Iosu Perales
Con frecuencia perdemos la perspectiva de que el partido es la herramienta para nuestro compromiso con el pueblo. Cuando esto ocurre pueden abrirse procesos de luchas internas, por el control de la institución o bien confrontaciones duras por salir victorioso de eventos, donde se deciden candidaturas políticas electorales. En esos momentos lo principal ocurre en el interior del partido, cuando lo realmente interesante ocurre fuera, en la sociedad. Esta pérdida de visión trae consigo una disfunción de la institución partidaria. Cuando los congresos del partido sustituyen a los que debe ser una agenda de reflexiones y debates, para definir líneas políticas y en su lugar, lo principal ocurre en los pasillos donde las “familias” discuten sus intereses, es que hay un problema. No hay que olvidar que el partido existe, porque su razón de ser es servir al pueblo.
Una conclusión importante de este enfoque, es el compromiso que el partido debe tener con esas expresiones del pueblo que son los movimientos sociales. Son la sangre que recorre el cuerpo de la política. Son un termómetro de las carencias y necesidades de una sociedad. El trabajo de nuestro partido es convertir cada carencia en un derecho. Debemos estar en todos y cada uno de los conflictos sociales, y escuchar a los movimientos. Tenemos que trabajar codo a codo con ellos, respetando siempre su autonomía. De tal manera que cada cargo público debe ser un activista institucional, pero también social. Para llevar a cabo esta dialéctica es esencial escuchar a los movimientos sociales, y aprender de sus experiencias.
Es desde enfoque como la construcción del pueblo, no es un mero relato, un discurso, sino que es una práctica política cotidiana que se expresa en las instituciones y en las calles.
Lo que estamos viviendo es un nuevo tiempo. Nos encontramos en un escenario post Acuerdos de Paz, es decir, ante la necesidad de nuevos acuerdos nacionales y de Estado para posicionar a El Salvador, adecuadamente en el mapa regional e internacional. Por supuesto, en primer lugar se debe tratar todo cuanto implica un proyecto viable de país, es decir, de alguna manera aún no habiendo sido cumplidos a cabalidad los Acuerdos de Paz, quedan ahora superados por una mirada hacia el futuro. En el espejo retrovisor siempre estará el tiempo vivido, la guerra y el 16 de enero de 1992, pero no para marcar una agenda política mediatizada sino para aprender del pasado y afirmarnos en el nunca más una guerra. El nuevo tiempo nos obligar a refrescar nuestra mirada hacia el país, hacia el mundo y sus nuevos problemas. Nos obliga asimismo a revisar algunos supuestos desde los cuales hemos entendido las palabras izquierda y socialismo. Hemos de reforzar las ideas de izquierda, precisamente, siendo autocríticos y profundizando en lo que significan en el siglo XXI. Estamos en el fin de un período, y nos pongamos como nos pongamos, la política que transcurre a gran velocidad, sustituye a propuestas, agendas y personas, por otras, nos invita a ponernos al día en las esferas del discurso, de los sectores sociales a los que nos dirigimos y del uso de las nuevas tecnologías en la comunicación hacia el pueblo, y en la competencia electoral.
El nuevo tiempo está configurando un mundo cada vez más peligroso, una globalización que abandona a cientos de millones de personas, sustituye la acción política por el puesto de mando de los grandes poderes financieros. Este fenómeno tiene y tendrá aún más una influencia directa en nuestro país. Habrá que estar atentos para movilizar a las clases populares, contra políticas neoliberales que pueda impulsar el Gobierno, en consonancia con grandes intereses de multinacionales y de la propia oligarquía local.
Un bloque político y social alternativo para un nuevo país.
Un bloque social y político alternativo. Para empezar hay que decir que las sociedades latinoamericanas están cambiando su paisaje social, laboral y sociopolítico, a buena velocidad. El relato tradicional de la izquierda, de que los cambios serían la obra de los obreros y campesinos, el sujeto histórico por excelencia, debe ser pensado de nuevo. Al hacerlo hay que analizar por qué amplios sectores populares, incluyendo mucha gente pobre, votan a la derecha; probablemente es así porque en su construcción cultural sigue pesando el relato anticomunista, los temores a esa izquierda que la derecha dibuja una y otra vez en sus poderosos medios de comunicación. La cuestión es, ¿cómo llevar adelante una nueva hegemonía, incorporando a buena parte de esos votantes a un proyecto de los de abajo (las mayorías) frente a los de arriba (una minoría)?
