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Con un ambiente de cofradía y recogimiento espiritual, los feligreses católicos participaron en la iglesia El Calvario de San Salvador, de las actividades propias del Miércoles de Ceniza, en el inicio de la Cuaresma.
La parroquia El Calvario, en el centro de San Salvador, cobra mayor relevancia durante la Cuaresma y Semana Santa, ya que es un templo que fue construido de manera particular para los rituales respectivos de la época.
Es así, como en 1660 comienza la tradición con la erección de la parroquia El Calvario, construida precisamente para el rezo del santo Vía Crucis en la antigua calle de los pasos, hoy calle de la Amargura en el centro de San Salvador.
En la Cuaresma se hace referencia a los 40 días en los que la Iglesia llama a los fieles a la conversión y a prepararse verdaderamente para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa.
La Cuaresma es el momento propicio para la reflexión, oración, ayuno y penitencia, del desapego de las cosas materiales y la conversión espiritual a Jesús. El color morado es el que predomina en este tiempo litúrgico desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de Ramos.
Los tres pilares de la Cuaresma son oración, limosna, ayuno y abstinencia. En la oración se pide vivir en cercanía y diálogo, unidos de corazón a Cristo y a su propio sacrifico en la Cruz.
El ayuno y abstinencia se practican el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La abstinencia es principalmente los viernes de Cuaresma, la cual consiste en no comer carne, sólo pescado, es obligatorio desde los 14 años de edad. Mientras, la limosna se trata de dar lo que se tiene, unirse a la entrega generosa de Cristo en la Cruz a todos los hombres.
Según el beato Monseñor Romero, la Cuaresma es el tiempo para aprovechar, estudiar e incorporar más ese cristianismo al cual se entra por medio del bautismo.
“Si tenemos algo que lamentar de pecados, de desobediencia a la Ley de Dios, de traiciones a nuestra moral cristiana, la Cuaresma es el tiempo para purificarnos y para ser miembros vivos de este pueblo de Dios que quiere ser un reflejo de la santidad infinita de Dios”, expresó Romero en la homilía del 12 de febrero de 1978.