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Familia y futuro

José M. Tojeira

Acabamos de celebrar el domingo que la iglesia católica dedica a las familias. Al mismo tiempo, remedy y con relativa poca diferencia, order han aparecido dos documentos que desde diversas perspectivas insisten en la importancia de la familia para la integración, el bienestar y el desarrollo social. Me refiero al mensaje del papa titulado “El gozo del Evangelio” y al informe sobre Desarrollo Humano de El Salvador, 2013, del PNUD. En ambos se insiste en la importancia básica de la familia para impulsar un desarrollo humano con valores, con solidaridad y confianza en el futuro. Conviene en estos días en que terminamos un año y comenzamos otro, evaluar lo que hacemos o no hacemos por la familia en el contexto salvadoreño. Contemplar los problemas de la familia en general nos ayudará a descifrar los pasos necesarios para mejorar nuestra propia realidad.

Si tuviéramos que mencionar los principales problemas que afectan a las familias salvadoreñas, la lista sería relativamente breve. Pero los problemas son realmente de fondo. Y no tanto de la propia estructura familiar, sino externos a ella con demasiada frecuencia. La situación de pobreza en la que se encuentra una buena proporción de nuestras familias es probablemente uno de los problemas que más la afectan. La pobreza crea decepciones, lleva a asumir riesgos e incluso a veces a entrar en caminos que conducen a situaciones violentas o sin salida. Los salarios miserables, como el salario mínimo agropecuario, impulsan definitivamente a la migración, golpeando con frecuencia la unión familiar y su propio equilibrio emocional. También la violencia existente en nuestro entorno, con sus niveles de muerte, extorsión e impunidad, daña a la familia e impulsa con frecuencia a abandonar el país. Somos un país que expulsa a su gente hacia afuera y que no ha logrado detener esa sangría de personas buenas, que abandonan nuestras tierras desde hace ya muchos años. Pobreza, violencia y migración son tres dimensiones que golpean como un mazo la estabilidad de la familia salvadoreña.

Por otra parte tenemos una cultura en exceso consumista. El crédito bancario se ha deslizado peligrosamente desde la producción hacia el consumo. Y con frecuencia el consumo está plagado de sistemas de crédito con intereses usurarios. Aunque el consumo en sí mismo no es malo, sino todo lo contrario, el consumismo sí afecta negativamente la realidad familiar. Y entendemos por consumismo la definición que del mismo da el diccionario de la lengua:

“Tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios”. Demasiadas familias se han visto envueltas en graves crisis debido a esta tendencia, o han desarrollado criterios que destruyen tanto la unión interna como ese valor que comienza en la familia y que es indispensable para la cohesión social, que llamamos solidaridad y que es una traducción laica de la radical fraternidad cristiana.

A estos problemas que golpean a nuestras familias se añade el tema de la corrupción, demasiado incrustado en nuestra sociedad tanto en los altos niveles del negocio como en la política. Aunque aparentemente la corrupción esté al margen de la mayoría de las familias, lo cierto es que algunos sectores de la clase política, entre los que se encuentran expresidentes, han dado un ejemplo tan  pésimo, que acaban debilitando ese mundo de valores que la familia debía construir y soportar. La familia es la gran escuela de amor y solidaridad, de diálogo y capacidad de entendimiento. La corrupción de los de arriba, sean grandes empresarios o líderes políticos, crea unos ambientes que impulsan al egoísmo individualista, al aprovechamiento del prójimo y a la destrucción del concepto de lo público como el lugar preferente del ejercicio de la solidaridad. Al final, muchas de nuestras instituciones son profundamente excluyentes por la corrupción de las élites. Corrupción que aunque no sea en su totalidad ilegal (nuestro sistema legal es demasiado permisivo para los delitos económicos), sí muestra una voracidad egoísta e individualista que contrasta con el espíritu solidario de la familia.

En este contexto, cuando se dice que se quiere defender a la familia, hay que tener un poco más de visión y apertura que la que con frecuencia tienen movimientos que se designan a sí mismos como los defensores de esta indispensable institución. Los golpes fundamentales a la familia no vienen de leyes injustas, sino fundamentalmente de una cultura insolidaria que deja al pobre sin el apoyo necesario para desarrollar sus capacidades. De un modo de pensar y actuar que se preocupa más por el dinero que por el prójimo, que fomenta la exclusión y las graves desigualdades sociales y que deja a los individuos a merced de la ley del sálvese quien pueda. Algunos de nuestros millonarios, con su voracidad, sus lujos excesivos y su desprecio de los pobres, han sido más destructivos de la familia que quienes desde las ideologías erróneas proclaman doctrinas o pensamientos enfrentados a la cohesión y unión familiar. Mientras nuestra cultura no se torne mucho más solidaria, difícilmente solucionaremos los problemas de la familia. Familia que a pesar de todo, sigue siendo la principal fuente de valores de nuestro atribulado país.

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