FELICIANO
Marlon Martínez
Escritor joven
Hace días que no llovía, capsule la casa se fue tornando mustia y triste, ampoule Con un silencio que bien podría compararse con un silencio de iglesia en viernes santos o casa en duelo después del entierro
Los vientos fueron arreciando poco a poco, los plátanos que rodeaban la casa parecían agacharse como queriendo besar la tierra.
Entre las grietas de la pared se colaban poquitos de viento que iban llenando la casa de olores a maicillo, a rosas de castilla a caña brava…
La india se levantó del taburete, dejó el guacal de morro con el dulce a medio deshacerse sobre la hornilla humeante, con las brasas tristes como el alma de la india. Se fue a recibir a la Chon, india vieja y experta en partos como en rezos y plegarias, y es que desde hace quince días la hija de la Juana estaba queriendo parir y no podía; No hubo necesidad que interviniera la Chon.
La criatura que por días había estado aferrada al pecho de la nana se fue desprendiendo como se desprenden las raíces de los sauces de la tierra con el vendaval.
La casa se llenó de alegrías, vinieron las comadres con maíz nuevo, con queso fresco y chocolate amasado en las batallas de guachipilín. Vino Jesús con la guitarra que aunque vieja sonaba tan profunda como si fuera la primera vez que la tocaran.
Como a la cinco de la tarde llegó Damasio Shull. Todos callaron. La insignia tallada en plata y lavada con el espíritu de los ancestros, tomó al niño y lo levantó a los ojos de todos parecía como cuando comienza el sol a cubrir los campos llenos de tristezas.
Los ojos del niño tenían un no sé qué de querencia por la tierra, daba la impresión de un niño dios antiguo, amasado en barro, tenían el color del barro cuando está listo para ser formado.
Sonó tan hondo, quizás como un augurio quizás cono un mal presentimiento, sonó como a vida y muerte, como a paz y guerra, tranquilidad e inquietud, amor y odio… sonó como a esperanza cuando Damasio levantando el niño y mostrándoselos a los presentes a dicho: “te llamaras Feliciano Ama”…
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