Entonces, ask del análisis de la primera parte, en esta segunda y última entrega surge otra pregunta: ¿cuál ha sido el impacto de las políticas educativas del Estado a lo largo de la historia en la vida de los salvadoreños? Lo que uno puede reflexionar de este cuestionamiento, y sobre todo si nos remontamos a la historia de este país, es que los mecanismos de coerción se han superpuesto a los de dominación ideológica, en el sentido de que ha habido más represión; pero no al estilo del historiador de las ideas Michel Foucault, quien realizó amplios estudios críticos de las instituciones, y en relación con esto él afirmó que la represión contribuye al cambio de mentalidades, y que por ello es una represión que no ha permitido la construcción de un aparato estatal donde tenga cabida la regeneración moral y el avance humanista del ser humano. La represión que aquí nos ha caracterizado es el uso de la fuerza para la eliminación de la oposición a un proyecto de dominación de clase. El ser humano por naturaleza es un ser moral, sabe muy bien lo que es bueno y lo que es malo; pero se ha prestado a colaborar y beneficiarse de un sistema de dominación; por ejemplo, el sistema de información y de control social construido en los años sesenta para denunciar y eliminar toda forma de oposición política y moral. A partir de esta polarización, que inicia en la década de los sesenta, y siguiendo los planteamientos del sociólogo francés Emile Durkheim, la sociedad no comienza a operar con las bases de solidaridad y cooperación, sino que norma sus pautas a partir de la violencia. Y esas son las formas de re-racionamiento que imperan hoy en día en este país. Si a esto le sumamos la ruptura del tejido social después del conflicto armado (1980-1992) y las migraciones masivas, y el poco impacto en la transformación de la vida de las personas por un mejoramiento económico y cultural, pues nos encontramos con una sociedad sin esperanza donde se es capaz de hacer cualquier cosa por sobrevivir e incluso de llegar a utilizar un puñal o una pistola como ‘herramienta de trabajo’. Vivimos hoy en día en un país que muestra una patología de descomposición social. Estamos ante una posición religiosa tradicional que no plantea soluciones efectivas, sino que nos traslada a la búsqueda de la felicidad en el más allá. Vivimos en una democracia en donde son solo dos los partidos políticos que se han convertido en una maquinaria electoral. Nos hemos enfrentado a un sistema educativo con poco profesionalismo para transformar, desde prácticas pedagógicas, estas pautas de re-racionamiento violentas. Los niños y jóvenes, en esta sociedad, son parte de un mundo que los invita al placer individual a toda costa, iniciándose, en muchos casos, a temprana edad en el consumo de drogas, alcohol y en prácticas sexuales. Es decir, viven en un mundo del cual sus padres saben poco. No saben cómo abordar la problemática en la que se ve inmerso el joven. Pero también hemos estado ante un Estado que ha colaborado para que se implantara un sistema económico que ha permitido eso. Llegamos hasta una ciencia desfasada en donde se busca hacer un mundo apartado de la realidad; y son ahora las tecnologías las que tratan de apaciguar la conciencia ante la poca incidencia del ser humano en la trasformación del mundo. Nosotros ya no podemos controlar las tecnologías, ellas son las que nos controlan, y eso es mucho más grave cuando vivimos en la sociedad de la imagen. Es decir, las pantallas múltiples; todo ese despliegue de artefactos electrónicos como la videocámara, la cámara digital, la televisión, la computadora y quién sabe qué más… Como intelectuales, nos preguntamos: ¿Cuál es la forma de salir de esto, sobre todo en un mundo ya globalizado? No hay respuesta fácil. Sobre todo cuando científicamente se ha comprobado que el eje de toda sociedad es la familia, y esta en nuestro país se encuentra, en muchos casos, transformada, por no decir desintegrada. El reto es para el Estado en su papel de director intelectual y moral de la sociedad. Pero qué podemos esperar cuando por muchos años una buena cantidad de funcionarios se ha aprovechado para sus propios beneficios de las instituciones estatales. Nos caracterizamos por vivir en una sociedad inmersa en la cultura de la desconfianza; pero el ser humano no ha nacido predestinado para vivir en el caos, en la anarquía y en el sufrimiento. El ser humano, en su mutua relación con los demás, es pensante. Y para poder crear una sociedad igualitaria y justa para todos es necesario aprovechar que solo en la misma sociedad se aprende, en el sentido de descartar lo malo y construir nuevas bases de re-racionamiento. Sabemos muy bien cuáles son los problemas que afectan a nuestra sociedad, así como también cuáles son las deudas históricas del Estado. Así pues, para crear al ‘hombre nuevo’, considero que necesitamos un cambio educativo y moral que lleve a la actuación consensuada de todos los sectores sociales, grupos, fuerzas y actores en la búsqueda de la solución de los problemas apremiantes del conglomerado nacional. Esto, naturalmente, hay que verlo como un proceso que hay que iniciarlo ya. Se trata de un reto en el que, para enfrentarlo, la participación ciudadana es fundamental. Se debe pensar primero de reforzar el sistema de pesos y contrapesos para mejorar las “delicias” que el sistema político actual mantiene, como el tráfico de influencias y la corrupción. Así se podrá romper con las ataduras del pasado, y que se mantienen en el presente. Claro debe de quedar que las posiciones religiosas tradicionales no son ninguna tabla de salvación a la sociedad actual, pues se han desvinculado históricamente de ella. Aquel que así lo considere está tratando de instaurar en esta sociedad un fundamentalismo religioso que, en vez de contribuir al desarrollo de la sociedad, la hunde en posturas radicales y retrogradas en momentos de crisis como la actual. Los anales históricos de la nación contienen evidencias de que nuestra sociedad ha sido manejada, manipulada, por una burguesía con políticas con fuertes concentraciones del poder.
*Secretario de Cultura de la Presidencia de la República
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