Ramón D. Rivas*
Desde los primeros años de la Conquista y, here posteriormente, sovaldi con la Colonia, doctor en el marco de la construcción de un imaginario impuesto a la “nueva sociedad”, se negó de forma tajante y de manera deliberada la posibilidad del reconocimiento de las expresiones culturales edificadas de las poblaciones originarias. Las historias así contadas fueron aquellas que justificaron la imagen del occidente civilizador. Más tarde, algunos elementos son tomados como referentes para la construcción de la naciente nación que después de muchos traspiés, perpetuó aspectos del pasado que solo glorifican, tal como sucede hasta el día de hoy, el proceso independentista, negando de esta manera las culturas locales conformadas por los denominados indios, negros y mestizos y perpetuando así la visión de la historia desde una perspectiva occidental de civilización. David Joaquín Guzmán Martorell es un ejemplo de los intelectuales que defendieron la idea de que lo peor que tenía El Salvador era la raza de los indígenas, pues estos en vez de trabajar para el desarrollo del país, con sus pésimas y arraigadas costumbres y actitudes, obstruían toda iniciativa de desarrollo, que había que educarlos. La nueva realidad en nuestro país a nivel constitucional plantea la estructuración de la nación salvadoreña a partir del reconocimiento de los pueblos que habitan el territorio, haciendo a El Salvador un país pluricultural que conlleva, en primer lugar, al reconocimiento explícito de todo un conjunto de comunidades relacionadas directamente con los pueblos originarios. La realidad es diferente, pues, en el año 2014, muchas comunidades se debaten en esa lucha por ser verdaderamente reconocidos. Hoy en día hay pueblos de origen nahua-pipil que son los únicos en el país, también existe un reducido grupo de familias, principalmente ubicadas en pueblos del occidente del país, que aún conservan su lengua originaria y muchas de sus costumbres ancestrales: los afrodescendientes, los migrantes árabes, chinos, judíos, etc., cuyas historias y culturas particulares se expresan en la cotidianidad. En segundo lugar, está el deseo y ña lucha de los pueblos originarios, principalmente los nahua-pipiles y los mayas, de hacer realidad ese nuevo enfoque en la administración del patrimonio histórico-cultural al vincular directamente a las comunidades en la designación de su proceso histórico y los referentes culturales del mismo. Esta nueva realidad plantea necesariamente una reflexión sobre la práctica de la arqueología y su objeto de estudio, en relación al proceso de conocimiento donde se está generado y su transferencia hacia las comunidades. Hago referencia a esto porque, en la actualidad, la reconstrucción del pasado plantea un nuevo manejo en el discurso del conocimiento sobre este pasado y los elementos materiales, manejados tradicionalmente por las investigaciones arqueológicas. Al año 2014, no basta con la designación dada por los especialistas, en este caso el antropólogo o el arqueólogo, para definir lo que es patrimonio histórico-cultural y su valoración hacia las comunidades, locales y nacionales, sino que son los hombres y las mujeres donde el patrimonio se encuentra quienes van a contribuir en las interpretaciones de lo que se considere patrimonio histórico-cultural. Ello permitirá, en última instancia, a la redefinición de los procesos históricos y la identificación de estas comunidades humanas con su historia. Sin embargo este planteamiento no deja de tener una gran complejidad para su aplicación en la realidad concreta. Esto nos lleva a reflexionar sobre dos puntos. El primero de ellos, es que con el reconocimiento de nuestro país como pluricultural se han abierto las puertas hacia el reconocimiento de pueblos que se encontraban excluidos del contexto que se reconocía como nacional, así como los procesos históricos que hacían posible tal reconocimiento; en segundo lugar, si se plantea que estas historias hasta hace poco eran parte de “otras” historias, cuyos elementos patrimoniales también se veían como el patrimonio de los otros y no eran tomadas en cuenta en la estructuración del discurso de lo nacional, en la actualidad esto implica una demanda de producción de conocimiento tendiente a incluir todos aquellos elementos considerados por estas comunidades como su patrimonio histórico y cultural. Si esto es así, la arqueología necesariamente tendría que comenzar a trabajar hacia el interior de nuestras comunidades sociales, es decir, trabajar con estos conglomerados humanos que no solo están demandando reconocimiento, sino conocimiento sobre ellos mismos, pero un conocimiento que pasa por el establecimiento de un diálogo entre las necesidades de las propias comunidades con su pasado y su inserción en el proceso histórico-social del