábamos una concentración en la plaza del municipio de Carolina, Berta había llegado desde Intibucá, con una numerosa delegación y cuando fue su turno para tomar la palabra hizo una invocación a sus ancestros, luego pronunció un encendido discurso que generó indignación y tocó la consciencia de los ahí presentes.
En los años siguientes coincidimos en diferentes eventos centroamericanos, en los procesos de lucha contra los Tratados de Libre Comercio, contra las explotaciones petroleras, contra la minería, las represas y otros megaproyectos de muerte.
Nos encontramos por última vez en la ciudad de Tegucigalpa, en octubre de 2012, desarrollábamos una reunión de trabajo con líderes de organizaciones en resistencia contra la minería metálica.
Tuvimos a Berta como invitada durante la cena y esa noche conversó sobre la brutal represión que sufría su pueblo, desatada con mayor fuerza e impunidad después del golpe de Estado, en 2009. Para ese entonces Berta, ya lideraba la resistencia al proyecto de la represa Agua Zarca que sería construida sobre el río Gualcarque, lugar sagrado para el pueblo Lenca y fuente de vida para las comunidades circundantes.
El rol de Berta fue determinante para multiplicar la resistencia que crecía constantemente, a pesar de la cruel represión; para poner en perspectiva este contexto violento téngase en cuenta que de acuerdo con Global Witness, más de 120 activistas ambientales han sido asesinados en Honduras desde 2010, la misma fuente considera que es el país más peligroso del mundo para los activistas del medio ambiente.
No obstante, el peligro al que se exponía, Berta continuó su lucha y logró frenar la construcción de la represa, lo que resultó en una serie de amenazas que finalmente se cumplieron la madrugada del 3 de marzo de 2016; Sin embargo, la intención de silenciar su voz fracasó, porque esa misma madrugada Berta Cáceres alcanzó la inmortalidad.