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Fallido golpe en Bolivia

Isaac Bigio

Politólogo economista e historiador

A las 2:30 pm del miércoles 26 militares tomaron la principal plaza de Bolivia (la Murillo de La Paz) y entraron con tanquetas al Ejecutivo. La asonada fue liderada por el general Juan Jose Zúñiga, quien había sido comandante general del ejército hasta el día anterior en el que fue destituido por haber advertido que las FFAA no permitirán que el “traidor” Evo Morales postule a las elecciones del 2025. Evo (expresidente en 2005-19) le había acusado de liderar la organización militar Pachajcho, cuya meta era asesinarlo a él y a otros dirigentes sociales.
Zúñiga no pidió la caída del presidente constitucional Luis Arce, sino que él cambie a su gabinete y libere a los presos por organizar el golpe que depuso a Evo en noviembre 2019. El cambio que hizo Arce fue nombrar a 3 nuevos comandantes del ejército, aviación y armada, y luego desmovilizar sus tropas para arrestarlo.
La asonada fracasó porque importantes cuarteles no se plegaron y la población les repudió. La Central Obrera Boliviana llamó a una huelga general con marchas y bloqueo de caminos, un método con el que tradicionalmente los sindicatos se han enfrentado a decenas de putschs militares (muchas veces con éxito).
La derecha (incluyendo la expresidente Añez y Camacho, presos por haber hecho el golpe del 2019) rechazaron la asonada, la cual no tenía ninguna chance de triunfar. La OEA con todas las naciones del hemisferio (con excepción de la Argentina de Milei) condenaron al golpe.
Zúñiga, tras ser apresado, dijo que el mismo Arce le pidió que sacara a sus tropas para hacer un show que levante su raleada popularidad interna. Opositores de Arce de derecha e izquierda deslizan la posibilidad de que este habría sido un “teatro”. Los golpes se hacen de noche (no de día), capturan al presidente y lo cambian por otro (acá respetaron la investidura de Arce) y suelen ser bien planificados.
Mientras que hace 5 años las fuerzas armadas y policiales en pleno sacaron a Evo, quien venía siendo acosado por grandes marchas en todas las urbes y cuya cabeza era pedida por el empresariado, EEUU y la OEA, esta vez solo hubo una suerte de desfile militar.
Empero, la tesis de que esta hubiese sido un “autogolpe” o una “operación de falsa bandera” no es tan fácil de digerir. Todo golpe pone a las FFAA en el centro de la escena, debilitando a cualquier presidente, además genera inestabilidad económica y política (que dificulta inversiones y genera crisis financieras que no le convienen a Arce). También empuja a los sindicatos a pedir pasar a la contraofensiva (ahora vienen demandando reestructurar radicalmente a las FFAA y nuevas peticiones sociales). Resulta extraño que el exjefe del ejército decida hacerse un harakiri para perder todos sus privilegios y libertades.
Es probable que este haya sido un ensayo general de una probable nueva conspiración. La lección es que la comunidad internacional no quiere que los militares interrumpan la “institucionalidad democrática” y que las organizaciones sindicales y populares pueden jugar un rol clave en prevenir o derrotar golpes.

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