Miguel Ángel Dueñas Góchez*
En el libro ¿Qué es la Filosofía?, de Howard Selsam, se puede leer: “Así ha sucedido siempre a través de toda la historia. Ha habido tradiciones que apoyan a las clases dominantes e instituciones que han mantenido y guardado estas tradiciones”. Cuando Anaxágoras, en la antigua Atenas, dijo que el sol era una masa de hierro derretido tan grande como el Peloponeso, se vio obligado a huir de la ciudad para salvar la vida; considerábase impropio entre los buenos atenienses el sustentar creencias heterodoxas. Y cuando Protágoras escribió un trabajo impío acerca de los dioses, tuvo que huir también y su obra fue quemada en público. Estos dos hombres (aunque también hubo mujeres, pero se invisibilizaron en esta época) expresaban opiniones que se consideraban amenazadoras para el status quo y, por consiguiente, el castigo no tenía sentido como no fuese en razón pública.
En todas las épocas la iglesia cristiana, ya sea católica o protestante, ha ayudado a mantener las creencias consideradas como deseables por los mandatarios de la sociedad. En el siglo XIII la filosofía aristotélica fue prohibida hasta que Tomas de Aquino la compatibilizó con el cristianismo haciéndola inofensiva. Durante el siglo XVI y XVII se suprimió el estudio de la nueva astronomía de Copérnico, y la exposición de la teoría heliocéntrica de Galileo estuvo en el índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica hasta el año 1822.
En 1600 Giordano Bruno fue llevado a la hoguera por la Iglesia Católica a causa de sus creencias heterodoxas, entre las cuales había dudas acerca de la Trinidad y la partenogénesis. En la misma época, Servet, médico precursor del movimiento de la circulación de la sangre, fue quemado vivo en Ginebra, por Calvino, en nombre de la ortodoxia protestante. Galileo fue obligado a abjurar y a declarar que la tierra no se movía alrededor del sol. En el siglo XIX la exposición de la Evolución Biológica, de Darwin, dio lugar a otra lucha prolongada entre las fuerzas religiosas y los proponentes del progreso científico.
Seguimos en este siglo demandando un Estado laico, el cual fomente políticas públicas a favor de las personas y no de la iglesia.
*Lic. en Relaciones Internacionales.