Lo mismo puede decirse de las clases medias. Ellas son muy importantes en la conquista de posiciones, para cambiar los equilibrios de fuerza en la sociedad. No es que deban ser vistas como el nuevo sujeto que sustituye a la clase obrera, no, pero debemos contar y mucho con las clases medias en un nuevo relato que agrupe los dolores, los anhelos, sus reclamaciones frustradas y no satisfechas, y proponga una nuevo horizonte emancipador. Ciertamente, hoy, en 2019, hay una variedad de sujetos; no tiene sentido pontificar a uno de ellos.
La transversalidad es ya en todas partes del mundo el desafío de las izquierdas. En cierto modo el neoliberalismo con su darwinismo social radical, nos ayuda a la construcción de un bloque que aspire a generar una nueva hegemonía, a partir de realidades diversas capaces de convertirse en un consenso contra la oligarquía. De manera que junto a los asalariados, otros sectores deben sentirse cómodos en una voluntad popular, conformada a partir de materiales subjetivos y objetivos diferentes.
La creación de un nuevo bloque histórico no puede subsumirse en una política de alianzas, sino que entraña la construcción de una nueva “totalidad” social que puede también reconocerse como un nuevo proyecto de país. El Salvador, un país secularmente sometido a oligarquías que han prolongado el neocolonialismo, tiene que darle la vuelta al calcetín, de manera que no debe limitarse a fundar una nueva forma de gobierno sino que también fundar un nuevo país, una nueva patria autodeterminada. Un bloque nacional-popular, es un bloque histórico que ha de marcar una nueva época. Así pues se trata de la reunión de diferentes elementos en una construcción que los articula y modifica: un consenso activo, una voluntad colectiva cuya unidad trascienda las identidades particulares de sus partes sociales constituyentes. Avanzar en esta dirección es tener la mitad de la lucha ganada.
Transversalidad y confluencias: una alianza estratégica.
Este enfoque de lo transversal no debe ser visto como un truco electoral. No es una idea para tener nuevos caladeros de votos. Es un cambio de enfoque. No responde desde luego a un planteamiento populista que persigue lo mismo que los partidos “atrápalo todo”. No. Lo que llamamos transversal no despolitiza, repolitiza. Aísla a las elites económicas y las castas políticas, y se afana en construir un pueblo para refundar un país. El discurso de lo transversal no es un ropaje, es un terreno de combate que disputa la hegemonía de modo frontal a la derecha. No es por consiguiente una batalla ambigua lo que se propone, al contrario, es un proyecto nacional-popular. Bolivia puede ser un ejemplo.
¿Cómo levantar este bloque nacional-popular? Tal vez la respuesta esté en un nosotros de los de abajo, en cierto modo heterogéneo y un ellos formado por esa minoría oligárquica, privilegiada. ¡Vamos por los que faltan!
La transversalidad supone una gestión adecuada de la relación entre ideología y política. Es la concreción del eje izquierda-derecha en la lucha social y política, desde un premisa de apertura a sectores no autoidentificados como de izquierda. La ideología como sistema de creencias y principios orienta nuestra acción política que trata de ser abierta. El eje izquierda-derecha, está siempre presente y activo en el plano de las ideas y de los valores. Pero no es suficiente; no lo es porque la articulación de una realidad nacional-popular que es amplia y fragmentada requiere de una soldadura laxa que facilite la unión de todas las reivindicaciones. Así, la promesa de regenerar el país, afirmando la existencia de intereses concretos, de reclamos materiales que pasan por el reconocimiento de clases sociales, pasa finalmente por la recreación de una subjetividad colectiva, con referencias simbólicas y míticas que articulen demandas distintas bajo la idea de un nuevo y mejor país. Así es como la política es construcción de una razón de ser, la esperanza que nunca debe defraudar y rendirse, un sentido común, y un campo de combate.
