Adalberto Santana
Tomado de TeleSUR
Cada vez más en el mundo va creciendo el rechazo a las políticas genocidas del Gobierno de Israel y del primer ministro de ese país, Benjamín Netanyahu. Como también cada vez es más evidente el involucramiento del Gobierno de los EE.UU. en respaldar a la política guerrerista israelí, la cual claramente se expresa en el sentido de una ideología que representa al sionismo mundial. Si se prefiere, esa política sionista equivale a un fascismo del siglo XXI. Es decir, es la manifestación político-ideológica de los grupos hegemónicos de clara posición ultraderechista al interior de Israel y en las grandes potencias occidentales que se identifican con llevar a la práctica un racismo militante, una xenofobia cada vez más irracional y, por lo tanto, proclive al genocidio del pueblo palestino.
Esa situación nos muestra el escenario del desarrollo de la guerra imperialista contra el pueblo palestino y especialmente por el aniquilamiento de la población de la Franja de Gaza. Escalada militarista que ha llevado de igual manera a generar una reacción por parte de diversos grupos sociales y culturales, así como de gobiernos en diversas partes del orbe.
Así, por ejemplo el movimiento estudiantil estadounidense se ha erigido dentro del imperio en un valladar a las políticas guerreristas de la Administración demócrata de Joe Biden, quien es el principal respaldo belicista al Gobierno sionista de Israel. Recordemos que a más de diez de los principales secretarios de la Casa Blanca se les identifica como prosionistas (es decir, judíos jázaros).
Sionistas de Israel que van a la conquista y a la colonización de las tierras palestinas. Ellos son los actores sionistas que han emigrado a Israel desde diversas partes del orbe (jázaros), que no tienen un origen semita. De ahí la estrategia del sionismo israelita que encabeza Netanyahu, de ascendencia lituana-polaca, quien ha sido un destacado militar y militante de la Nueva Organización Sionista. Hoy es el principal dirigente del partido ultraderechista Likud, que ocupa actualmente el poder. En su estrategia político-militar, a esa corriente del sionismo se le ubica como su enemigo a vencer al pueblo palestino, de ahí su guerra de exterminio, que encabeza Netanyahu, la cual ha generado más de 34.000 muertos, principalmente niños y mujeres, en los bombardeos a Gaza y cerca de 500 palestinos en Cisjordania en los siete meses en que se ha prolongado el actual genocidio sionista contra el pueblo palestino.
Crímenes de lesa humanidad que por el grado de violaciones al derecho internacional han generado una enorme lesión a la humanidad, en este caso a un grupo étnico-cultural como el de los palestinos. Tal es la apuesta del sionismo israelita que Netanyahu, al referirse a su llamada ofensiva militar contra Hamás, ha manifestado: “La idea de que vamos detener la guerra antes de lograr todos los objetivos está fuera de cualquier discusión”. Agregando a su vez: “Entraremos a Rafah y eliminaremos a los batallones de Hamás con o sin acuerdo (de tregua) para conseguir la victoria total”.
Pensemos que en el mundo entero ha emergido un movimiento por el alto a la guerra sionista contra el pueblo palestino, que no es un política antisemita como ha pretendido justificar el propio Benjamín Netanyahu y el propio Joe Biden. Las protestas estudiantiles en las universidades estadounidenses incluso la integran diversos segmentos de las comunidades judías en los EE.UU. y políticos e intelectuales de gran prestigio, como Bernie Sanders, quien ha escrito en The New York Times: “En respuesta, Israel, bajo el liderazgo de su primer ministro de derecha, Benjamín Netanyahu, quien enfrenta una acusación por corrupción y cuyo Gabinete incluye a racistas indiscutibles, desató lo que equivale a una guerra total contra el pueblo palestino”.
Pero también en nuestra América la indignación contra esa guerra del sionismo israelita, por ejemplo, ha llevado al Gobierno sandinista de Nicaragua a demandar en la Corte Internacional de Justicia que el Gobierno alemán suspenda el envío de armas a Israel, aunque los jueces de dicha Corte se han negado a darle curso a la demanda nicaragüense. Asimismo, el Gobierno de Colombia, que encabeza el presidente Gustavo Petro, en un gran acto de masas realizado el 1ro de mayo en la Plaza Bolívar de la ciudad de Bogotá, anunció la ruptura de relaciones con el gobierno sionista de Israel. En ese mismo acto el mandatario expresó: “Si muere Palestina, muere la humanidad”. En semejante sentido con la causa palestina y reivindicando un alto a la guerra genocida de Netanyahu, se han manifestado diversos movimientos sociales, estudiantiles y políticos así como gobiernos de América Latina y el mundo como el de Bolivia, Venezuela, Cuba, México, Honduras y Chile, entre otros.
Sin duda, hoy la defensa del pueblo de Palestina es una demanda central en la lucha por la paz del mundo. Sin embargo, la expresión guerrerista de la política sionista de Israel es también la expresión de una nueva derecha mundial que cada vez se perfila con un discurso racista, xenofóbico y neofascista. Tal como en los EE.UU. lo pregona Donald Trump, quien prometió que de llegar a la Casa Blanca construiría campos de detención (concentración) en EE.UU. para los migrantes indocumentados y utilizaría a la Guardia Nacional para deportar a millones de migrantes sin papeles.
O como las políticas regresivas del mandatario argentino, Javier Milei, que pretende la privatización de casi toda la economía del país suramericano y que ideológicamente, a la par de su derechismo, se ha convertido al judaísmo sionista. Mismos pasos que continua Daniel Noboa en el Ecuador en la persecución a los dirigentes del correísmo, como el vicepresidente Jorge Glas, que llevó a ese mandatario a ordenar la invasión a la Embajada de México en Quito, rompiendo y alterando las relaciones diplomáticas y generando un grave precedente en las relaciones internacionales. En otras palabras, la ultraderecha en nuestra América y el mundo se quita su fachada democrática y va mostrando el rostro de un fascismo corriente.