El mundo “civilizado” de hoy ha traído tremendos cambios en la vida del hombre. Los logros científicos lo han capacitado para alcanzar mucho más allá del punto de mira de su vida ordinaria. Descubrimientos médicos han mejorado gradualmente las expectativas de vida del hombre, y éste parece, en verdad, haber alcanzado el pináculo de sus sueños. Y todavía, más que alguna vez antes, en cada gran ciudad de este mundo “civilizado”, hombres y mujeres, olvidadizos de los altos logros de los que sus mentes son capaces, se esfuerzan por encontrar felicidad en sus vidas diarias y, muy a menudo, dejan de cumplir esta muy simple tarea.
El hombre, en su súbita percepción de su dominio sobre las cosas materiales, se ha separado mucho de los dogmas básicos de la guía divina. El hombre se ha colocado a sí mismo sobre su ser interno, sobre el muy necesitado conjunto de reglas que deberían guiarle en la vida, para lograr aquellos verdaderos ideales que están escapándosele, debido precisamente a que está ignorándolos.
Quizá lo más importante para la mayoría de los hombres y mujeres es el sentido de seguridad que puede darles un hogar amante. Y, además, como si estuvieran en directo desafío de sus básicas necesidades internas, hombres y mujeres han destruido, inhumanamente, la unidad familiar en su búsqueda de empeños pseudo-intelectuales. Los códigos morales están rápidamente desapareciendo de la consciencia de la civilización, y una licenciosa libertad para todo parece haber sido restablecida por los “civilizados” descendientes del antiguo mundo romano.
Amor sin un verdadero contenido
El amor ya no tiene significación en su verdadero contenido. Ya no es más la fuerza envolvente de nuestra sociedad. Frecuentemente aparece, una vez al año, a guisa de buena voluntad hacia los hombres, alrededor de las festividades navideñas, solamente para ser relegada de nuevo en los escondrijos de la mente durante los siguientes doce meses.
El amor, el verdadero acto de dar el ser de uno a la cabal eliminación de ser, es raramente visto en las familias de hoy. La mayoría de ellas están ansiosas de satisfacer sus propias necesidades antes de reconocer los deseos o las necesidades del compañero. Y, al así hacerse, se separan y crecen más distantes de cada uno de los otros. El resentimiento fluye en ambos lados. ¡Qué fácilmente puede esto destruir un matrimonio!
La sociedad sigue adelante. Los casados amargados estimulan a los demás a no casarse, pero sí a disfrutar la libertad de relaciones desencadenadas no se puede encontrar ni siquiera una semblanza de valores morales. Parejas deciden vivir juntas, compartiendo una casa y poniendo en común sus recursos, pero evitando la profunda relación que ocurre con la responsabilidad del matrimonio.
El matrimonio no es precisamente un procedimiento legalizado de “vivir juntos”. Es una profunda seguridad existente entre dos seres que verdaderamente se aman y que quieren compartir las necesidades físicas y mentales del otro. Es una profunda seguridad de estar allí no meramente cuando su compañero está bien y feliz, sino también estar cerca y levantarlo cuando ha caído.
Vivir juntos es una conveniencia producida por una más grande libertad en los códigos morales y por la educación de las mujeres en los métodos del control de la natalidad. En verdad, nuestra avanzada sociedad ha liberado a las mujeres de sus tradicionales y muchas veces exigentísimos roles del cuidado de los hijos. Desgraciadamente, sin embargo, en su ansia de probar su habilidad para competir con los hombres en todos los dominios, las mujeres también han sobrepasado las fronteras de la decencia. No contentas con una relación, entran a otras tan fácilmente como mudarse de casa, hasta que el significado de sus propósitos en la vida parece haber sido relegado a la mera persecución de su propia felicidad física.