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Febrero desde la altura 

Por Mauricio Vallejo Márquez 

Cuando iniciaba febrero también lo hacía el calor. Al menos eso sentía cuando observaba desde la segunda planta cómo el inclemente sol le brindaba mayor iluminación a los compañeros con sus camisas blancas y pantalones verdes, así como las compañeras con blusas albas y faldas cuadriculadas de diferentes tonos de verde. Veía aquellas islas entre el océano de cemento soleado. Yo en cambio, viendo desde la pequeña altura el paso del tiempo libre que llamábamos recreo.

Aquellas mañanas, de lunes a viernes, las extraño. Sobre todo las que viví en 1997. No fue mi mejor año académico, pero sí el que definió mi identidad. Creo que desde ese momento comencé una cruzada independiente contra cualquier tipo de control, y lo que recibí fue el azote de aquellas autoridades, que lejos de animar mi espíritu de liderazgo y reflexión me prepararon para la realidad. Aunque tardé algunos años más para comenzar a entender aquello de la verdadera forma en que funciona el mundo.

Tenía 17 años y comenzaba a experimentar aquellas cosas vedadas que se volvían solícitas y que sólo bastaba decir sí para que acontecieran. Quizá las clases que nos dio Seño Raquel Portillo me ayudaron a reforzar un pensamiento inclinado a lo social que se mi inculcaba en casa, en mis tres casas con mi mamá y mis abuelos maternos y paternos. Me cuestionaba el porqué de muchas situaciones e injusticias que veía, la incoherencia de un pensamiento de amor y comprensión que en la práctica era represivo y destructivo. Sentía que en lugar de educar se buscaba anular. Los profesores en su mayoría veían mal el pensamiento crítico y la creatividad. Las cosas me parecían contradictorias. Con los años me di cuenta que eso lo iba a encontrar también en la sociedad y en los partidos políticos.

Sin embargo, esos días de febrero en que anhelaba usar una chumpa negro con blanco que lucía mi cargo de Jefe de Jefes de Barra (JJ) dentro de un rombo amarillo. Logramos en esos días reactivar la Barra, cuya función era animar a los equipos de basquetbol y voleibol del colegio, además de ostentar aquella codiciada chumpa, la mayoría tenía el cargo de JB. En esos días probé mi capacidad de gestionar, porque logré negociar con el padre Fito el regreso de la Barra que en 1994 había dejado de funcionar por los desórdenes que acontecían en los partidos de basquetbol en el Gimnasio Nacional. Febrero me trae ese aluvión de recuerdos.

Ahora el tiempo es diferente, obviamente evoluciona y nos va tallando a la medida de las circunstancias. Sin embargo, como dicen por ahí: nadie nos quita lo bailado.

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