Esta bienaventuranza se refiere a quienes tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad, porque un corazón que sabe amar no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo. En la Biblia, el corazón son nuestras intenciones verdaderas, lo que realmente buscamos y deseamos, más allá de lo que aparentamos: El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón. Él busca hablarnos en el corazón y allí desea escribir su Ley. En definitiva, quiere darnos un corazón nuevo.
Lo que más hay que cuidar es el corazón. Nada manchado por la falsedad tiene un valor real para el Señor.
Él huye de la falsedad, se aleja de los pensamientos vacíos. El Padre, que ve en lo secreto, reconoce lo que no es limpio, es decir, lo que no es sincero, sino solo cáscara y apariencia, así como el Hijo sabe también lo que hay dentro de cada hombre.
Es cierto que no hay amor sin obras de amor, pero esta bienaventuranza nos recuerda que el Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón, ya que si repartiera todos mis bienes entre los necesitados, si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
En el evangelio de Mateo vemos también que lo que viene de dentro del corazón es lo que contamina al hombre, porque de allí proceden los asesinatos, el robo, los falsos testimonios, y demás cosas. En las intenciones del corazón se originan los deseos y las decisiones más profundas que realmente nos mueven.
Dar y perdonar es intentar reproducir en nuestras vidas un pequeño reflejo de la perfección de Dios, que da y perdona sobreabundantemente. Por tal razón, en el evangelio de Lucas ya no escuchamos el “sean perfectos” sino “sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará”. Y luego Lucas agrega algo que no deberíamos ignorar: Con la medida con que midieren serán medidos. La medida que usemos para comprender y perdonar se aplicará a nosotros para perdonarnos, la medida que apliquemos para dar, se nos aplicará en el cielo para recompensarnos. No nos conviene olvidarlo.
Jesús no dice: Felices los que planean venganza, sino que llama felices a aquellos que perdonan y lo hacen setenta veces siete. Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados. Todos nosotros hemos sido mirados con compasión divina. Si nos acercamos sinceramente el Señor y afinamos el oído, posiblemente escucharemos algunas veces este reproche: ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?
Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.