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Feminicidio y necesidad de acción

José M. Tojeira

En cualquier especie animal el odio de los machos a las hembras sería la mejor manera de terminar con la especie. Pero los seres humanos, a pesar de estar dotados de inteligencia, tenemos una trágica capacidad de odio y de desprecio hacia una buena parte de nuestra propia especie. En el caso del odio a la mujer es claro. Se da en todas partes. Desde la trata de blancas, que continúa siendo un problema serio en nuestro país y en Centroamérica, hasta la tendencia en China, cuando se prohibía tener más de un hijo, a abandonar a las niñas recién nacidas. Todavía hoy continuamos haciendo bromas machistas, dando menor salario a las mujeres por trabajos iguales y, lo peor de todo, matando a las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. Muchos opinamos desde el principio que el caso de Karla Ayala era un caso de feminicidio. Al sistema judicial le costó reconocerlo, pero al final lo ha hecho. Muchos creíamos que lo impactante del caso, la comisión del crimen ante tantos testigos mudos e incapaces de proceder adecuadamente ante el hechor, podría marcar un antes y un después en la historia de los crímenes contra las mujeres en nuestro país. La sociedad reaccionó con fuerza y la misma PNC, aun después de una primera etapa de desconcierto e incluso falta de rapidez para investigar a hechores y encubridores, ha investigado a encubridores y cómplices hasta dar con los restos de Karla. Pero el feminicidio continúa siendo un problema grave, creciendo en el primer semestre de este año y pasando la tasa trágica a partir de la cual cualquier fenómeno mortal se considera epidemia.

No faltan explicaciones. Pero como sociedad no podemos lavarnos las manos explicando el hecho. El feminicidio en El Salvador es un problema social y no de grupo o sector. Y algo debemos hacer si no queremos condenarnos al fracaso moral. Algunos partidos acusan a los gobernantes de tener un estado fallido. Pero pocas veces nos ponemos a pensar que algunos aspectos de irrespeto a la dignidad humana nos convierten en una sociedad fallida. Y el feminicidio es uno de esos aspectos. Se da entre pobres y ricos, entre personas disfuncionales y entre empleados estables, públicos o privados. Aunque todos tenemos la misma dignidad, no hay duda de que la tarea del cuido, del desarrollo de los sentimientos más profundos, la hemos delegado en demasiada proporción y muchas veces en la mujer. Matar a la que cuida la especie humana, a la que transmite sentimientos de apego, de compasión y de ternura, no es matar únicamente a una persona. Es además una especie de suicidio social y colectivo.

Ante esta situación es indispensable reforzar la cultura de la igual dignidad entre todas las personas y particularmente entre la mujer y el varón. En El Salvador estamos demasiado acostumbrados a convivir con la ley del más fuerte, al contrario de lo que debería ser. Lo lógico es que el más fuerte defienda al más débil. Pero entre nosotros la tendencia es que el más fuerte se aproveche del más débil en casi todos los campos. Es claro en el campo laboral, donde los salarios de los más débiles son claramente injustos. Pero también en el sistema judicial, donde quienes tienen menores recursos son más débiles ante jueces que hablan de imparcialidad pero que acaban tratando mejor al más fuerte. El trato grosero de funcionarios o de gerentes de empresa a empleados de menor nivel o al público en general continúa teniendo demasiado peso entre nosotros. En el caso de la mujer el feminicidio es la última expresión de la brutalidad de la especie, pero no es la única. Sigue siendo vergonzoso que las trabajadoras del hogar tengan por ley menores prestaciones en el Seguro Social, si es que el patrón tiene a bien registrarlas en el mismo. Como es vergonzoso también que algunas tareas del hogar se consideren exclusivas de la mujer. Según el observatorio de ORMUSA, la PNC recibe como promedio en el primer semestre de este año 11 denuncias diarias de abuso sexual. Casi la mitad de las 2060 denuncias presentadas en el primer semestre son violaciones de menor o incapaz. Si a la violación le agregamos la agresión a menor o incapaz los porcentajes superan sobradamente el 50% de las denuncias. La necesidad de tocar el tema, de tener escritos, reflexiones, debates e incluso mensajes radiales o televisivos, tanto de las instituciones estatales, políticas o privadas, es urgente. El tema debe aparecer en el debate político preelectoral. Si no aparece continuaremos viviendo y reproduciendo una cultura fracasada: la del fuerte sobre el débil.

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