Francisco Javier Bautista Lara
Cuatro de las cinco balas disparadas del revolver Smith and Wesson calibre 38 la noche del viernes 21 de septiembre de 1956 por el poeta leonés Rigoberto López Pérez (1929-1956), impactaron en la humanidad del general de división Anastasio Somoza García (1896-1956), Presidente de la República y Jefe Director de la Guardia Nacional gracias a la complicidad de Estados Unidos. La Constitución Política de Nicaragua reconoce en el Preámbulo: “La acción heroica de Rigoberto López Pérez, iniciador del principio del fin de la dictadura.”
El fundador de la dinastía somocista falleció siete días después (28/9), cuando era operado en el Hospital Gorgas de Panamá –administrado por Ejército de E.U.-. Según el Dr. Róger Díaz Estrada en su libro Mis memorias y medicina en Nicaragua (PAVSA, junio 2017), fue causa de la muerte: “un problema anestésico”.
El cirujano, oncólogo, maestro y pionero de la medicina nicaragüense Díaz Estrada -casualmente nació en Managua en 1929, el mismo año de López Pérez-, era parte del cuerpo médico del Hospital General de Managua, realizaba el internado en el servicio de cirugía de los doctores Henry Debayle y Fernando Vélez Paiz. Al ingresar, a las seis y treinta de la mañana del sábado 22, “había un despliegue militar, tanto afuera, como dentro del edificio”. Un colega dijo: “balearon al general Somoza y lo traen en helicóptero”. A los pocos minutos el aparato aterrizaba en la explanada de la Loma de Tiscapa y, quince minutos después, el paciente llegaba a la sala de Radiología. “El general estaba en la camilla… con uno de sus brazos enyesados, y en el otro tenía conectada una venoclisis”. En la sala, a la que Díaz acompañó a Vélez Paiz, estaban entre otros, los doctores Debayle, Horacio Castellón, Daniel Cárcamo, Inocente Lacayo y Juan Zelaya.
Tomadas y analizadas las radiografías, entró el Ing. Luis Somoza para conversar en silencio con su padre; al salir, “el general le dijo en voz alta y clara: Luis, detené a Tachito, que no haga locuras”. Al ratito llegó Tacho: “se quedó cerca de la puerta, dirigió la mirada hacia el general y salió sin decir nada”. Mientras el primero será sucesor presidencial, el segundo asumirá la jefatura de la Guardia Nacional.
“El doctor Vélez Paiz comentó que el herido estaba consciente, con sus signos vitales normales y estables; por lo tanto no está en riesgo su vida y agregó: -hay que continuar observándolo y de acuerdo con su evolución, se tomará la decisión correspondiente. En este momento no hay urgencia pas toucher, -no tocar-, Le plomme est ami de l´homme, -el plomo es amigo del hombre-. Esto no quiere decir que el plomo no mate al hombre, sino que en sentido figurado, esto quiere decir que un proyectil localizado en una parte del cuerpo –sin poner en riesgo la vida, sin alteración funcional-, no causa una urgencia y puede permanecer en el organismo de forma temporal o definitiva”. El paciente fue “trasladado a una pieza” por los doctores Vélez, Díaz y Vega Pasquier, anestesiólogo, quien quedó a cargo de vigilar sus signos vitales.
Desde temprano llegaron médicos militares del Gorgas, y al medio día se sumaron otros del Centro Médico Militar Nacional Walter Reed, enviados por el presidente Eisenhower. Todos, “en un ambiente tenso y temeroso, expresado en silencio”, se encontraron con Vélez Paiz. Cuando salieron, expresó a los colegas: “He presentado el caso y les he expresado mi posición.
Ellos decidieron trasladarlo al Hospital Gorgas de Panamá, por lo que desde estos momentos el general está bajo la responsabilidad de ellos”.
Díaz Estrada, de quien Francisco Arellano Oviedo escribió: “tan sabio y tan humilde”, recuerda que una vez llegó el primo hermano de su madre Rosa Emilia Estrada, el general Francisco Estrada, a quien llamaban “Panchito”; andaba clandestino, visitaba a su esposa Rosita Armas, vecina, quien acababa de dar a luz a una niña. En otra ocasión regresó en “visita de despedida”, dijo: “No se preocupen, ando con el general Sandino y nos vamos a reunir con el presidente Sacasa hoy”. Fue la última vez, Estrada fue asesinado junto a Sandino la noche del 21 de febrero de 1934, por orden de quien ahora yacía, “con signos vitales normales y estables”, en una camilla del Hospital.
Aquí quedan preguntas sin respuesta ante lo irreversible: ¿qué hubiera ocurrido con Somoza si los médicos militares norteamericanos aceptaran la recomendación de Vélez Paiz? ¿Cuál sería el curso de la historia? Las circunstancias impusieron los acontecimientos “proyectando sus sombras por delante”, escribió James Joyce, autor de Ulises.
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