Brasilia/Prensa Latina
Los casos de feminicidio (crímenes de odio motivados por la condición de género) dejan hoy a dos mil niños huérfanos en Brasil, revela un estudio del Foro Brasileño de Seguridad Pública.
Tan flagelo crea un drama paralelo: el de los infantes que pierden a su madre por la violencia y a su padre por la cárcel.
Las consecuencias emocionales de estos quebrantos suelen acompañarles durante toda su vida, alerta el portal de noticias R7 que describe lo ocurrido a Yasmim y Larissa, las hijas de Ana Lúcia.
Un feminicidio cambió el retrato familiar de un día para otro. Ana Lúcia fue agredida delante de dos de sus cinco descendencias. Los niños pidieron ayuda y fueron las hijas mayores, Yasmim y Larissa, quienes encontraron a su madre en casa, malherida. El marido se entregó a la policía.
Los niños ya no viven juntos. La pérdida de la madre destrozó la familia. El sitio describe que, con el núcleo familiar roto, los chiquillos y adolescentes son mantenidos por parientes o llevados a centros de acogida.
Son los tribunales los que determinan con quién deben quedarse los pequeños y también si recibirán asesoramiento psicológico gratuito del Estado.
El Ministerio de Justicia dirige un programa de política pública para los huérfanos de la violencia doméstica. ‘Estas personas no pueden esperar’, afirma Daniele Alcântara, coordinadora de políticas de prevención de delitos contra mujeres y grupos vulnerables en la Secretaría Nacional de Seguridad Pública.
Blanco de la discriminación de género arraigada en la sociedad, una mujer es agredida en Brasil cada dos minutos.
En medio de la pandemia de Covid-19, según un monitoreo del Instituto de Seguridad Pública, se superaron los 120 mil casos de lesiones corporales resultantes de la agresión doméstica en 2020.
‘La mujer fue la más afectada por el aislamiento social. Muchas pasaron a vivir con el agresor, dentro de la vivienda y sin mucha posibilidad de escapar’, explica la abogada penal Hanna Gomes.
Los principales atacantes tienen algún tipo de vínculo con la víctima, sea una expareja, un compañero o un padre. Los casos más comunes de estos delitos mortales ocurren por motivos como la separación.
Muchas de las féminas ultimadas recibían amenazas o eran forzadas constantemente. Los agresores se sienten legitimados y creen tener justificaciones para matar, culpando a la víctima.