Exhumado

Mauricio Vallejo Márquez,

Escritor y coordinador suplemento 3000

 

Había visto por la televisión como hacían una exhumación. Con los ojos saliendo de sus órbitas recuerdo el momento en que sacan los cuerpos y algunos de los presentes son empujados por el olor hacia atrás. No imaginé en ese entonces que un día yo haría un desentierro importante.
Mi papá fue desaparecido cuando yo tenía un año y medio, era escritor. La mayor parte de su obra fue quemada o extraviada. Mi abuela materna no quiso conformarse a destruir lo poco que quedaba de su yerno y con la debida prudencia que los tiempos de guerra dan salió por la noche junto a su familia para enterrar la obra del poeta. Mi tío Luis Manuel junto a mi abuelo se encargó de cavar el agujero que resguardaría el legado de Mauricio Vallejo Marroquín. Quiero creer que recuerdo ese momento, en los brazos de mi mamá, observando sin comprender lo que sucedería.
A los días levantaron una pequeña construcción en el lugar. Nadie podría imaginar nunca que bajo esos ladrillos y concreto descansaba la obra de un poeta perseguido y asesinado. La mayoría de las tardes de mi niñez cuando jugaba por ahí no me imaginé que estaba cerca de la historia.
El deseo de encontrar algunos de los escritos de mi papá se volvía más fuerte conforme crecía. Un día mi tía Alba me mostró una fotocopia del cuento Salivitas de cipotes. En el breve tiempo que me lo prestó lo leí varias veces. Eran tres personajes: dos niños y un guardia, todo alrededor de un matasano. Era un cuento tierno que parecía sacado del libro de alguno de los autores que leíamos en el colegio, pero más auténtico y fuerte porque era de mi padre. No me conformaba con saber que los escritos andaban por ahí así que insistía a mi abuela.
Un día, mi abuela me dijo que la desenterraríamos, pero que no iba a poder solo. Necesitaba personas que me ayudaran a cavar. Así le dije a mis amigos, Atxil Josa y Tony Guardado accedieron de inmediato. Y al maestro Godofredo Carranza, quien montó junto a mi papá y a Donal Paz la obra Un solo golpe al caite, también estuvo ahí. Todos nos llenamos de tierra y sufrimos cavando en la dirección equivocada, creyendo que estaba perdido hasta que llegó el tío Luis Manuel para ubicarnos. En cuestión de minutos habíamos llegado a una parte donde las raíces rodeaban el paquete. El árbol de mango que estaba cerca se había convertido en el protector de esos papeles. Cortamos cuidadosamente para sacar la obra. Con mi corazón golpeando fuerte el pecho tomé lo que acabábamos de desenterrar y lo pusimos sobre una mesa de metal blanca. Mi abuela había traído un cuchillo con el que comenzó a quitar bolsa tras bolsa, una blanca, otra amarilla, otra negra, otra de simán, la lona naranja y emergen las páginas. Dieciocho años bajo tierra y a pesar de la humedad, los hongos, el tiempo la letra seguía viva y daba una esperanza.
Diecinueve años después de ese desentierro publicamos al fin el primer libro de Mauricio Vallejo Marroquín, un escritor joven que a pesar de su desaparición sigue presente y como un escritor joven presenta su primer libro.

 

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