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A dos metros del presidente de la república, Salvador Sánchez Cerén, en el portal de la que fuera hasta el periodo presidencil anterior la residencia oficial de los gobernantes, el niñito Diego reclama a su mamá con una energía e insistencia que revelan un temprano carácter fuerte: “Quedémonos a vivir aquí”.
La inusual escena sorprende a quienes están cerca y pueden ver el rostro de consternación de la mujer y la firme determinación en la carita de su hijo, quien lleva su bracito izquierdo enyesado y hala a su mamá hacia el estadista.
La joven logra detenerlo en medio de una treintena de otros niños y niñas que esperan turno para tomarse una foto de recuerdo con el Presidente, al finalizar el programa Casa Abierta, donde todos compartieron una mañana dedicada a la niñez y la adolescencia.
Diego –como llama la mujer al niño-, insiste: Quedémonos a vivir aquí, quedémonos a vivir aquí, mientras la madre tira de él, cuesta abajo, por la callecita que conduce a la entrada al inmueble. Los adultos, entre ellos un alto ejecutivo de televisión, sonríen a la mujer, comprensivos, mientras se aleja con su hijito, de unos cinco años.
Los dos, entre los invitados al Casa Abierta, desaparecen tras una camioneta estacionada a mitad de la cuestecita y solo ellos, o algún otro testigo ocasional, conocen como terminó el suceso y la reacción final del niño Diego.
Ciertamente, cualquiera que se pare en el portal de la residencia, y solo mire abajo los jardines bien cuidados, los árboles, el pequeño helipuerto, y sienta el viento fresco en el rostro, a mitad de la apacible mañana, concluirá, sin duda alguna, que Diego tiene razón.
Hace casi dos años y medio, el 21 de mayo de 2014, el entonces presidente electo Sánchez Cerén sacudió los ambientes políticos y periodísticos del país con el anuncio que renunciaba a vivir en la elegante residencia oficial de la colonia Escalón y continuar viviendo en su casa de siempre.
Después de asumir el cargo, el 1 de junio de ese año, junto a su esposa, la primera dama, Margarita Villalta de Sánchez, convirtieron la Residencia Presidencial en un lugar de encuentro y diálogo con la sociedad, y en un centro promotor de la cultura, en especial de la obra de los pintores salvadoreños.
Así nació el programa Casa Abierta, que es alternado los sábados con los otros dos programas presidenciales que establecen el contacto sin intermediarios entre el gobernante y sus ministros con las comunidades, además de llevarles los servicios gubernamentales: el Festival para el Buen Vivir y Gobernando con la Gente.
La enorme mansión, construida en los años 50 del siglo pasado, fue adquirida para residencia de los gobernantes en 1978 por el entonces presidente, el general Carlos Humberto Romero, y el primero en habitarla de manera continua fue el abogado Álvaro Magaña, quien gobernó de manera interina de 1982 a 1984 tras el último golpe militar que sufrió el país.
Luego la habitaron sucesivamente los presidentes José Napoleón Duarte, Alfredo Cristiani, Armando Calderón Sol, Francisco Flores, Elías Antonio Saca y Mauricio Funes.
Sánchez Cerén rompió esa tradición.
La noble y admirable decisión del Presidente es desconocida por gran parte de la población, entre otras razones por la humildad del gobernante que apenas la menciona y el enorme poder mediático de la oposición derechista, que ha tenido éxito en ocultarla, en ignorarla de manera metódica.
Hace apenas dos meses atrás, otro niño, con los ojos llenos de asombro, preguntó al autor de esta crónica: ¿Y qué hace el Presidente en esa casa tan grande? A diferencia de él, Dieguito tiene parte de la explicación.
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