René Martínez Pineda *
De forma no muy sesuda los sociólogos de los 80 hemos ido escribiendo nuestra propia historia negando lo que ésta ha sido como versión del victimario, con el objetivo de fraguar, sobre el aparente vacío de la utopía, la conspiración teórico-política de lo que deseábamos llegar a ser: el Sherlock Holmes del complejo crimen cometido por el capitalismo a plena luz del día y con millones de testigos oculares que no quieren ser criteriados. Que la sociología salvadoreña, de existir como hecho sui géneris, ande en busca del “desear llegar a ser” eso en un contexto propicio y a la vez difícil es un arrimo al juicio de Marx sobre el desarrollo humano: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmiten el pasado. La tradición de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el pensamiento de los vivos”.
Así, buscar una sociología salvadoreña es ir a buscar su espíritu en el entendido de Hegel: aquello que se conoce a sí mismo y como tal se reproduce construyendo un proceso. Esa fue la intención implícita del Congreso de 1987: en tanto que el espíritu de la sociología consiste en conocerse a sí misma, eso se logra objetivamente a través de un proceso en el que la sociología es el proceso mismo y es evolución conceptual e histórica cual ardid epistémico que se proyecta en el tiempo como un camino con un destino inequívoco en la realidad: la justa distribución de la riqueza y el cese a la represión contra el pueblo como dispositivo de gobernabilidad.
La sociología salvadoreña en los años 80 no tenía otra alternativa que ser eso, pues El Salvador se estaba convirtiendo en un pueblo histórico a través de las múltiples determinaciones de su vida político-militar, su moral Romerista, su arte de denuncia, su movimiento social y, como traductora y pregonera obligada, de su sociología, lo cual representó el eslabón perdido en 1932 en el proceso social de toma de conciencia como hecho sociológico fincado en un proyecto que se creía histórico en tanto que, como afirmó Segundo Montes en el Congreso, se estaba en una coyuntura aclaratoria de la sociología, la crisis y el cambio social, y esos tres hechos fueron considerados como el proceso a través del cual el pueblo iba tomando conciencia de su propia universalidad, recuperando su memoria e historia, adoptando para ello los ideales revolucionarios del Che, por citar el más emblemático.
En otras palabras, movidos por el ideal de una utopía que con Cuba y Nicaragua entró en nuestras coordenadas, esperábamos que el movimiento revolucionario se sirviera de la sociología para construir una sociedad que pudiera realizar el ideal socialista como otra meta de la historia universal, al menos eso creíamos y seguimos creyendo muchos de la comunidad de sociólogos. Sin embargo, treinta años después nos damos cuenta de que ni la sociología salvadoreña ha servido al propósito social, ni es tal, debido a que el pasado no ha sido asimilado e integrado al proyecto de futuro y eso hace caer en el peligro de realizar una copia perversa de tal pasado con diferente nombre, o sea poner vino viejo en copa nueva.
El problema que no pudimos resolver en 1987 -no obstante hablar de “crisis de la sociología o sociología de la crisis”- fue tomar conciencia de que la sociología y la realidad tenían la misma sed con distinto paladar y eso nos impidió abordar la coyuntura de forma cultural y dialéctica en el sentido latinoamericano. Ese abordaje implicaba observar la interacción ideológica y cultural entre las clases sociales al menos desde cuatro autores: Marx, Engels, Gramsci y Bourdieu. El enfoque de Marx que considera que la cultura –como madre de la ideología- es el principal medio por el cual se reproducen las relaciones sociales de producción en la cotidianidad del hecho sociológico y permite la vigencia de las condiciones de desigualdad entre las clases; en la misma línea, Engels habla de apropiación y defiende el hecho de considerar a la cultura como un medio, pues es con ella que el hombre logra desarrollar los subsecuentes estados de la evolución; el enfoque gramsciano que se interesa en estudiar los procesos culturales en tanto están constituidos por la contraposición entre acciones hegemónicas y subalternas; y Bourdieu que plantea que la cultura de las distintas clases se configura por la apropiación diferencial de un capital simbólico común, por las formas en que el consumo las incorpora a la reproducción social.
En los debates de 1987 llegamos a la conclusión de que esas negaciones permitieron a la sociología tomar conciencia de una verdad que, tristemente, no sería continuada en las siguientes décadas: se es “pueblo”, se es “libre” y se es “sociólogo” al interior de una circunstancia históricamente determinada y asumida como tal. Talvez esa verdad sea el único aporte que le hemos hecho a la sociología salvadoreña y a la cultura de lo libertario: la “sociología de la liberación” que no hemos sistematizado; la liberación como metáfora del hecho sociológico y del movimiento de la sociedad.
Un ejemplo ilustra mejor esa conclusión: imaginemos a un hombre encarcelado injustamente, aislado del resto del mundo. Purga una condena -al estilo de Edmundo Dantés, el personaje de Alejandro Dumas- en una celda ubicada en una torre erigida en un remoto islote. El prisionero sólo cuenta, además de sus harapos, con un plato de madera y una cuchara de metal para comer los alimentos que diariamente le llevan hasta su celda. Un día el pobre infeliz decide comenzar a cavar en secreto, con su cuchara, en un rincón de la celda, esperando paciente y fervientemente recuperar su libertad. Ese hombre utiliza la cuchara como un medio para alcanzar el fin supremo de la libertad; sin embargo, el hecho de que haya considerado darle un nuevo uso y un nuevo sentido al instrumento de metal con el cual come, nos indica que dicho artefacto no carece en su nueva modalidad de sustento ni de espíritu, pues la libertad anhelada por el prisionero es a la vez la fuerza que subyace en la cuchara o en la idea de utilizarla como una pala para que sea un medio; es decir el medio es una forma de manifestación física del fin que la anima. Así, la sociología de la liberación es un medio y un fin no redactado.
*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales UES