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Feliz Navidad

José M. Tojeira

A fin de año, en nuestra cultura celebramos dos fiestas con diferentes aspectos. Una es la de Navidad, más hogareña, poblada de regalos familiares y con un contenido religioso muy claro, al celebrar el Nacimiento del Niño Jesús. Es una fiesta de la fe, de la vida familiar, de una tradición que nos hace mejores personas, más abiertas a la solidaridad y más generosas. La otra fiesta es la del Año Nuevo, más centrada en un nuevo comienzo de la vida, en la alegría de haber superado un año más, y generalmente con un espíritu más comercial y a veces algo más desbocado en la celebración. Para la gente con valores la fiesta de Navidad es más importante. Nos abre a la plenitud de la dignidad humana, nos ofrece la salvación y nos muestra un Dios que viene hacia nosotros sin condiciones, con plenitud de entrega. Si Jesucristo hubiera nacido en la casa de un potentado del imperio romano, hubiera sido difícil acercarse a él. Si hubiera nacido en la casa de un rey, la Guardia Real habría impedido el paso a los pobres que lo quisieran contemplar en su cuna de recién nacido. Si hubiera nacido en la posada, quienes lo fueran a visitar hubieran tenido que pedir permiso para entrar a verle. Jesús nace en un refugio de rebaños en el campo, abierto a todos. Son los pastores pobres del entorno los que llegan a contemplarlo y se alegran al contemplar cómo Dios se acerca ellos en la pobreza sin muros, sin alambradas y sin ninguna dificultad que les impida verlo y quererlo.

Recordar esta realidad en El Salvador resulta necesario para nosotros. Vivimos en una sociedad demasiado fracturada, violenta, con demasiados muros, incomprensiones, desigualdades, envidias y complejos de superioridad de algunos, que tienden a humillar y menospreciar el sufrimiento de los pobres. Decir Feliz Navidad en El Salvador no debería ser una frase tradicional, que se repite sin más a los que están cerca, sino un compromiso real por eliminar el sufrimiento injusto de tantas hermanas y hermanos nuestros que ven limitados sus derechos y sus oportunidades; así como impedido, con frecuencia, el desarrollo de sus capacidades. La Navidad está reñida con la injusticia. Cuando a los niños -limpios de corazón- se les cuenta que el Niño Jesús nació en una casucha indecente porque no le quisieron dar lugar en la posada, la tristeza se les refleja en el rostro. Y casi inmediatamente le dicen a los papás que ellos lo hubieran recibido en la casa. Sin embargo, al crecer nos acomodamos todos a que el 80 % de nuestros ancianos no tengan derecho a jubilación, a que solo se gradúen de bachilleres el 40 % de quienes están en edad de graduación, a que haya un 30 % de nuestra población viviendo en la pobreza o a que el derecho a la salud se vea conculcado en demasiadas ocasiones. ¿Es compatible este endurecimiento del corazón con la Navidad?

Y no es por falta de buenos ejemplos que se nos endurece el corazón. Tenemos a monseñor Romero y a tantos otros laicos, religiosas y sacerdotes, que supieron vivir la Navidad como fiesta de la solidaridad de Dios con nosotros que nos impulsa siempre a la solidaridad con los demás. Es muchas veces la cultura individualista y consumista la que nos aleja del prójimo oprimido o marginado. Es el miedo al sufrimiento lo que nos lleva a mirar hacia otro lado cuando se nos dice que demasiados hermanos nuestros están sufriendo. Y también el miedo a los poderes terrenales que amenazan con la marginación y con hacer irrelevantes a quienes piden justicia frente a los abusos del poder, exigen solidaridad frente a la riqueza agresiva de unos pocos, o denuncian la corrupción ampliamente extendida tanto en círculos de poder político como en el mundo de la empresa y el negocio.

Pero a pesar del miedo la Navidad llega todos los años, nos cuestiona y pide abrir los ojos a la realidad. A san Pablo, el apóstol de las gentes, le impresionaba que el Hijo de Dios, “siendo rico, se hizo pobre por salvarnos”. Seguir a ese Señor de cielos y tierra, como le solemos llamar en la liturgia a Jesús, no consiste solamente en cumplir mandamientos y practicar sacramentos.

Nos exige poner nuestros talentos, lo que somos y tenemos, al servicio de los más pobres, en cuyo rostro golpeado por la injusticia se hace presente el rostro de Cristo. Y ello implica trabajar con denuedo en la construcción de un futuro salvadoreño en el que la justicia y la paz se besen, como dice bellamente el salmo 85. Desde esa esperanza, Feliz Navidad a todos y todas.

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