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Jóvenes que abandonaron la pandilla 18, recluidos en el penal de San Francisco Gotera, Morazán, interesados en reinsertarse a la vida productiva al salir de prisión. Foto Diario Co Latino

Expandilleros buscan espantar pasado de muerte en El Salvador

Por Carlos Mario Márquez
San Francisco Gotera/AFP

Busco una nueva vida productiva, la calle fue peligro y muerte”, dice Francisco López, uno de 460 pandilleros salvadoreños que, desde su encierro en el penal de San Francisco Gotera, dejaron la pandilla Barrio 18, una de las más violentas del país centroamericano.

Su paso por la pandilla fue “un tiempo de locura mal vivido”, dice López, de 38 años, 1,75 m de altura y piel morena, en un pequeño patio frente a una celda de la cárcel en el noreste de El Salvador.

“Fueron 21 años desperdiciados pero nunca es tarde para cambiar, por eso ahora ayudo a otros”, agrega López, instructor de pandilleros que aprenden a confeccionar figurillas de papel para poder reinsertarse a la vida productiva al salir de la cárcel.

Después de vivir un encierro total en celdas hacinadas por las medidas extraordinarias de seguridad impulsadas desde marzo de 2016 para combatir la violencia criminal, 460 pandilleros optaron por “convertirse en cristianos” y renunciar a la facción Revolucionarios, el ala más violenta de la pandilla 18, alentados por un pastor evangélico salido de la misma agrupación.

Por los pasillos de los talleres de capacitación del penal, los ahora expandilleros trabajan con recursos limitados en diferentes áreas productivas.

Uno de ellos, Óscar Alirio Montano, de 29 años, dice que, para borrar las huellas de su atolondrada vida de pandilla, está dispuesto a someterse a la “dolorosa” remoción de los tatuajes que lo cubren de pies a cabeza y que se estampó “durante la locura sin fin”.

Montano, quien cumplió 10 de los 15 años y medio de condena por el delito de extorsión, es ahora “monitor” de 60 compañeros en el taller de arte y dibujo en espejo.

El Penal de San Francisco Gotera, con capacidad para 400 internos, alberga a 1.122 pandilleros con penas de hasta más de 100 años por delitos de homicidio, extorsión y pertenencia a agrupaciones ilícitas. Los internos duermen en hamacas colgadas del techo una sobre la otra para que todos quepan en la celda.

Los ex pandilleros unidos para reformarse a través de los programas de reinserción.
Foto Diario Co Latino

Borrando el pasado

Como muestra del abandono a la pandilla, los ahora desafectos a la Barrio 18 borraron los grafitis en los tres pabellones donde permanecen encerrados, que ahora lucen de color verde y café.

“Los sectores 4, 5 y 6 estaban llenos de grafitis alusivos a la pandilla, con poca pintura los borramos. Estamos borrando un pasado que infundía respeto y temor a la pandilla”, reflexiona el pastor evangélico Edwin Chicas, a quien todos identifican como “El Chele” por su piel blanca.

A los 460 pandilleros retirados se les flexibilizó su encierro y se les permite asistir a diario a algunos de los 21 talleres de capacitación que se ofrecen.

Por el contrario, los pandilleros activos mantienen el encierro total por las medidas extraordinarias contra la violencia, que les impide las visitas familiares desde marzo de 2016. Uno de los talleres es para aprender inglés con el “profesor” Edwin García, 36 años, quien de niño se fue a Estados Unidos, donde vivió 23 años antes de ser deportado, y ahora acumula tres años de una pena de seis por comercio de drogas y portación de armas.

Ex miembros de la pandilla 18 en el centro penal de San Francisco Gotera, Morazán, desarrollando terapias ocupacionales. Foto Diario Co Latino

“Por andar haciendo cosas malas me deportaron de Estados Unidos, me quitaron la residencia en 2010”, recuerda García.

Otro taller que cuenta con buena cantidad de alumnos es el de alfabetización, en el cual 60 pandilleros aprenden a leer y escribir.

“Ellos aprenden el abecedario y los números, es el nivel inicial”, explica Marvin Arías, de 24 años, uno de los cuatro maestros alfabetizadores.

Al final de uno de los patios, Alexander Lara (22) y Neftalí Escobar (35) enseñan música con guitarras. En el presidio resuenan tres melodías: “Yo cambio por El Salvador”, “Yo quiero un futuro que sea mejor” y “Cuando era adolescente”. Esta última relata “el camino equivocado” de la vida.

El director de la cárcel, Óscar Benavides, advirtió que los presos que no quieran rehabilitarse “tendrán un tratamiento drástico” para “hacerle saber que la sociedad está ya cansada” de la violencia criminal.

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