Por: Orlando de Sola W.
Exportar es vender atravesando fronteras, como importar es comprar, pasando por las mismas. Ofrecer y demandar bienes y servicios es parte de la naturaleza humana, que se vale de ordenes como el estado y el mercado para homologar necesidades y posibilidades. Aquí le hemos dado una mística especial a vender desde lejos, atravesando barreras naturales y artificiales para exportar cosas y personas, cuyos ingresos en el extranjero complementan nuestros ingresos locales.
En una época fue el café nuestra principal exportación, seguido del algodón, el azúcar y el camarón. Antes de eso fueron el añil, el bálsamo y el ganado vacuno. Los colonos intentaron otros productos, como la cochinilla (un tinte rojo de origen animal que crece en el cactus) y el gusano de seda, que crece en la morera, pero no dieron resultado.
Estuve involucrado en un intento familiar por diversificar las exportaciones con productos no tradicionales, como aceite de semilla de aceituno, aceite de higuerillo, ajonjolí, miel de abejas, achiote y otros, pero nunca superaron al café. En el caso del bálsamo, la producción decayó porque uno de los exportadores, con el apoyo del gobierno, intentó establecer un oligopolio de exportadores para limitar la oferta (con permisos de exportación), forzando los precios hacia arriba. Los compradores en el extranjero encontraron sustitutos mas baratos.
Seguimos exportando cosas y personas, pero los productos industriales tienen mayor prestigio. No es lo mismo ser industrial que hacendado, o finquero que banquero, como tampoco es lo mismo ser obrero que campesino. Nuestro mercado interno crece poco por los magros ingresos familiares, que a pesar de las remesas no alcanzan para una vida abundante, solo accesible a los que no dependen de sueldos y salarios.
El costo de la vida es alto en relación a los ingresos, por lo que intentamos complementarlos con servicios públicos mal administrados. Por eso muchos emigran, ganando en el extranjero hasta diez veces mas por hacer lo mismo, con la ventaja de contar con instituciones confiables.
Exportar es bueno, pero también vender localmente, aunque no conlleva el mismo prestigio. El poder de compra local es bajo en comparación al de los extranjeros, no solo por la desigualdad social, sino por la inversión en máquinas, o bienes de producción.
Hay quienes pueden pagar tres dólares por una taza de café, pero la mayoría no alcanza a satisfacer el mínimo vital. Dicha situación no puede seguir así. La brecha entre escasez y abundancia, ampliada por la ineficacia de los servicios públicos (concesionados y subsidiados) sirve a los bandoleros, que aprovechan el vacío de poder para hacer de las suyas, igual que los carteles, cuyo origen son las ventajas, favores y privilegios ancestrales.
El Salvador, como el resto de América luso-hispana, necesita salir del mercantilismo, heredado de la colonia y atravesando la república, nuevamente cuestionada por su divorcio del bien común. Los partidos han sido convertidos en cartel y los gobiernos en oligarquía, como sucede en toda democracia representativa cuando los ciudadanos toleran esas formas.
La nueva oligarquía político-militar reta a la antigua oligarquía socio-económica, con posibilidad que se pongan de acuerdo para sostenerse en el poder. Servirse de los ciudadanos, consumidores y contribuyentes es su objetivo, no servirnos desde el estado y el mercado. Para ello utilizan la expoliación desde el estado y la explotación desde el mercado, produciendo bienes y servicios caros y de baja calidad.
De este atolladero no saldremos hasta que nos reorganicemos. Necesitamos refundar la república de verdad, justicia y libertad. A la base de esa refundación deben estar los derechos a la vida, la libertad y la propiedad, no solo de nuestro cuerpo, sino de nuestros sentimientos y pensamientos, siempre amenazados por el poder injusto incrustado en el estado y el mercado, que somos todos.
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