presente. Esto no es imposible, pues los pueblos que ahora habitan cerca de los sitios arqueológicos ya no se identifican con ese pasado prehispánico. Entonces, tenemos la tarea de hacer esa vinculación. Con ello lo que quiero manifestar es que las investigaciones ahora deben darse desde la perspectiva multidisciplinaria en donde la antropología y la historia jueguen un papel de primer orden. Los arqueólogos debemos de tener en cuenta que nuestro quehacer investigativo no es ya una isla en donde solo los expertos en determinado sitio tienen cabida. Ya no podemos aceptar que un arqueólogo se apropie de determinado sitio arqueológico y con ello impida que otros se acerquen a ese lugar. Una arqueología de esa índole debe ser aborrecida y por ende, puesta fuera de lugar. No hay que olvidar que el conocimiento histórico juega un papel fundamental en la creación del sentimiento, en la elaboración de símbolos de pertenencia y la creación de epistemologías que permitan la vinculación con los elementos de la construcción de la identidad social, de tal manera que la historia y su construcción, sujeta la experiencia y la práctica en la percepción que se da en la vida cotidiana supone una consciencia social enraizada con la historia. El reconocimiento de las distintas identidades e imaginarios colectivos que forman que se manifiestan en El Salvador y sus herencias históricas es un reto en la actualidad en nuestro país. Sin duda la arqueología tiene mucho que aportar para esto, por lo que se hace necesario plantear la discusión en el marco de esta nueva realidad en relación a nuevos enfoques y a la forma de aproximación de los aspectos que conforman la arqueología, como son el posicionamiento del arqueólogo y los intereses de las comunidades. Se trata, en otras palabras de descolonizar la arqueología y para ello se tiene que pasar por un enfoque ético-político; ético porque demanda un compromiso social del arqueólogo sobre su quehacer, y político porque tenemos que tener presente que toda construcción de la historia conlleva un discurso ideológico. Lo vuelvo a recalcar, las investigaciones arqueológicas deben estar orientadas a tener una utilidad social que trascienda del simple conocimiento de los contextos arqueológicos y sus cronologías por parte de un estrecho círculo académico e intelectual que convive en nuestras universidades, museos e institutos afines y que le dé lugar a lo que hoy conocemos como el ser salvadoreño. La utilidad social de la arqueología salvadoreña pasa por situar a las comunidades originarias, en el marco de la construcción de los referentes históricos que le son propios y particulares, pero que a su vez permiten nuestro reconocimiento como parte de un colectivo. En definitiva considero que solo el reconocimiento de la historia vivida desde la época prehispánica, la Conquista, la Colonia y la época republicana, enfocado en la herencia cultural, que reúne la diversidad de las formas sociales y logros materiales que se han acumulado dialécticamente para construir las diversas expresiones identitarias, pueden responder a la necesidad estratégica de darle a la educación actual, en ese gran deseo de que los jóvenes se apropien de su cultura y la hagan suya, un contenido positivo para la formación de la conciencia histórica sobre el pasado, el presente y el futuro de la educación en El Salvador. Por lo que en el ámbito educativo el contacto con las propuestas escolares en torno a la arqueología, su método y eficacia comunicativa… de aquellos contenidos procedentes de la investigación que aportan elementos a la formación de los escolares, debería tener una presencia ineludible en toda reflexión que desde la arqueología se haga sobre la transmisión del conocimiento disciplinar, sea en un centro educativo, en un museo, en la presentación de un yacimiento e incluso en un spot de la televisión y en revistas de turismo dentro y fuera de las fronteras. Qué hacer para que el Ministerio de Educación incorpore seriamente en la currícula un conocimiento más amplio sobre las culturas prehispánicas en nuestro país y la importancia de la arqueología, la antropología y la historia como ciencias claves para estimularla por medio de sus estudios que contribuyan a la apropiación de la identidad, esa identidad que tanto necesita nuestro país. Creo firmemente que la arqueología es un medio para hacer que los jóvenes se sientan orgullosos de su pasado pero esto se da solo cuando hay apoyo del Estado, de la empresa y naturalmente de las universidades donde se crea el conocimiento. En síntesis la arqueología salvadoreña tiene que producir, por un lado, un conocimiento científico de la historia y, por el otro, ese conocimiento tiene que ser socialmente útil.
*Secretario de Cultura de la Presidencia.
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