Acumular fuerzas
A pesar de los resultados obtenidos en las elecciones del 3 de febrero, tenemos la misma voluntad inicial: ganar para gobernar, porque nuestra ambición de cambio sigue intacta. Ahora bien, se abre un período nuevo en el que hemos de calcular el equilibrio entre colaboración y presión con el nuevo gobierno. La posibilidad de construir el bloque histórico que describimos, pasa por movilizar a las clases populares señalando las promesas incumplidas y las decisiones equivocadas, particularmente las que marquen un rumbo neoliberal. Uno de los campos de combate son las instituciones. Es un campo difícil para la izquierda por la capacidad de fagocitación que tienen. Las instituciones son como aspiradoras que tragan nuestra energía y nos seduce para paralizar nuestra capacidad de movilización y de paso canalizarla por vías que pueden ser taponadas por las derechas. Por ello, siendo su importancia capital en la lucha por las transformaciones sociales y siendo espacios decisivos para la correlación de fuerzas, conviene equilibrar su peso e importancia con las movilizaciones. Es por ello importante no poner toda la fuerza en la cesta de las instituciones. Es necesario que referentes importantes del partido no participen en ellas, de manera que conserven la capacidad de ver y de actuar desde el exterior. También es importante no vaciar los movimientos y organizaciones sociales de cuadros valiosos, para integrarlos en los gobiernos. Colocar a una parte de los cuadros en las instituciones, siempre sí. Pero vaciar las organizaciones de todos los elementos más valiosos, siempre no.
En las instituciones nuestra orientación debe ser “primero la gente”, lo que supone poner las instituciones de todos los niveles al servicio del pueblo. Esta posición debe plasmarse dentro y fuera de las mismas. “Con, por y para la gente”, debe ser un principio del FMLN. Con este principio siempre activo hemos de aspirar a recuperar posiciones en la Asamblea Nacional y en las Alcaldías. Prepararnos desde ahora (2019), para lograr tal objetivo debe ser una prioridad.
Avanzar posiciones con la gente movilizada
Las transformaciones sociales sin movilizaciones de base, populares, no son posible. Los gobiernos pueden, desde arriba, sancionar cambios importantes para el país, pero el triunfo de esos cambios, su sostenibilidad y viabilidad dependerá de la presión de las mayorías sociales. La dialéctica movilización-instituciones se mueve siempre en una relación de tensión positiva, es por lo tanto una relación inestable, pero esa es la forma en que discurre el vínculo entre los dos ámbitos. Huyendo siempre de la idea errónea de correas de transmisión el FMLN, debe participar de las movilizaciones sociales y animarlas sin afán de mando. Después de dos gobiernos consecutivos del FMLN debemos ayudar a recuperar el pulso combativo, organizacional y movilizador de los movimientos y organizaciones sociales. No hay que olvidar el principio de articular nuestras políticas de oposición con los movimientos sociales. Por eso el partido debe ser un vehículo de transmisión a las instituciones de las reivindicaciones sociales.
Un aspecto particularmente sensible, es la necesidad de ecologizar la política. La lucha contra el cabio climático, debe seguir una vía transversal que implica a todos los sectores estratégicos nombrados, de acuerdo con los objetivos señalados en el Acuerdo de París. No es este el lugar apropiado para entrar en detalles, de cómo hemos de recuperar el ecosistema de El Salvador, pero baste mencionar la importancia de la ecología urbana y de la ecología industrial, así como la preservación del agua como un bien público.
El proyecto no es el partido, el proyecto es el pueblo.
Del mismo modo hemos de alimentar la conexión cotidiana con la gente, haciendo que la militancia sea receptora de los anhelos y necesidades de las mayorías sociales y sectoriales, trasladando todo ello al interior del partido. El partido debe ser un sensor de la vida de la gente, de sus problemas, de sus esperanzas. Precisamente, frente a la idea del partido como anfiteatro de intereses particulares, hemos de entender que su razón de ser, es ser la esperanza del pueblo. Esta dedicación al pueblo es la prioridad. No debemos dedicar lo principal de nuestros esfuerzos a mantener nuestro escaño o puesto de mando en el partido, ese es un tiempo robado a las necesidades de las mayorías sociales.
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