Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Una tarea del colegio me hizo conocer a Salvador Salazar Arrué. Esos detalles que llegan a mostrarte que el mundo es mucho más ancho y misterioso de lo que ingenuamente creemos. Quise esperar a la mañana para hacerlo en el colegio, discount pero mi tío Yomar me dijo que los libros estaban acá y que podía hacerlo, find me opuse. Entonces vino él y me demostró que sí estaban. Eran cuatro libreras de metal que se miraban gordas por tanto libro, así que a leer y buscar. Comencé a apilar ejemplares hasta que tuve unos tres que me servían para el deber de Idioma Nacional (así la llamamos en tercer grado) y para otras materias. El libro mostraba los rostros de diversos escritores salvadoreños; el peinado de Salarrué, anagrama que usaba para identificarse, me volvió interesante el personaje. ¿Cómo hacía para mantener así el peinado?
Luego no me quedé con la curiosidad de leerlo, y fue así que los Cuentos de cipotes y los Cuentos de barro se convirtieron en mi entretención, ese mismo año leía repetidamente a Dickens y su David Copperfield, además de repasar las enciclopedias Combi. Así que leerlo me hacía aterrizar un poco más en mi terruño salvadoreño. Aunque, al explorar por breves momentos el campo no encontraba esa similitud que tanto afirmaban los estudiosos, aunque sí la cercanía. En fin, Salarrué fue buena compañía.
Un día en el que hurgaba en los documentos epistolares de mi papá vi que en su agenda estaba el nombre de Salarrué y su número telefónico. Pregunté si se conocían o algo, pero las respuestas fueron breves y no con los resultados que evacuaran mis dudas: “no sé”. Mi abuela, en cambio, me aclaró que se reunió en ocasiones con él. Y cómo no podría haber sido? Mi papá sentía alguna admiración por él, se nota en algunos de sus escritos, incluso existe un cuento en el que se ve que se interesaban en las mismas figuras: La Palazón. Aunque mi papá tenía elementos más actuales y urbanos, además de su propia voz.
Con los años una tía se casó con un pariente de Salarrué, aunque nunca hablamos sobre el tema. Me enteré por una conversación al viento, que casualmente leí en el ahora omnipresente Facebook.
El cuentista era un ícono literario y goza de mucho reconocimiento, en vida y de forma póstuma. Y tiene una genial maestría digna de leer y leer. Sus escritos nos evocan tantas imágenes, su narración es tan límpida a pesar de que por momentos utiliza palabras en desuso o que resultan impronunciables para algunos, además de su profundo simbolismo teosófico.
Hace algunos días, el escritor Mario Castrillo me habló de que estaba próximo un buen momento para conmemorarlo, y así Castrillo se ofreció con amabilidad para recaudar esta hermosa selección que presentamos en las páginas de Tres mil. Un buen día para recordarlo y conocerlo, y por supuesto para no olvidarlo.